sábado, enero 26, 2008

El mirón como responsable de la involución

Francisco Ibáñez creó en Rompetechos la variante más absolutamente deformante del voyeur: el mirón era en este caso un receptor de una realidad a la que él sometía de un modo u otro a una involución constante (por cierto Rompetechos es bajito y bigotón). Las historias de este personaje se enmarcan en un momento muy determinado de la editorial Bruguera: en este sentido si Carpanta es la picaresque rescatada en los tiempos más oscuros, el perfecto heredero del Lazarillo y Tom Sawyer, Rompetechos es la respuesta a un franquismo sesentero abiertamente más rancio y menos oscuro, en apariencia.

Se acerca la navidad es un ejemplo de esta apariencia sostenida que era la feliz España de los 60: Rompetechos confunde como signos inequívocos de los fastos a un anuncio farmacéutico, a Santa Claus con un vagabundo, y a la basura con árboles navideños. La festividad es cuestión de miopía, dice Ibáñez con sus habituales gags. Luego, Rompetechos inicia sus bromas creyendo que se trata el día de los Inocentes: la última de ellas es fingir ser un ladrón en casa de un amigo (en realidad, un banco). La idea, absolutamente twainiana, de la violación del orden como forma de vitalidad es rematada con un comentario satírico estremecedor: entre los delincuentes y los bromistas del día 28 solo dista una fecha, una señalización previa.

Entrocando a sus personajes con gracia, en la siguiente historia Rompetechos quiere emular a Mortadelo y Filemón y “atrapar” malhechores. El clímax está en la agresión a un sastre que él cree ladrón y su encarcelamiento, lo entiende como el del otro. El encadenado de ideas de Ibáñez en esta historia es absolutamente arrollador: desde las fuerzas del orden como idiotas en estado de confusión perpetua, y hete aquí la gran diferencia primordial, además de la cronología, entre Carpanta y Rompetechos: el primero era el superviviente de una batalla condenado a vagar por los infiernos creado por un autor que prefería conservar algo de idealismo en la tragedia , y el segundo es directamente ese funcionario gris quintaesencia de un país que se mira a si mismo con gafas mal graduadas, sabiendo Ibáñez que el protagonista de esta España posterior no podía ser otro.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Estás seguro que hablas de Rompetechos?

"el mirón era en este caso un receptor de una realidad a la que él sometía de un modo u otro a una involución constante (por cierto Rompetechos es bajito y bigotón)"

¿Qué tiene que ver que someta a una "involución constante" la realidad con la altura y la vellosidad? Por otra parte, ¿cómo se puede ser receptor de una "realidad" e involucionarla? ¿Y qué viene a decir "involución constante de la realidad"? En lenguaje poético no sería "ser ingenuo". ¿Hay algo así como una realidad real, y Rompetechos le da la vuelta, voluntaria o involuntariamente, la hace retroceder? ¿Hacia donde? No entiendo nada.