lunes, junio 30, 2008

La posibilidad del canon: El retorno del maldito


Que Alexandre Aja es francés, en un sentido cultural, no lo duda nadie. Pero que también se ha empeñado en tener modales demasiado americanos no parece verlo nadie, tampoco. Es Aja hombre de gran debut tempranamente estropeado por un giro final, muy existencialista y llenito de amor fou como dictaba Tones, llamado Alta Tensión y de remake, me temo, encumbrado por gente ajena a la primerísimo etapa de Wes Craven, realizador aficionado a la relectura salvaje del cine de Ingmar Bergman. Su remake está hecho, como no, desde la escasa vergüenza de lo clónico pero con cierta efectividad y poder de entretenimiento, con la música de Tomandandy sustituyendo el detalle brutal de Craven, del que Aja era un alumno más suavizado, guste o no. Pero también decidió incluir un fascinante poblado desértico, lleno de evocadores maniquíes, y una divertida, por francesa que no por subversiva, apología del chiste político en forma de resurrección justiciera.

Uno no lamenta pues la ausencia de Alexandre Aja en esta secuela del remake, y celebra el regreso de Wes Craven, acompañado de su retoño, que sirve para que el viejo maestro se redima de esa secuela de su obra original (que narrativamente tiene una serie de flashbacks que a mi me parecen involuntariamente delirantes y predecesores de ciertas tácticas de Lost), que dirigó en uno de sus intermezzos creativos. De entrada, el score de Tomandandy se mantiene pero la sutileza política mejora. No es mal destino para Craven el intentar dignificar sus remakes, y ahora que se acercan The Last House on the Left y Shocker (¡!) al cineasta se le abren algunas posibilidades de supervivencia. Weisz no tiene la gracia visual de Aja pero sabe darle un par de codas, centrando toda la acción en minas y colinas, convirtiéndose la película en una sensible heredera del verdadero legado de los setenta, en términos de american gothic y western cafre. Y eso, sí que merece muchísimo interés.

La trama es magnífica: ese grupo de soldados paletos de la guardia Nacional (atención al sarcástico Kandahar simulado en el que se presenta la acción) representan perfectamente a una América con ganas de lucha pero menos. Pero en 14 minutos la película ya está encargada de saber que el chiste político (que Aja tomaba como punto y final) es para Craven sólo un punto de partida para hablarnos de algo todavía más cafre: nuestros encantadores reversos deformes. Y así no faltan pegas, como la inclusión de Napoleón, sin embargo es un personaje excesivamente paródico: un soldado de ideales pacifistas, que cree que toda guerra no es “legal”. Es decir, lo políticamente correcto. Pero más allá de eso, El retorno de los malditos es una película veloz, llena de caníbales, concisa y verdaderamente cafre y digna como horror post setentero, superior al remake en prácticamente todo lo esencial.

Fue Leyenda

Sam Raimi, hacedor de obras maestras tempranamente jubilado por si mismo por quien sabe si algún maleficio, parece dedicarse a la producción de terror con un arma de doble filo: ese pasado del que ahora reniega domesticado. Sin embargo, el interés de las películas producidas por Raimi no es exclusivamente culpa mía, sino también de Robert Zemeckis y Joel Silver. O sea, de Dark Castle, esa astuta compañía que redimió los placeres culpables que se fabricaban por sistema (con la televisiva Tales from the Crypt como producto cumbre) en base a conceptos molones: empezaron muy bien con House of Haunted Hill y pronto se pasaron a lo rutinario, y algo de justicia poética hay en ello, por ser tan vulgares con William Castle supongo (13 Fantasmas, Barco Fantasma) o por simplemente tocar el tema espectral, agotado desde siempre, si lo piensan bien. Y es con La casa de cera que uno se reconcilia con el cine de terror definitivamente. Raimi venía de producir remakes asiáticos, que en el fondo son historias demoníacas sin demonios, de venganza sin sangre y de realizadores asiáticos sin identidad, por mucho que repitan secundarios y paisaje. No cuesta pues pensar en Raimi como un auténtico caníbal capaz de domesticarlo todo y puede que eso empezara con Premonición, temprana muerte de su agudo sentido del fantastique que aún era capaz de potenciar a Katie Holmes.

