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martes, agosto 05, 2014





No, no se ama la virtud y es posible que ni siquiera el amor pueda superar el innato horror a la virtud ajena, pues en verdad sólo se amará aquello que subyuga y por consiguiente estará siempre separando de un abismo, con medio cuerpo inmerso en una zona oscura. Y no puede ser sino pecaminoso; las armas reblandecidas en una lucha húmeda, el cuerpo a cuerpo sin fisonomía, en una luz indecisa. Pero para eso es preciso montar una comedia presentable al público: belleza, honradez y buenas intenciones. Un día de sol, de una primera primavera en guerra que no había querido amedrentarse ante la belicosa agitación que todo lo invadía tras el letargo invernal, y aún pugnaba con éxito por brindar los frutos de la paz en los campos de los aires seminales, se vienen abajo todas las normas. La moral es un castillo de naipes, la caída de una pieza resulta decisiva. Cuando se elige el pecado y la pecadora - y precisamente por ser pecadora - y queda recusada toda clase de redención (cualquiera que sea el resultado de esta guerra) y se acepta formar parte de los Enoc o los Irad y se dejan atrás los padres y la casa y la mayor parte del prójimo, la hombría de bien, el provecho y el respeto a los demás, se diría que se sale al aire fresco de la mañana tras una interminable noche en un sótano; en aquel instante comienza el curso del tiempo, tras haber cercenado la historia de un tajo; pero esa mañana dura poco, el aire libre agota y la memoria (o será el metabolismo, ese inencontrable principio de individuación que a cualquiera autoriza a seguir siendo el mismo aun cuando sólo sea una combinación sui géneris de los seres y sales que le rodean) exige estar a cubierto. La rebelión, a la larga, sólo produce melancolía y en este mundo dominado por el rozamiento, la quietud termina por imponerse en cada elemento individual  que nació, creció y se desarrolló gracias al movimiento. Te estoy hablando desde una posición privilegiada que tú me procuraste, con tu marcha; no sería así si hubieras tenido ala atención de volver, no para atar los cabos que dejaste sueltos sino para explicarme - sólo a mí, a nadie más que a mí- - la razón que te movia a dejarlos así; pues a pesar de justificarlo una y otra vez como una sutil maniobra pensada para el provecho de los supervivientes todas las mañanas despierto con los labios cortados por los reproches a tu falta de atención y aún cuando todo el día no haré sino repetirme que la "deuda está pagada, y hasta con intereses" ninguna noche cerraré los ojos sin decirme "pero no en persona". Sólo los paralogismos del principio de contradicción han llevado a los fundamentos de nuestras creencias la convicción de que hay verdad puesto que hay errores. Es cierto, hay errores pero no verdad. Hay algunas cosas ciertas que sirven de bien poco pero no existe esa abstracta e inexupgnable propiedad de convertir en piedra nuestras gaseosas conjeturas. ¿Quién conoce todos los órdenes de una frase? ¿Y qué frase puede alcanzar el estado absoluto? ¿Y quién nos engañó con su empeño de buscar lo cierto? ¿Cuál es la virtud que incandesce los filamentos de nuestro tiempo?

Juan Benet, Saúl ante Samuel.

sábado, enero 25, 2014

  
                                                                                                                            
                                                                                                               Madrid, 17 de Mayo de 1965

Querida Carmiña:

