viernes, septiembre 25, 2015

Una crítica imposible de la isla del tesoro


En su variante de "aventura de piratas" cuenta con el lejano precedente de Las aventuras del Capitán Singletton de Defoe y con las cercanas referencias a Kingston, Ballantyne y Cooper, autores de una obra narrativa de la larga epopeya mercantil llevada a cabo por las naciones de occidente durante los siglos XVII y XVIII. Contada en primera persona por un muchacho de clase media baja, hijo de honrados mesoneros, nos narra la historia de una empresa mercantil, la creación de una sociedad de comerciantes que invierte su capital para una operación especulativa: lograr rescatar de su posición mostrenca el capital acumulado de manera ilegal por un pirata, el capitán Flint, de cuya noticia, han tenido conocimiento gracias al muchacho que aporta precisamente como capital, ese conocinicimiento, a la aventura financiera. Para llevar a cabo tal empresa contratan barco y tripulación en las condiciones de seguridad que su limitado capital les permite: una mano de obra que va a resultarles poco fiable. Sucede que la tirpulación actúa con motivos que van más allá de su contrato de trabajo con los "caballeros empresarios" pues la mayoría forman parte de una organización pirata que, privada de capital y conocimientos adecuados - el "mapa del tesoro-, recurre a la añagaza mercantil del contrato de trabajo para poder realizar su propio fin: la posesión del capital acumulado por su colega el capitán Flint, esperando romper ese contrato laboral por la vía vioplenta para adueñarse del capital - barco, provisiones  del imprescindible conocimiento teórico: el nuevo mapa.

La trama novelesca proviene del descubrimiento de este plan que el muchacho realiza ocasionalemnte. A partir de ese momento se van sucediendo una serie de episodios durante los cuales ambos bandos luchan por el control de los medios de producción necesarios para efectuar sus fines: control del barco, de las provisiones, del mapa y de las armas (como garantes en última instancia del cumplimiento del contrato).

En realidad, el argumento de la novela desarrolla, veremos que deesquilibradamente, dos líneas argumentales: los argumentos y actos de los que aceptan el contrato como forma civilizada para las relaciones personales, y los argumentos y actos de los que no aceptan la escala de valores que comporta el contrato mercantil: honor basado en el mantenimiento de las garantías dadas, sentido del deber (y del haber), mutua confianza o el "crédito" personal como capital, oponiendo a ellos por parte del bando de los marginados del mundo del contrato,  los piratas, vcalores como la solidaridad vigilada - dictadura del proletariado en lectura de algún marxista clásico-.

En dos líneas argumentales trenzan el argumento apoyándose narrativamente en la historia de dos iniciativas personales - iniciativa empresarial que diríamos hoy - encarnadas por las dos figuras que dominan el escenario: el muchacho Jim Hawkins y el pirata John Silver. Iniciativas personales que se inscriben dentro de la retórica dl egénero de aventuras: meta que alcanzar, obstáculos que afrontar, resolución de los obstáculos. La historia de Hawkins es un canto al empresario que "toma riesgos", invierte y gana. Imagen casi perfecta de lo que hoy en las Escuelas de Negocios llaman  jóvenes emprendedores. La historia de John Silver es la historia que da cuenta de cómo toda iniciativa personal está condenada al fracaso si no se apoya en una instante de civilización - el crédito - superior al mero individualismo y la simple solidaridad egoísta. El juego de espejos entre una y otra iniciativa - entre uno y otro personaje - produce un fuerte sentimiento de ósmosis y empatía que acaba por colorear positivamente a ambos personajes. Generaciones de lectores han venido recalcando la simpatía que la figura de John Solver irradia a pesar de sus actos de crueldad y sus malas intenciones, y a propósito de este efecto, se habla de la magia de la novela.

Tal magia sin embargo descansa sobre la deshonestidad narrativa con que está escrita. Deshonestidad narrativa, que no moral, y que evidencia que estamos ante una novela que bien podría calificarse de mal escrita, mal estructurada, engañosa literariamente hablando, manipuladora, ideológicamente tramposa (por cuanto el juicio que se busca se logra hurtando información). Ante una novela que los padres canónicos podrían descalificar de un plumazo llamándola novela de tesis.