El tebeo de Steve Niles y Ben Templesmith ha pasado también por una maldición que se intuye raimiana: un grandísimo high concept basado en la melancolía del trazo de Templesmith y en, evidentemente, la radicalización del color, que lejos de ser pretencioso proporcionaban un modesto y divertidísimo conjunto lleno de ideas brillantes con buen concepto. Nada más. Sin embargo, su plétora de secuelas termina por agotar mediante clichés lo que en realidad era una agradabilísima sorpresa sin mucho más que reseñar. Niles, que ahora trabaja con Bernie Wrighston, venía de adaptar al tebeo Soy Leyenda de Richard Matheson: no podía salirle más clásica, en el mejor de los sentidos, su historia y así se sostenía, sin necesidad de secuelas que lo ampliaran. De hecho, la transformación final del sheriff Eben se narraba con un cierto eco mathesoniano: ahí están esa chica de sangre mixta con la que se encuentra Neville en la novela y muchas de las consideraciones que se desprenden después de su final.

David Slade es sin duda un director con muchas ínfulas, quizá la voz menos talentosa de la escuela del videoclip, que parecía deslumbrar algo con la película de abuelas para jóvenes que es Hard Candy, que tiene su valor como nueva actualización (o mutación) del telefilm discursivo. Sus ínfulas se muestran en esas peleas entrecortadas en las que su fotografía ni siquiera ofrece una bella estampa o en esos primeros planos de caras bellísimas contrastando con la oscuridad del conjunto. Tampoco hay que olvidarse del atardecer de Alaska, lo más cerca que está el director de intentar medirse al talento de Templesmith y al tono cotidiano impuesto por Niles en su diseño de personajes.

Sin embargo hay un motivo para hablar de 30 días de Oscuridad, la película y es su condición de producto genérico rabiosamente contemporánea. Pese a ser un poco más digerible y refrescante, al fin y al cabo en estos días una película con vampiros en Alaska no puede ser mejor elección, queda confirmado que el mainstream se ha apoderado de géneros que habían gozado de genios radicales y producciones extrañas, delirantes. La última adaptación de Soy Leyenda tampoco parece casual. Y también aquella presentaba unos vampiros zombificados, invirtiendo la jerarquía que usó Romero para componer su opus magna. En esta, la reinvención cafre del vampiro no podía ser, otra vez, más inadecuada, y ni siquiera un Danny Huston, con un antagonista que él sueña como una mezcla de Vito Corleone y los momentos spéedicos de Tony Montana, consigue darle algo de convencimiento a su icónico villano.

El cine comercial parece condenado a vulgarizar retales que antes se intuían y se admiraban como novísimos, libres. El clímax final, aún fiel al tebeo, parece mejor rodado en Blade 2 de Guillermo del Toro y el concepto de Eben transformado da a la película un tono de heterodoxia superheroica que ni siquiera es explorada y nos hace echar mucho de menos Eclipse Total (la buena). Slade ya ha desaprovechado un montón de situaciones carpenterianas y el film termina sin más anécdota. ¿Es la vampirización del cine de terror un buen destino para sus clásicos monstruos?

viernes, junio 27, 2008

Breves apuntes para pensar Los Cronocrímenes

AQUÍ Crítica sin spoilers.

CRONOCRÍTICAS.

Este texto está lleno de SPOILERACOS

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada.

Julio Cortázar, Las babas del diablo

Lavando platos de Quim Monzó es un cuento estructurado ante una visita inesperada y una noche tediosa, de lavar platos. Las posibilidades narrativas en el relato al final devienen imposibilidad, cerrazón y lógica. Cotidianeidad. La película que hoy se estrena de Nacho Vigalondo gira entorno también a la (im)posibilidades narrativas que propuso Monzó y encierra toda su estructura en un fascinante loop que convierte a la película de obligatorias revisiones. Pero no se trata de una simple deconstrucción del relato (¡simple! Sí, a estas alturas, sí) ya fomentada por diversas tradiciones desde la segunda mitad del siglo pasado. Se trata de un auténtico relato del futuro, posrelato como aseguraba el elegante Señor Toldo.

