Enterrado (Buried, 2010, Rodrigo Cortés)
Debe acreditarse al estupendo Rodrigo Cortés con al menos dos inesperadas osadías: la primera, la de crear una fábula pre-crisis económica con demiurgos/supervillanos absolutamente visionaria llamada Concursante (2007) y la segunda la de buscar en el guión de Chris Sparling algo parecido a un discurso autoral.
Esta película es un ejercicio de virtuoso situada en un escenario, en la que el duelo de Ryan Reynolds con miles de voces deviene hábil thriller con puntos muertos de humor y amor que intensifican el conjunto para sus momentos más horribles, pero también una suerte de comentario interesantísimo en lo que los medios llamaron daños colaterales (glorioso eufemismo para hablar de víctimas): absoluta lejanía del clima sociopolítico, inoperancia de las fuerzas de seguridad, desesperación nada sentimental por parte del villano, una empresa que le trata como a una pérdida económica significativa y que resuelve su posible asesinato en términos burocráticos y jurídicos con una convicción impasible, etcétera. Cortés parece confiar en todas las herramientas de su cine y su trabajo de montaje es increíblemente eficaz: cortes rápidos para los momentos de shock, para los cruces oníricos y demás.
Situando a la vícitma en primer plano, un prodigioso Ryan Reynolds, muchos de estos efectos pueden ser menores, pero basta con pensar en lo triste de su final y en el admirable hecho de que Cortés reinventa el cine espectáculo con una dirección que no parece detenerse en cuanto a una imaginativa planificación y que parece sacar un vibrante relato de ansiedad y de tiempos de peligrosa reconstrucción del escenario mínimo.: es cierto que Hitchcock, uno de los posibles modelos formales de este thriller junto a la set piece de Tarantino en Kill Bill vol. 2 (2004) o Náufrago (2000), fue siempre un moralista más ocupado del ser humano, mientras que Cortés parece empeñado en hacernos notar las inabarcables connotaciones de un sistema condenado a la entropía y la impotencia. El glorioso punto muerto del final somete al espectador ante las mentiras de un mundo que ni él ni su protagonista llegan a comprender. Cualquier atisbo de entenderlo puede significar una sorpresa fatal, espuria.
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