En efecto. Si el argumento de la novela, como puede constatarse, conlleva el desarrollo de dos líneas argumentales bien diferenciadas: una sociedad basada en el contrato mercantil y los valores que lo hacen posible, contra una sociedad que rechaza ese contrato, parece lógico (desde una lógica democrática y o sólo en el sentido formal del término) que ambas líneas se desarrollen conla misma igualda dde oportunidades a fin de que el lector - cuyo juicio se está implícitamente reclamando - pueda decidir honestamente. Nada de esto sucede. Mientras que de los personajes del bando pro-contrato mercantil vamos a tener información de todo tipo: sus actos y pensamientos antes de embarcar, sus discusiones y reflexiones, sus sentimientos, sus biografías, sus físicos más o menos ofrecidos con detalle, etc., de los piratas toda la información - salvo en el caso de Silver - es irrelevante o estereotípica. Nada sabemos de sus biografías, nada de sus sentimientos, de sus famílias, de sus sueños. Ni siquiera de sus "leyes" sabemos gran cosa. Asistimos, por ejemplo, a las muchas reuniones y discusiones "civilizadas" del bando mercantil pero cuando la acción nos daría opción de asistir al acto democrático que el "reglamento" pirata contiene para discutir la posible deposición de Silver, tal acto se nos escamotea. El capital de "complicidad sentimental" con que, por ejemplo, están dotados Hawkins o el capitán Smollet no es compensada narrativamente con un capital semejante para cualquier otro personaje del bando de los rebeldes al pacto mercantil. Salvo Silver. Por qué Silver.

Porque Silver acepta el pacto mercantil, el intercambio de mercancías. Sabe que está tratando con negociantes y para estos la palabra dada es garantía sagrada, porque esa confianza descansa su civilización, su negocio. Por eso pacta la vida de Hawkins (sin leer a Marx sabe que la vida es también una mercancía) y por eso se salva. Por eso nos despierta simpatía: primero porque narrativamente se le ha hecho diferente del resto casi anónimo de piratas (tiene pasado, biografía, futuro), segundo porque están en el ajo, sabe de qué va la vida: conseguir condiciones ventajosas para lograr contratos ventajosos y con un añadido, además, admirable par ala moral individualista que subyace a la moral del contrato como encuentro de voluntades libres: cuando le conviene altera el pacto. Cuando le conviene, es decir, cuando no pone en cuestión contrato dominante. Roba al final una pequeña bolsa con dinero (al fin y al cabo es su recompensa mercantil por haber pactado) pero ¿hubiera sido conveniente para la simpatía narrativa con que es presentado robar todo el tesoro y dejar al caballerete Hawkins y demás caballeros sin su correspondiente beneicio.

Termino aquí esta crítica-ficción y pregunto ¿Es hoy posible una lectura así? ¿Desde qué sitio puede hoy reclamarse un más amplio tratamiento del personaje de George el pirata que perece a manos de Silver? ¿Desde qué lugar literario puede darse aviso hoy de que el argumento de esta novela está mal argumentado? ¿En qué revista mercantilizada o no mercantilizada se publicaría tal crítica? ¿Qué crítico estaría dispuesto a suicidarse profesionalmente al publicarla?

Constantino Bértolo, 'Una crítica imposible de la isla del tesoro' dentro de La isla del tesoro: Estudio gráfico y literario sobre la obra maestra de Robert Louis Stevenson.

(Telón de fondo) El tiempo de los sueños carece de futuro; es como el cielo de los decorados de teatro: un eterno presente prodigioso pero a la vez infinitamente melancólica porque adivina que sería el cielo de la felicidad si no fuese pintado.

Rafael Sánchez Ferlosio, Campo de Retamas (pecios reunidos)

miércoles, septiembre 09, 2015


Edmundo pidió también algo de comer. No tenían más que patatas frías y un queso muy fuerte. Él pidió las dos cosas. Estaba contenta. Le alegraba que Cristina se hubiera atrevido a hablar de él, y ahora ponía en segundo lugar la opinión la opinión de Cristina sobre lo de su padre. Puso el plato de queso en la mesa, luego la cesta con el pan y el plato de patatas.