Decía Slavoj Zizek que la virtud máxima de Hijos de los Hombres es que todo sucede en un segundo plano. En Los Cronocrímenes Nacho Vigalondo hace que el segundo plano de lo narrado, luego se convierta en primero. Toda la película es un juego de espejos que obliga al espectador replantear lo que está mirando y lo que ha estado mirando. Así que aquí terminan los parecidos de la película con Regreso al Futuro 2, otra obra maestra espaciotemporal, en la que su clímax final estaba destinado a releer de forma frenética todo el de la primera, para crear una doble sensación de emoción. La intención de la película es otra, es la de ir añadiendo matices, doblando la repetición de escenas.

Finalmente, otro breve apunte que hacer a la película es su apoteósico final, que me parece nietzscheano y muy sugerente, que nos dará que pensar si su cineasta se decide a retomar el concepto del arquetipo pulp y el superhéroe. El último tramo de la película con ese superhombre que domina y conoce todo su espacio y tiempo, y está por encima, tras la transformación, es sencillamente escalofriante. Da que pensar que su cineasta nos lo decida colocar enfrente para que no nos escapemos a la inevitable reflexión y que salgamos de la película cautivados por su relato del deseo, el mal y la búsqueda, pérdida del alma. Eres preciosa es, posiblemente, la frase más cínica y a la vez apasionada que se oye en todo el fim.


Una cuestión de tiempo.

domingo, junio 22, 2008

Causas humanitarias

Starman Magazine se ha dedicado todo el mes a pedir textos de Rambo demostrando que Noel está ahí también para enseñar y no para que le lean mal y pronto. Es uno de mis blogs favoritos, no duda en abordar la crítica directamente desde otra luz (una luz que se llama Cannon) y sin más ironías que las de su autor, que es algo que no abunda. Starman pide los textos de Rambo porque sí y convoca a todos a que cojamos ya una cinta roja para ver que ocurre. Yo también he colaborado, la cosa se llama Lo que queda del día y estoy profundamente honrado de hablar de muertes de dioses sin pagar peaje al Olimpo.

Actualización jovial: En MicroCritic nos hemos reunidos algunos titanes, y los citados arriba están (el hombre estelar vuelve a ser el fundador), junto al imparable PJ Tena. He empezado con una de Bronson.

Novedades: Como la Élite merece lo mejor he vuelto a postear.

sábado, junio 21, 2008

Conozco unos trucos para controlar la ira

Al final la nueva y renovada Increíble Hulk confirmó las expectativas: el blockbuster veraniego puede ser tan refrescante y arriesgado como un 7up. Y lo digo como virtud porque la cinta de los recién nacidos Marvel Studios propone dos líneas de interpretación: la primera observar la meridiana y extraña carrera de Zack Penn para la compañía y los superhéroes, y la segunda una revisión adecuada de la versión del 2003 de Ang Lee, de la que al fin y al cabo ésta no está tan lejos, en terminos de resultados y de ciertas desigualdades.

Louis Leterrier es un cineasta francés de ascendencia cool y muy prometedora, que demostró con Transporter 2 saber manejar con una soltura excepcional los códigos genéricos y hasta visuales de cierto cine de espionaje desenfrenado de los años sesenta (entre el Bond y la exploitation del mismo) con un romanticismo de última hornada, propio de los setenta, además de unos modales visuales aprendidos tras continuas revisiones de los gestos y motivos visuales de gente como John Woo o Tsui Hark. Aquí Leterrier ha cogido los modales visuales y genéricos de una simpática serie de finales de los setenta y ochenta, y rescata en dos cameos a Bill Bixby (zapping mediante) y Lou Ferrigno, con una simpática coda de Tú si que molabas. Pero vamos a pensar en la serie original: ni Thunderbolt Ross, ni Glenn Talbot, ni Betty Rross aparecieron allá. Era un remake de El fugitivo en clave del crime fiction televisivo. Así que The Lonely Man y poco más. Lo más parecido es la persecución de las favelas, en la que la postbourneidad llega de una forma sosa e impropia de un cineasta con estilo: abuso de planos áereos y con una handycam refinada, demodé, una decisión similar a la del Francis Lawrence en Soy Leyenda, que sin embargo sacó más partidos a sus limitaciones con una narrativa que exigía ese hincapie en el vacío. El uso que le dio Bruce Jones a la serie televisiva y a la trama del fugitivo en sus tebeos fue infinitamente mejor, tal vez porque tamizó esa referencia con una nada molesta reflexividad que, precisamente, si encajaba apriorísticamente con la visión de Leterrier para el personaje.

