Código 7 Trilogía (2002, Nacho Vigalondo)
Dos de las más perfectas novelas de Philip K. Dick son Ubik y El hombre en el castillo, pues sus ideas inflaman de tal manera la estructura del relato (y del texto) que es imposible resistirse a admirar con los ojos abiertos su lectura. Jeff Leister ha contado muy bien como esas estructuras interminables sirven para crear distintos y sugerentes niveles de realidad. Y como estos afectan a los tres cortometrajes Código 7 del realizador cántabro Nacho Vigalondo.
El proyecto bien podría tener una intención, teórica o practica: una trilogía con la que pretende sellar su palabra definitiva sobre uno de sus artistas de cabecera, Dick, al menos en lo que respecta a influencia directa (y esto puede verse con el sugerente rumbo que ha tomado la filmografía de Vigalondo, en todos sus cortos subsiguientes). Lo que me interesa de esta trilogía es la ruta que emprende a través de la lectura de Dick. Y adonde llega.
El primer episodio es una farsa desternillante. Sirve como comentario más o menos ingenioso sobre la pasmosa facilidad de la ciencia ficción por moverse en escenarios o en lugares más o menos camp, también por la necesidad de la ciencia ficción por transitar por esos clichés y las imágenes de Alejandro Tejería preparándose el café sirven como motor de la hilaridad.
El segundo capítulo es el grado barroco de esa misma farsa, llevando a la historia a una deriva sentimental brutal e inesperada por parte de unos personajes y usando, de nuevo, el clímax de la cafetera como comentario al cine de acción.
Pero el tercero. En el tercero, queda poco menos que el acto creativo: el artificio desvelado de manera casi insensata, el actor que cuenta que su vida es una porquería y la experiencia de la creación a partir de un momento no solamente cotidiano, sino tedioso y prosaico (lo cual es una dimensión más concreta de lo cotidiano).
Coda:
*
Ciencia ficción…ya podía ser mi vida de ciencia ficción y no esta puta mierda.
La semilla de la realidad, recién plantada por Vigalondo. Es curioso que Kaufman hable de lo mismo en términos de construcción: el suyo es el drama del creador. Vigalondo lo hace en términos de escenario, así la conexión es inevitable, pero son las identidades autorales las que levantan la diferencia. También que el tercero sea el que ofrezca la mayor pista y el comentario más elocuente sobra la obra de Dick: toda la campiness, eterno reproche o elemento que reaperece en la crítica hacia su obra, es secundaria en el grueso de su obra. El gran comentario es acerca de la realidad. La lectura descubre que no es solamente la desconfianza o la sospecha de las penúltimas verdades, algo que encontraría cierta vigencia en el sujeto cartesiano (o que prolongaría su discurso), sino su misma percepción.
2 comentarios:
Sólo he leído Ubik, pero tienes mucha razón... la propia naturaleza del texto permite dar forma a los múltiples niveles de realidad de los que se sirve la trama.
El careto del protagonista es un punto. Ficción cotidiana.
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