martes, diciembre 27, 2016


Gran parte del deseo, a esa edad, era un acto deliberado. Nos empeñábamos en difuminar los bordes toscos y decepcionantes de los chicos para darles la forma de alguien a quien pudiéramos amar. Decíamos que los necesitábamos con las palabras típicas, repetidas de memorias, como si estuviésemos leyendo una obra de teatro. Más tarde lo vería: lo impersonal y rapaz que era nuestro amor, enviando su señal por todo el universo con la esperanza de encontrar un depositario que diera forma a nuestros deseos.

Emma Cline, Las chicas. Traducción de Inga Pellisa.
Nada puede encomendar las historias a la memoria con mayor insistencia, que la continente concisión que las sustrae del análisis psicológico. Y cuanto más natural sea esa renuncia a matizaciones psicológicas por parte del narrador, tanto mayor la expectativa de aquélla de encontrar un lugar en la memoria del oyente, y con mayor gusto, tarde o temprano, éste la volverá, a su vez, a narrar. Este proceso de asimilación que ocurre en las profundidades, requiere un estado de distensión cada vez menos frecuente. Así como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo. Sus nidos —las actividades íntimamente ligadas al aburrimiento—, se han extinguido en las ciudades y descompuesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a la escucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído atento. Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta oído. Cuanto más olvidado de sí mismo está el escucha, tanto más profundamente se impregna su memoria de lo oído. Cuando está poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar. Y así también se deshace hoy por todos sus cabos, después de que durante milenios se anudara en el entorno de las formas más antiguas de artesanía.

Walter Benjamin, 'El Narrador'. Traducción de Roberto Blatt.

jueves, diciembre 01, 2016


Dentro, con una expresión adusta, iban sentados dos empleados de la funeraria, el chófer y su acompañante, y detrás de ellos, en la superfície de carga, por decirlo de algún modo, en su ataúd reposaba, como era de suponer, alguna persona que se había despedido de la vida hacía poco tiempo, con el traje de los domingos, la cabeza apoyada en un pequeño almohadón, los párpados cerrados, las manos juntas y las puntas de los zapatos señalando el cielo.

WG Sebald, Los anillos de saturno. Traducción de Carmen Gómez García y Georg Pichler.

Des de certa distància predominen en ell els grans trets senzills que constitueixen el narrador. Més ben dit, apareixen en ell com en una roca pot aparéixer, per a l'espectador que es troba al a distància correcta i en l'angle visual adequat, un cap d'home o un cos d'aninmal. La distància i l'angle visual ens el prescriu una experiència que tenim ocasió de fer gairebé cada dia. Aquesta experiència ens diu que l'art de narrar està arribant a la seva fi. Cada cop és més freqüent: que es produeixi el desconcert en una reunió quan algú expressa el desig d'escoltar una història. És com si s'ens prengués un talent que ens semblava inalineable, la cosa més segura entre les segures. Em refereixo al talent d'intercanviar experiències.

Una causa d'aquest fenòmen és evident: la cotització de l'experiència ha caigut.

Walter Benjamin, 'El Narrador' en Assaigs de literatura contemporània. Traducció de Pilar Estelrich.

Somos seres sociables porque nos parecemos muchísimo unos a otros (mucho más desde luego del o que la diversidad de nuestras culturas y formas de vida hacen suponer) y aproximadamente solemos querer todos las mismas cosas esenciales: reconocimiento, compañía, protección, abundancia, diversión, seguridad...Pero nos parecemos tanto que con frecuencia apetecemos a la vez las mismas cosas (materiales o simbólicas) y nos las disputamos unos a otros.

Fernando Savater, Las preguntas de la vida.

Y la muerte, que yo siempre había considerado la magnitud más importante de la vida, oscura, atrayente, no era más que una tubería que revienta, una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo.

Karl Ove Knausgaård, La muerte del padre. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

Con el pensamiento podemos justificar cosas espantosas, los argumentos sirven para defender y sostener lo más repugnante; el placer de lo espiritual, su brisa vivificante enajena a menudo el contenido y las consecuencias de cuanto se discurre

Gonzalo Torné, Lo inhóspito