Zack Penn es un auténtica rara avis: director de la sorprendente e interesantísima coda a Herzog llamada Incident at Loch Ness, ha colaborado en diversos guiones colectivos sin mucho rastro de su personalidad y siempre compartiendo crédito. En X3 le tocó con Simon Kinberg. Y ahora le toca con Edward Norton. La historia de amor y de entrar en complejidad con el personaje, y a Tim Roth encarnar al villano. Los actores no logran brillar ni por un momento a la altura de las excelentes elecciones de Lee respecto a su cinta, con un sobresaliente Bana, una adorable Jennifer Connelly y un impresionante Sam Elliott. Resulta significativo que frente a la cuidada elección de Lee por sus personajes, estas nuevas elecciones, actores hollywoodienses, sean pálidos arquetipos e incluso rutinarios y tediosos. Los tebeos de Hulk introducieron en Marvel no sólo la tan cacareada variante pop de la obra clave de Robert Louis Stevenson, sino el ascenso de la batalla superheroica como algo equiparable al monster mash. Pero uno percibe verdadero sense of wonder cuando observa luchas a gran escala de los clásicos japoneses de Godzilla (Godzilla contra Mothra es ejemplar, en ese sentido) o incluso los Ultra-Man y Ultra Seven, realizados para televisión con un ritmo brutales. Es evidente que Penn y Marvel no han renunciado a la fórmula del todo (ahí está la aparición del villano transformado hasta el clímax final) pero han incorporado a la variante cinematográfica del superhéroe una dosis de cliffhangers, algo que puede que haga mejor Iron Man, que funciona como película de un modo todavía más estimulante y divertido. Justo cuando Penn empieza a convertir a Hulk en una cinta muy despreocupada (el coitus interruptus, el paseo por el taxi neoyorquino) y con elementos de interés, la cosa no termina de arrancar. Los fans hulkianos adquieren muchos estímulos más: aparece Doc Samson (de una forma anecdótica), el suero del doctor Reinstein (Capitán América), el doctor Samuel Sterns (alias Líder y nunca mejor dicho porque aquí ya se transforma) y por supuesto Tony Stark prepara una cinta de Los Vengadores que como dice Henrique Lage debe ser un punto y aparte. Está obligada. Y no lo tienen fácil. De los tebeos, la película ha rescatado muy poco de Bruce Jones y se ha acercado bastante a Cura para un Monstruo de la dupla Roy Thomas-Herb Trimpe. El duelo Hulk vs. Los Tanques y los reencuentros en al lluvia son bastante similares en la película. Pero, vamos a deicrlo de una vez por todas: Cura para un monstruo hacía entrar en escena a Los Cautro Fantásticos, El Líder, Glob y Ross a la vez. Además era capaz de rescatar a Betty Ross de Glob y enfrentarse a Cuatro Tanques. Por no hablar de la trama Galáctica y del encuentro con el Rinoceronte. En un par de páginas. Y además incluía, como debe ser, un duelo entre La Cosa y Hulk. No se trata de narrativa sino de valentía: la película de Leterrier es, digan lo que digan, muy respetuosa con una idea bastante extraña del cocktail para el gran público. El look de Hulk es, por cierto, también bastante similar al concebido por Trimpe.

