viernes, mayo 22, 2009

La ignorancia definitiva

Estupendo especial de Hermano Cerdo titulado Puerca Epidemia. La inmediatez saca a colación un humor estupendo.

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Scary Movie (2000) es una película que se construye sobre la ignorancia definitiva: que Scream es un objeto de mofa. No estoy negando la capacidad de la película para articular estupendos gags escatológicos, sino la incapacidad del público que se traduce en rarísima inteligencia por parte de los directores: están parodiando un original (Scream) que ya era una sátira de las reglas del terror. Pero una sátira sutil, sin pedos, de la que nadie se ha dado cuenta. Es la película la que delata a los espectadores o que confirma el auge del pastiche innecesario. Significativo que coincida con Shrek. Muchísimo mejor la segunda en la que al menos el objeto (el remake de The Haunting) merece una hostia de grosería.

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En esta columna estupenda Hijo Tonto habla del Manga. O no: habla de las lógicas de mercado mezcladas con el exotismo maravilloso. Un cocktail peligroso, as usual.

jueves, mayo 07, 2009

Miyazaki a través del espejo


Ponyo en el acantilado rebusca en el imaginario infantil y la madurez de Miyazaki no se aleja de la que anunció y logró Picasso, y eso lo ha escrito muy bien Jordi Costa. Particularmente, me parece que lo brillante en esta película es su cercanía, al fin un terrible apodo que empieza a cobrar sentido, con el Pinocho de Walt Disney y más recientemente con Wall*E.

Aunque sea una versión absolutamente aniñada, en el punto de vista y en el desarrollo de la historia, de La sirenita de Andersen, esta película es un excelente programa doble junto a la cinta de Pixar en la que unos robots sacan a la humanidad de un crucero espacial y la obligan a reconstruir su Tierra, todo gracias al amor. Aquí una inundación saca a la naturaleza a flote y confirma el poder imposible del amor. Y como Pinocho esta es una historia de la metafísica de la bondad: no importa que sean muñecos de madera o niñas peces, hay una mutación, estupenda licencia poética, desconcertante y libérrima, que permitirá el cambio y conseguirá perdurar lo intangible.

También como Disney sabe que la animación es un asunto sinfónico, más aún con la naturaleza y se había visto en La princesa Mononoke y en su Nausicaa. Pero aquí el tinte wagneriano de Joe Hisiashi lleva al clásico desfile del imaginario casi interminable que propuso Disney en su perfecta Fantasía. La última deuda es, de nuevo, Lewis Carroll. Su película anterior, la adaptación de la popular novela juvenil llamada El castilo ambulante, alejó a Miyazaki de una visión carrolliana del asunto, por una más recargada, pero también más excesiva e interesante respecto a la edad y a la aventura. En Ponyo se precipita una sensación de caos, un palpitar travieso y juguetón de que la fantasía no es un orden de las cosas, sino ese caos es su propio desorden. Esto quedó bien explicado por el imaginario fértil del lógico y poeta Lewis Carroll en su Alicia en el país de las maravillas, referente casi imposible de escapar por el creador Miyazaki en sus, hasta Ponyo, dos obras magnas (Totoro y Chihiro).

La apuesta por la animación tradicional no se desvela ya trabajo artesanal meritorio e inolvidable, sino estilización radical, apuesta firme y casi vanguardista, que une la tradición y se iguala a los ambiciosos y únicos referentes a los que este cinaesta se ha referenciado en mayor o en menor medida. Ponyo es un personaje irrepetible, pero también una historia grácil, caótica y reconciliadora en su originalísimo tratamiento de los secretos de la metafísica de lo bondadoso. También Miyazaki sale del espejo: a la oscuridad misteriosa, tal vez melancólica de Chihiro ha dado paso una inocencia todavía más aventurera que la de Porco Rosso, la de un marinero infante llamado Sosuke. Y al secreto irrepetible de la visita de Totoro ha dado paso una niña pez rebelde, huidiza de progenitor, pero reconciliadora en lo maternal. Una delicia para revisitar en las salas tanto como dure en cartelera.

miércoles, mayo 06, 2009

El aparcamiento, los precios, la calidad

Leo con atención este debate en 20minutos.es sobre el fin de las salas tradicionales de cine. Enseguida damos con la problemática: el aparcamiento (y su precio elevado), los precios habituales, la calidad (de imagen, de sonido) y el doblaje.

El cine se hace estas preguntas justo cuando otros medios y los nuevos formatos arrancan al máximo. Desde el consabido p2p hasta las series de televisión y el auge doméstico del Home Cinema. Sin embargo, el cuestionamiento del precio se hace con rabia, con incomprensión como si la subida de precio no fuese arbitraria y chiflada en todo el sector llamado Ocio y Espectáculos. El problema es la elección y qué mejor que discriminar en vez de elegir. O sea, la culpa es de los precios, no lo que prefiera consumir.

Se observa una nostalgia de las viejas sesiones del espectador o los programas dobles. También de estrenos minoritarios. Sin embargo, la rápida posindustrialización tiene efectos desconcertantes: la ejemplar programación de un Cinesa cualquiera de cine independiente a mitad de precio, con reestrenos tan interesantes como el de Mike Leigh.

