viernes, febrero 09, 2018


En el brillante sol de la tarde uno veía que su piel ya no era como los lirios blancos, tenía el matiz de marfil de las gardenias que empiezan a marchitarse. La mata de negro azulado parecía más que nunca demasiado abundante para su cabeza. Tenía arrugas, y cierta nueva tirantez en las comisuras de la boca. Pero lo asombroso era cómo estos cambios podían esfumarse en un instante, borrarse por completo con un destello de personalidad;  y uno lo olvidaba todo de ella menos a ella misma.

Willa Cather, Una dama extraviada. Traducción de Ismael Attrache.

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