Decía Jesús Palacios, a costa de El Cazador de Sueños, que el mainstream de hoy es serie Bé con pretensiones. Con El Increíble Hulk pasa exactamente eso: cuando llegamos a una deliciosa y absolutamente gloriosa batalla final (que se resuelve a tortazos y sólo a tortazos, sin presas ni detonadores ni esas bobadas) uno se siente gratificado pero ha tenido que pasar por ciertos momentos de introspección, drama, acción sin Hulk y humor bastante calibradas y hasta molestas. Ello compensa medianamente una cinta que sólo funciona cuando es un orgulloso remedo digital de alto presupuesto de una monster mash de antaño, pero Marvel Studios y su alergia casi sistemática a los autores y/o a esa política deberían cambiar. Puede que Edgar Wright marque ese cambio, pero ver a un Leterrier domesticado y casi estallando (de contención de sus habituales excesos visuales) en la batalla final no es demasiado alentador.

lunes, junio 16, 2008

Algunas observaciones sobre el cine de superhéroes



Hancock apesta. Dame a Garth Ennis. Es un buen punto de partida para entender que pasa con el cine de superhéroes o mejor dicho que nos pasa con la variante cinematográfica de estos supertipos. ¿Cuántas adaptaciones a imagen real han molado con todas las de la ley? Citaré algunas: Superman 2, el díptico de Fantastic Four y gran parte del díptico inicial de X-Men tiene sus cosas. El Superman de Richard Donner buscó su alma en ese número de Action Comics que se abría y de hecho tenía un origen bien bello, con momentos geniales (la carrera de Superman con el tren y los suspiros de Lana Lang, o Christopher Reeve). Pero, como en el caso de Batman, fue llegar Paul Dini y Bruce Timm y se acabó. El caso de Spider-Man también es similar. Ocurría algo: ni las películas eran excesivamente fieles al imaginario trasladado (como saben algo menor cuando el resultado es interesante) ni conseguían capturar ese merecido sense of wonder que se le asocia a la Edad de Plata, dando por supuesto que la irrepetible Edad de Oro es, ciertamente, eso. Kingdom Comes y Marvels, ambas ilustradas por el pretencioso Alex Ross hablan de exactamente lo mismo: la edad de plata en términos de memoria, y su relación con los mitos y la misma lógica y dinámica de la aventura.

Resulta molesto que el cine de superhéroes no haya llegado a la edad de plata. A lo sumo, a los peores momentos de Ross, como Superman Returns. O a ser un tebeo de Jim Starlin, como señalaba Henrique Lage, pero absolutamente serio. No hay otra forma de entender, de momento, la aportación de Nolan a este género con su aproximación al murciélago. También resulta díficil confundir muchas veces el razonador con el conocedor, sobretodo porque lo que conviene al cine de superhéroes es lo mismo que impulsó a la Edad de Plata o hasta la posterior deconstrucción: ideas sacadas de la ciencia ficción, autoconsciencia y reflexividad. Pero a poder ser en orden y sin happy endings. No se trata de fidelidad, sino pues de calidad y de madurez. Pero para eso, también es cierto que tenemos a los tebeos, dirán algunos.

O no. Si Matrix es una heterodoxa cinta de superhéroes es posiblemente la aproximación más interesante. Pero al margen del ciclón Wachowski, tres de las mejores películas superheroicas son estrictamente cinematográficas: Darkman, Los Increíbles y El Protegido. No me parece nada casual que todas sean obra de tres genios estrictamente cinemáticos, preocupados por depurar y afinar su lenguaje. Por eso conviene analizar como inteligente y hasta aceptable la estrategia de la refundada Marvel Studios: ofrecer como base conectiva un obligatorio dramatis personae (y hasta universo) con estrellas y sin demasiadas preocupaciones que las de ofrecer un espectáculo depsreocupado de superhéroes. No es poco. También Guillermo Del Toro ha convertido al lacónico Hellboy en un chulesco action hero que en nada se parece al melancólico y solitario demonio que deambula encontrandose con criaturas del tebeo de Mike Mignola, una obra con una sensibilidad más cercana a El Laberinto del Fauno que a la propia Hellboy. Pero no importa: Del Toro añade a sus criaturas una dosis de acción, aventura y oneliners bienvenidos. Pero ¿podrán llegar los superhéroes del nuevo medio, en estos años de renacida popularidad, a ofrecer más momentos equiparables al impertinente sentido del ritmo de la dupla Stan Lee-Jack Kirby, el genio último modelo Mark Millar o la irreverencia, a caballo entre la tradición y el futuro, de Grant Morrison?