También los comentarios ahondan en la necesidad del modelo 3D. En Estados Unidos el modelo IMAX lleva funcionando hace años estupendamente, con grandes cifras en los blockbusters. Sin embargo, creo que la desaparición progresiva de los cines urbanos se acentua por el monopolio de las distribuciones y la desaparición de cierto modelo industrial, tanto europeo como norteamericano, progresiva, pero inexorable.

Hoy en día, las halagadas P2P (de las que soy usuario como antropólogo del DVDrip extranjero y las rarezas de festival, casi nunca estrenadas) no ocultan que fagociten la desaparición de las producciones medias. También la industria del hype, triunfo impresionante de la publicidad sobre el periodismo cuyas consecuencias negativas todavía no podemos calibrar, pero cuya máxima retórica y positiva consiste en esperar mucho de los próximos blockbusters. Una de las claves de los cines urbanos son los reestrenos habituales, sean distantes o no, práctica que se perdió para centrarse en la novedad y ha quedado como excepción en festivales, sobretodo en este país.

Si habla uno con cualquier progenitor, comprobará como el ahora tan recordado culto a Mad Max y Terminator tenía un plus de inocencia hoy irrecuperable. Las películas eran lanzadas y consumidas, pasando esos habituales y exigentes test screenings (que hoy se han multiplicado gracias a la red 2.0 en….una especie de reseñas legítimas), pero con un halo de misterio para el resto de los espectadores.

JJ Abrams, consciente de su labor casi titánica, pedía más respeto al proceso y derribar la era del Spoiler. No es casual que Lost haya crecido tanto como éxito y lo haya hecho aprovechando la inmediatez de la red, ya sea p2p o streaming. Sin embargo, su anomalía reside en que al lanzarla nadie esperaba verla convertida en la serie del momento y que , pese a las miles de webs de spoilers, todavía hay una gran parte de espectadores de la serie que consumen cada nuevo episodio con una candidez ejemplar.

Esto se ha perdido en el cine. El nuevo modelo es más completo, incluso funciona como espejismo aparatoso de la era de los grandes estrenos, pero el renacimiento de las 3D parece lanzar la difícil promesa de garantizar una experiencia intransferible.

De nuevo, la guerra no pugna por el mero espectador, sino también por lo intransferible, lucha que siempre ganó el medio desde sus orígenes.

martes, mayo 05, 2009

The Bat and the Hat

Batman: The Brave and the Bold está siendo LA serie animada que cualquier desacomplejado debería consumir en dosis desproporcionadas y siempre jugosas. A diferencia de la per-fec-ta Batman: TAS (aproximación y reformulación a la vez de jugosos materiales previos), esta serie apuesta por una estructura capaz de mezclar el humor enloquecido de Scooby Doo con la acción kinética de una generación de muchachotes que ha crecido viendo las obras basada en la estilizada síntesis pregonada por Genndy Tartakovsky, otrora creador insigne de la Cartoon Network.

La estructura de cada episodio consiste en un breve teaser en el que Bats y un invitado especial vencen a un par de villanos invitados más y un episodio completo con misterio a resolver y más tortazos. Mi episodio favorito es, descaradamente, el quince, titulado (¿adivinan?) Trials of the Demon!, que pueden ver aquí si no hacen mucho ruido. No es que tenga un prólogo espectacular donde se devuelve a su grado de molonidad al maravilloso Jay Garrick, el Flash de la Edad de Oro, sino que se sintetiza el estilo de la serie: tollinas y chistes, a cada cual más ingenioso e intertextual. Es cierto que resulta evidente que todos los secundarios aportan humor, pero no debería descartarse la posibilidad jugosa de que cada superhéroe sentencie los episodios con un chiste a costa de su superpoder.

El resto del episodio es la delicia máxima: Jason Blood, alias Demon o Etrigan, es investigado en pleno siglo XIX acusado de unos crímenes casi vampíricos. Sherlock Holmes y el Dr. Watson investigan el caso (tal como lo oyen, oiga) y pronto Holmes da con la clave: Etrigan trataba de teletransportar a Batman, demasiado ocupado combatiendo a un supervillano lanzapinturas. Lo mejor lo dan Holmes y Batman reconociéndose como iconos: mientras el primero adivina la condición heroica del segundo por "esa atrevida mezcla de amarillos y grises y azules" a Bats le basta saber quien es Holmes por el "sombrero". Mayor comentario sobre Lo Icónico no van a encontrar.

Si les digo que el villano es Gentleman Ghost se hacen una idea de qué clase de serie es esta: una no ya necesaria en tiempos de querer despojar al superhéroe de sus códigos naturales sino que oxigenadora, ya que rescata toda la tradición riquísima y llena de hallazgos de DC y la reconvierte en cápsulas de aventuras infantiles bien entendidas. Como debe ser. En todo caso, en el resto de episodios Plastic Man, Booster Gold, Guy Gardner y Question, entre otros, ejercen de comparsas de Batman y se enfrentan a villanos deliciosos. Seguramente la tendencia chiflada de los guionistas a sacar villanos de Flash, y entre ellos figura Gorilla Grodd, es la virtud incontestable de esta serie que hace de la tradición un arma para sofisticar la imaginería pop y los diálogos inmediatos que la llenan.