-¿A qué hora sale el autobús que va a Gijón? - preguntó.
-A las dos y diez, ya debe de haber pasado. ¿Tenías ganas de ir a Gijón?
-Se me ha ocurrido ahora, cogernos el día libre.
-Si quieres lo intentamos - dijo Cristina -, pero tendríamos que salir corriendo y llegar empapados a la parada y es casi que ya habría salido.
-No, déjalo. Cuando no llueva lo hacemos.
Cristina se acabó su vermut.
-Estaría bien tener un coche - dijo.
-Y un helicóptero.
-Un coche no es lo mismo que un helicóptero. Un coche de segunda mano puede costar noventa mil pesetas, o menos.
-Yo tengo el carnet, pero casi no he conducido.
-Yo si. Podríamos practicar. Un sitio como éste es muy bueno para coger confianza.
Edmundo percibía el optimismo del alcohol, un paño de agua tibia alrededor del cuerpo.
-Lo pensaremos - dijo -. Cristina ¿cuando empezaste a estudiar ya querías escribir libros de política?
-No. Se me ocurrió en cuarto, con aquel profesor que te conté.
-¿Con el que tuviste una historia?
-Si, bueno, llevaba dándole vueltas desde antes. En realidad, creo que salí con él por eso.
-¿No te gustaba?
Cristina echó la silla contra la pared, apoyándola sólo sobre las patas traseras. Recostada, las piernas colgando, sostenía con los dedos de la mano izquierda el vaso de vermut y lo balanceaba.
-Me atraía sí. Pero fue una historia muy corta, lo dejamos a los tres meses. Germán conseguía hacerte creer que eras una gran persona. A mi me convenció de que yo iba a inventar una nueva corriente política como mínimo. Sólo que era muy vanidoso. Te hacía creer eso para que no pareciera que él estaba teniendo un rollo vulgar con una alumna.
-Y tú te diste cuenta.
-Si, algo en su situación no le salió bien. Tenía una sonrisilla bastante falsa, a lo mejor fue un detalle así de tonto. El caso es que pensé que nunca haría nada, que dentro de veinte años volvería a la facultad y me lo encontraria diciéndole a otra alumna las mismas cosas que me decía a mí, con su misma sonrisilla, sin haber publicado un solo artículo interesante.
Edmundo dibujó con el dedo una hoz y un martillo en el pantalón de Cristina, sobre el mundo.
-De todas formas le buscaste para que te convenciera de que podías ser el nuevo Marx del siglo veintiuno.
-Sin exagerar - río ella -. Digamos que le busqué porque quería que viera que yo no me iba a limitar a hacer muestreos electorales. ¿El último? - dijo señalando el vaso casi vacío de Edmundo. El suyo estaba por la mitad.
-No, gracias, beberé un poco del tuyo. Cristina ¿tú también tienes un plan?
-¿Qué quieres decir?
-Una vez te pregunté qué harías después de sacar las oposiciones y me dijiste que no los abías, pero ahora veo que sí.
-Ah, por lo de los libros. Eso no es un plan, Edmundo. Supongo que todos queremos hacer algo más que ir a una oficina de ocho a tres hasta que nos muramos. Todo el mundo tiene la fantasía de ser alguien.
-Ser alguien. Yo no sé si quiero ser alguien.
-Pero cuando me has preguntado has dicho tú "también" tienes un plan. Has dicho "también".
-El plan de que nos echemos una siesta, creo.
-Si, yo no voy a tomar ni café - dijo Cristina, aunque Edmundo estaba segura de que ella había recogido la palabra plan y volvería sobre el tema más tarde.

La lluvia seguía cayendo. Eran las tres menos cuarto de la tarde y parecía de noche. Se echarían la siesta, harían el amor con un deseo vuelto contra ellos mismos, lo harían para negar que estaban algo perdidos, que se aburrían, que dudaban del otro porque habían empezado a dudar delfuturo, y algo más tranquilos después, se dormirían para despertarse a las cinco y media o tal vez seis, y que siguiera lloviendo, y tener toda la tarde y la cena y la noche por delante.

Belén Gopegui, Lo real