sábado, junio 14, 2008

Apocalipsis emocional

El incidente de M. Night Shyamalan es una obra de un riesgo indudable: lanzada como una gran superproducción postapocalíptica tiene, por desgracia, la mala suerte de ser otra película más de su autor, o sea, una obra fundamental y todavía más radical que La Joven Del Agua. La bilis ya corre por toda la red, incapaz de hablar de cine. Hablan de la popularidad de Shyamalan o de lo decepcionados que están. No pasa nada: Speed Racer sólo ha sido defendida por Miradas De Cine, además de la reseña de Lindyhomer. La película de los Wachowski necesita ser meditada y revisada para ser entendida en su plenitud. En El Incidente Shyamalan, qué duda cabe, hace una película tan personal en la que se permite el lujo de reutilizar con una función absolutamente distinta dos de los recursos de Señales: la radio como pista y el video amateur como confirmación. En un entorno completamente distinto, esas referencias se entienden gracias a que él ya no tiene que dar explicaciones, como una coda a su anterior película, summa de lo visto.

El Incidente es un paso adelante, una película que consagra a su autor (todavía más si cabe) en la definición que dio DePalma de Hitchock: es la clase de director que quiere explicarlo todo visualmente. o al menos explorando todas las posibilidades del lenguaje, casi sin excesos Aquí se permite, entre otras lindezas, una composición de planos brillante, algunos perfectos (el reencuentro emocional observado desde la distancia) y otros tremendamente divertidos (Mark Wahlberg, en primerísimo plano, pensando una escapada mientras las muertes acontecen en off). No cabe duda, El Incidente es, quizá, una de las mejores películas de Shyamalan, casi a la altura de Unbrekeable y una de las películas del año. Hay que verla porque quizá sea la última película de un cineasta que parece condenado al ostracismo por no plegarse a las intenciones de una crítica industrial y un público dogmático y ocupado en otras empresas, también ignorante de lo que es uno de los mejores cineastas en activo.

lunes, junio 09, 2008

Amado Monstruo


Si estás de acuerdo en que en todos nosotros hay un creador – de artículos como este, por ejemplo-, te diré como se construye un Golem, un hombre artificial, de barro. Ante todo hay que purificarse. Luego se amasa un muñeco con tierra virgen, y después se dan 462 alrededor de él, recitando en múltiples permutaciones, las letras del tetragrama. Después, para ponerlo en movimiento le grabas en la frente el vocablo Emet (verdad) o bien le introduces en la boca el nombre secreto de dios.
Gustav Meyrink lo construía en su imaginación, y así en su novela “El Golem” (dos veces adaptada por Paul Wegener al cine) sentía en su nuca el aliento del omonstruo: “Sí, no me he confundido en la impresión de que alguien sube la escalera detrás de mí a cierta distancia siempre igual, con la intención de visitarme...”
¿De qué país lejano viene el Golem? Franz Kafka parece intuirlo cuando le dice a Janouch: “Dentro de nosotros viven aún los oscuros rincones, los pasadizos misteriosos, las ventanas ciegas, los sucios patios (...) Hoy paseamos por las amplias calles de la ciudad reconstruida, pero nuestros pasos y miradas son inciertos. Por dentro, temblamos todavía, como en las viejas calles de la miseria”.
¿Y cómo se destruye un Golem? A veces de un modo muy parecido a como se pone punto final a un artículo este, tan breve como la vida misma, tan fugaz como la existencia del Golem: Se gira en sentido contrario, recitando, como maleficio, el alfabeto a la inversa. Después, se le borra la primera letra del vocablo Emet, de forma que sólo quede Met, es decir muerte.