Lo cierto es que el saber viene en nuestra ayuda en muy raras ocasiones. Desde la infancia hemos adquirido un saber - distinto del saber profesional y de aquel puro objeto de goce que interesa al sabio- en la confianza de que un día nos habrá de servir para ayudar a resolver una situación ante la que no hay experiencia. Pero ocurre que muy raras veces esa experiencia coincide con un dato del archivo y toda esa acumulación de conocimientos se demuestra inaplicable, gratuita y ociosa. Es siempre el análisis de la experiencia lo que puede arrojar cierta luz; todo lo demás es un hábito - apenas transmisible ni codificable-, una manera de ver las cosas que sólo en cuanto método sirve para aproximarse a las - como iría tu buena amiga- nuevas vivencias. ¡Horrible expresión! Pero la he empleado a propósito: cuando nuestros jóvenes y pedantes conocidos la emplean con tanto énfasis están inconscientemente traduciendo la enorme alegría que les debe producir vivir una cosa nueva; nacer a ella y - sobre todo - con ella, descubrir un algo oculto de nuestra persona que había pasado desapercibido y que se pone de manifiesto con la nueva situación. Y ahora yo te pregunto ¿pero es que hay esas nuevas vivencias, esas neuvas situaciones? Yo no las veo por ninguna parte. Me malicio que cuando nos reímos de la expresión, lo que ocurre es que nos estamos burlando del significado. Y sucede que en cuanto a vivir, disfrutar, padecer, nos queda bastante poco que aprender. Pongo el acento sobre el carácter emocional de la acción. Porque con todo lo que queda por contemplar; todas las personas que - todavía- se pueden y deber conocer; los libros que hay que leer, los paisajes que visitar, la música que oír (y la comida que echarse al cuerpo), con todo y con eso - y dejando aparte pequeñas variaciones de segundo orden que son las que pautan las diferencias con sus emociones humanas-, lo que todo ello nos va a procurar se va reduciendo, cada hora y cada día, a cosa pasada y conocida. Es una situación un tanto paradójica: el espíritu se siente saturado y - en cierto modo- envejecido porque conoce todo lo que el mundo le ofrece a su conocimiento; no es ni mucho menos así pero para no desmentirse ni tener que abandonar una posición en la que, aun con ser un tanto despectiva y despechada, ha encontrado acomodo, cuando el espíritu se encuentra con algo nuevo gusta de referirlo al sumario de emociones conocidas, quizá con el fin de no tener que consumir la enorme energía que requiere toda sorpresa. De forma que llega un momento en que él mismo se configura una estructura en la que no caben las famosas nuevas vivencias.

Pero hay más: y es que, para no engañarse a sí mismo y evitarse el trauma que le produciría una tal contradicción - la inteligencia de la novedad de una situación que vendría a desmantelar un cierto y caro escepticismo basado en la fe en la experiencia-, el espíritu reflexiona y anticipa tales situaciones para no verse sorprendido en el momento de vivirlas. De forma que es para el hombre que no sale de su habitación para quien el mundo tiene menos sorpresas pero no por un ánimo cobarde que le impide salir de ahí y le prohibe conocer sino justamente por lo contrario: porque no sale para evitarse la molestia de enviar al cuerpo fuera y malgastar sus energías con lo rutinario y, en cambio, manda al espíritu a que explore por ahí fuera a fin de que le traiga exclusivamente lo que podría constituir una sorpresa en caso de vivir una situación inesperada. Y esos datos los almacena en un afán un tanto avaro: al espíritu le fascina resumir la emoción de un acto vivido, solamente presumido. Se dirá que eso lo convierte enseguida al patrón oro, lo reduce a su valor en lingote y lo almacena en una tenebrosa cámara que vigila día y noche y adonde sólo entra para inventariar su tesoro y para, de tanto en tanto, depositar una pieza más. Es lógico que, en esa situación, se preste muy pocas veces a contrastar el valor de sus divisas con la cotización real que se lleva en la calle. Un día resulta que sale a la calle y se encuentra con una situación que él conoce de sobra pero que no ha vivido: si no se produce la sorpresa sin duda volverá a casa satisfecho - satisfecho de su lucidez, de su previsión, de su capacidad de análisis, de su de su capacidad para la comprensión y para la reducción al patrón-idea de toda no-vivencia- pero amargado - porque, en definitiva, toda su economía estaba basada en que se tenía que producir la sorpresa. Nada le gustaría más que confesarse en ese trance: "Tenía razón cuando creía que esto traería sorpresas. Me equivoqué respecto a la naturaleza de ellas y en eso, justamente, radica la sorpresa". Pero lo que tiene que reconocer es justamente lo contrario: que al haber acertado sobre su naturaleza ha anulado su petició n de principio, y eso es lo que - tras satisfacerla - le amarga y le convence de que no existen novedades en el mundo en que vive, que no tiene otro valor que el que ha acumulado en su sombría caja fuerte. Todo esto es un galimatías pero ¿no tiene algo que ver con el oficio de novelar, de inventar y sacar sorpresas de lo que no se vivió?

Seguiré.

Juan

¿Qué te parece el nuevo lápiz?

