domingo, diciembre 30, 2007

Lo irreverente no existe en la corriente

El reciente estreno de Invasión (enésima revisitación de los ladrones de cuerpos) y de la nueva versión (tercera: tras una primera maravillosa, una segunda divertidísima) de Soy Leyenda pone en evidencia una cosa: 2007 marca el año de la defunción oficial de la capacidad de respuesta del cine de Hollywood. Soy Leyenda es, en muchos sentidos, la defunción de la esperanza y la clara sensación de oportunidad perdida, también la consagración del cine cutre de alto presupuesto: la saga de los potters, el tercer spider-man, constantine o soy leyenda son ejemplos de ello. Pero lo peor de todo es la falta de imaginación que hay tras los recursos, y el cansancio de las presiones de las estrellas, etc.

En Invasión su tedioso desarrollo privaba de dar a la película algo de ritmo y su fácil adaptación a los tiempos pos-28 días después (la película, en términos estéticos, más influyente del fantástico) le daba una anemia imaginativa notable. Si a ello le sumamos la marcada ausencia de matices, complejidades o lecturas propias del patán especializado James McTeigue ya tenemos la película terminada. La historia del alemán despedido forma parte de las curiosidades a comentar en la review y su pésima propuesta es ideal para los ignorantes que no se molestan en ver las tres excelentes versiones anteriores, siendo la tercera mucho más moderna y sugerente que la cuara.

Soy Leyenda, que comparte con V de Vendetta del mismo McTeigue ese aura de estupidización aideológica, es el caso más reciente de la impotencia de una industria senil, incapaz de mirar a sus corrientes más subterráneas. El nuevo caso de travestismo hubiera entristecido más a Matheson, que ya sonrió escéptico ante la libertad que se toma The Omega Man (que, nuevamente, resulta más válida que la de las multisalas): resulta que todo esto es la enésima historia de revelación y mesías que salva a la humanidad de una horda de... devoradores de sombras. Francis Lawrence realiza una de las películas más olvidables respecto al material de partida, y su vacío de Nueva York va en consonancia junto al vacío general que envuelve a la película: en el fondo la cámara en mano de la primera parte, es una limpieza concienzuda del estilo de Children of Men. Lo aseguró un crítico: es como Children of Men pero sin su pesada fanfarria política. ¡Es una historia deliciosamente estúpida, high and dry, de las que nos gustan ahora! Tamaña celebración sólo podía darse en el cine reciente, en el que los setenta pasan a ser sucios e insuperables.

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