Enrique Vila-Matas, Amado Monstruo, Fantastic Magazine nº5 (segunda época).

domingo, junio 08, 2008

El superhéroe como nombre en clave

  1. El, quizás, principal motivo por el que Heroes de Tim Kring deja de funcionar tras su primera temporada no tiene nada que ver con todo el aspecto corriente y normal de sus superhéroes, y la evidente renuncia de los trajes, sino por la summa. Heroes es, perfectamente, una serie con demasiados conceptos espectaculares que dan para subtramas absolutamente locas y llenas de kungfu, sin embargo, Tim Kring prefiere ir reservando ese aspecto (central de la serie) como algo secundario que sirva para acrecentar el discurso mítico/místico del aburrido doctor, demasiado deudor de la primera entrega de X-Men pese a contener momentos genuinamente bellos y capítulos interesantísimos.
  2. Smallville de Alfred Gough y Miles Millar tiene una ventaja respecto a la serie de Kring: ya mola. Tiene implícito uno de los universos más ricos y estimulantes del tebeo (básicamente el Superboy de la Silver Age) como para que todo salga mal. El principal problema de la serie es que se inicia en tiempos de resaca: Dawson's Creek es la base de esta revisión, igual que Luz de Luna lo fue en su día la de la sonrojante Lois & Clark. Pese a ello a la serie le ha ido aquejando un extraño virus, casi sintomático, de convertirla en una serie para ser descifrada sólo por los incansables seguidores de Superman: han aparecido ya en ella Margot Kidder y Christopher Reeve, Dean Cain está al caer, y hay villanos que se llaman ¡Geoff Johns! Y al menos ha conseguido, algo que Heroes nunca logrará, una adaptación del todo estimulante de la Liga de la Justicia: en Justice las dobles identidades son nombres en clave, de una organización que forman Green Arrow, Cyborg, Aquaman e Impulso para vencer a Lex Luthor. Impulso es Bart Allen, introducido en el episodio Run, un estafador supervelocista que usa nombres como Jay Garrick, Barry Allen, Wally West… Su sudadera es la sustitución perfecta para el traje. Y todos se unen para luchar contra el mal, sintiéndose así del todo comprometidos ¿Mola, eh?
  3. Entre la Silver Age y Smallville ocurrió algo todavía más bello: Dragon Ball de Akira Toriyama, indiscutible obra imperfecta y magna, cuya lectura del personaje es tan interesante como en el fondo oscurecida por esos fans aburridos preocupados en revivir momentos de infancia (o en cargar contra una película que ni siquiera han visto) que en volver a ver la serie de una forma completamente nueva, como sería interpretarla como la más coherente obra superheroica hecha en terrenos de animación. Kakarotto (nombre original de Son Gokuh) es, evidentemente, una colleja a Kal-El, igual que su planeta destruido o que su saga más estimulante: la reproducción del duelo contra Piccolo Daimaoh es, más que una referencia, un ajusticiamiento: cualquiera puede darse cuenta de que Toriyama está presentando la reproducción más fiel y cómplice del duelo entre Superman y Brainiac, y de hecho, zanja la saga igual: con un vástago de moralidad ambigua y físico similar, que termina colaborando con el protagonista.
  1. Superman: Identidad Secreta de Kurt Busiek y Stuart Inmonen presenta la ya última lectura, luego mal interpretada por Bryan Singer en su deficitaria adaptación cinematográfica, del mítico Kal-El, basada en una vieja historia del rico y complejísimo multiverso del universo DC. Clark Kent es ahora un joven nerd atormentado por su nombre y con una decoración basada toda en un símil, el de su nombre con el personaje archiconocido y leído por todos. Pero qué ocurre cuando ese Kent del mundo real descubre que es… ¡Superman! El personaje que le atormentaba parecerse es en realidad él. Sin embargo, luchando contra el mal, casándose con Lois Lane, descubre que no hay lugar para este mundo para alguien que le iguale. En otras palabras, para Busiek, Superman no es otra cosa que un observador melancólico del planeta tierra, un Dios feliz por destinar su vida. O sea que Clark Kent es el nombre en clave para descodificar su naturaleza a través de los tebeos.

viernes, junio 06, 2008

Indiana Jones y la hemeroteca perdida

Carlos F. Herdero se luce en la Dirigido Por número 171 a costa de una crítica puramente cinéfila:

Sobre el cine de aventuras:
“Un género, que, desde entonces (se refiere a El hombre que pudo reinar), sólo ha proporcionado pálidos epígonos en clave infantiloide”
Sips. Todo el mundo lo sabe: En busca del arca perdida (1980) y Conan El Bárbaro (1982) son tremendamente infantiloides.

Sobre Spielberg y el cine de hoy en día:
“Parece inútil, por tanto, seguir empleando espacio en describir las habilidades técnicas de Spielberg, en seguir glosando su capacidad para construir un producto que, ciertamente, se encuentra por la media de toda la desdichada pléyade de sucedáneos que le rodean, o en repetir con sospechoso regusto propagandístico – el alarde de producción (millones de dólares de por medio) que supone la película. “

La crítica concluye hablando de películas de los años cincuenta y sesenta de aventuras que segun su autor eran “divertidas, trepidantes, originales, simpáticas y adultas”. ¡Qué grande fue el cine!

Indiana Jones y la última cruzada sigue siendo tan compleja (el prólogo como introducción a la génesis emocional, el santo grial como metáfora de la inmortalidad de los héroes) que no hace falta explicarla. Pero parece que la crítica hable de las anteriores entregas con una rotunidad crítica que jamás ha tenido.

jueves, junio 05, 2008

Un héroe sin muchas máscaras

El Jefe Maestro se ha pasado todo el juego recuperando a su Campanilla particular, y el paralelismo no termina en verde ya verán, llamada Cortana y poca cosa más le queda que ofrecer al Halo 3. Toda la ingeniosa y absolutamente chorra trama pseudomística de los anillos queda reducido a un vulgarísimo escenario de geopolítica vía space opera que ofrece una divertida idea del shootem up como ingeniosa buddy movie sin necesidad de multijugador pero también un final, a todas luces, sentimentaloide y encima con toda la emoción dejada atrás. De hecho, resulta hasta cierto punto curioso la de cosas que comparte Halo 3 con Call of Duty 4, entre ellos reservar una persecución megaespectacular para el final y en decidir que el último duelo sea de lo más intrascendente, en el caso que nos ocupa una bolita con síndrome de conciencia (y cuando se vuelve mala se pone Roja ¿cojen el chiste?), que supone un giro más divertido que conseguido. De hecho, parece que el juego se pierde cuando tiene que enfrentar el misticismo de su trama principal (algo pretendidamente épico, ya saben, el destino de la galaxia y demás) con las criaturas evidentemente lovecraftianas que habitan en su interior. El resultado es tremendamente desigual: el juego ofrece grandes momentos en su desarrollo (¡el duelo con los dos Scarabs! ¡Todas las persecuciones excepto la final! ¡el tanque! ¡los aviones!) pero un clímax inneceseriamente largo para lo que resulta. Uno esperaba enfrentarse a un megagusano y aunque la idea de entrar en sus entrañas ofrece posibilidades metafísicas y de horror puro, lo cierto es que al final Halo 3 es la historia de cómo Peter Pan recuperó a Campanilla, y de paso su sombra. Cerrado, eso sí, con la peor secuencia de video que recuerdo en muchísimo tiempo pero que no olvida dejar la puerta abierta para arreglar el desaguisado con lo que más queremos: tiros, colorines y bestias enormes, cada vez más absurdas y cada vez más enormes.

lunes, junio 02, 2008

Speed Racer y el lenguaje de videojuego

Ya es definitivo: Speed Racer, basada en un legendario anime, es una película con lenguaje de videojuego. Tonio L. Alarcón así lo asegura en su crítica de Imágenes, bastante dura (y si se fijan parecida a alguna de las impresiones que manifesté yo mismo). Aunque yo propongo la reseña del visionario maestro Don Lindyhomer para ir abriendo frentes en una revisión cuidadosa de la película. Especialmente interesantes me han parecido dos minijuegos(al margen de sus videojuegos oficiosos para plataformas, en este caso, para las dos consolas de Nintendo) surgidos a costa de la serie y de la película. El de la película reproduce desde una perspectiva sencilla alguna de las carreras con una dificultad pasmosa para el jugador. Pero se me ha antojado interesantísimo uno hecho a partir del cartoon primigenio. Al margen de lo divertido/extraño que se hace ver juegos en tres dimensiones emulando la imagineria estética del cartoon sin la envidiable potencia del cell shading, observen las relaciones de la película de los Wachowski con su fuente original. El ersultado, más allá de las diferencias mediáticas y tecnológicas, no se me ha antojado tan distinto. Piensen sobre ello.