Juan Benet / Carmen Martín Gaite, Correspondencia.

miércoles, enero 15, 2014


Hubo un momento de perplejidad gracias al cual hasta las caras, los rincones más familiares cobraron un nuevo sesgo y, se hubiera dicho que - ocultándose tras las esquinas-, hasta los muertos habían sido violentados de sus tumbas por aquella voz terrible y átona para vagar al atardecer, con la camisa desabrochada, en pos de un silencio perdido. Ya no era cosa cosa de memoria porque la radio no dejaba recordar nada. Desmemoriados, trataban de encontrar un principio de conducta entre una maraña de sentimientos: venganza y miedo, desprecio y afán. No lo buscaban en la memoria que acaso no es sino la piedra que cubre un hormiguero el cual - una vez levantada por la mano infantil, asesina o curiosa - no sabe hacer otra cosa que correr en contradictorio frenesí, sin otra protección entre el cielo y la colonia que el miedo mutuo.

Juan Benet, Volverás a Región.

domingo, junio 23, 2013


"No le voy a pedir que me diga lo que tantas me he dicho a mí misma y no habría tenido que decírmelo si hubiera conocido un solo instante de reposo. No aspiraba a otra cosa porque de todo lo demás, incluida la fidelidad, me creía ya curada. Pero el cuerpo que envejece sin haber recibido la confirmación de la gloria juvenil mira con aprensión y zozobra un futuro cercenado por la esterilidad, un ánimo en decadencia que ni siquiera se atreve a reconocer con honradez y aflicción la suma de sus males sólo porque una memoria desoediente y procaz gusta de recrearse con otra edad engañosa. Hubiera sido mejor silenciarla, reducirla a lo que es; porque la memoria - ahora lo veo tan claro - es casi siempre la venganza de lo que no fue - aquello que fue se graba en el cuerpo en una sustancia a donde no llegan nuestras luces. Quizá me equivoque, pero ahora me parece tan evidente...sólo lo que no pudo ser es mantenido en el nivel del recuerdo - y en registros indelebles - para constituir esa columna del debe con que el alma quiera contrapesar el haber del cuerpo. Así que la memoria nunca me trae recuerdos; es más bien todo lo contrario, la violencia contable del olvido. No tengo intención de decirle hasta dónde llegaron mis quebrantos, ni cuanto se secó la fuente de la fidelidad, ni en qué lecho, entre qué sábanas terminaron mis abrazos y los anhelos, qué clase de ilusiones dieron fin a mis esperanzas - porque una fortuna concluye siempre con un papel de prestamista o una carta de pago, ay, no en el desenfreno de una despedida. No sé si he vuelto o he venido por primera vez a comprobar la naturaleza de una ficción, pero en tal caso, ¿qué curación cabe esperar si mi propia vanidad me impide hacerme cargo de mis propias creencias, si mi amor propio - de acuerdo con la confesión - manda sobre mi voluntad? Entonces me dije: mírate por dentro ¿qué guardas en el fondo de tu más íntimo reducto? Ni es amor, ni es esperanza, ni es - siquiera - desencanto. Pero si aplicas con antención el oído observarás que en el fondo de tu alma se escucha un leve e inquietante zumbido  hecho de la misma naturaleza que el silencio -; y es que está pidiendo una justificación, se ha conformado con lo que ahora es y sólo exige que le expliques ahora por qué eso es así.

Juan Benet, Volverás a Región.

sábado, junio 22, 2013


Concedo , por consiguiente, que el divorcio se asemeja a ese acto de buena administración gracias al cual se trata de poner fin a ese semptierno "estado de cosas que no puede durar", ese conjunto de tragas legales y sociales que te tiene maniatada y entristecida, que te está haciendo perder muy buenas oportunidades (como esa mercancía dipositada en un puerto franco y que a falta de un papel de la aduana nadie se atreve a adquirir, incluso a un precio ventajoso) y está transformando tu capacidad de futurición en aceptación de pretérito, tu capacidad de culpa en conformidad y humillación, tu sentido de la responsabilidad en esa frivolidad que justifica todas sus licencias con la falta de libertad; y tu edad de vergüenza en un falso descoco - que tú eres la primera en aborrecer - disimulado bajo el amplio manto de las instituciones sociales de carácter estable. Concedo que con tu divorcio podrás asumir una verdad responsabilidad de la que, en el mmento actual, cobijada bajo la ley de fuerza que otros te imponen, te puedes zafar con cierta facilidad con sólo atender las oligaciones maternales y contractuales (y eso te lleva a ti poco trabajo y apenas te produce quebraderos de cabeza) propias de tu estado. Concedo que tras el divorcio esas obligaciones cobrarán su verdadera dimensión y todo su valor; que el cuidado, la educación y el cariño de tus hijos, que el respeto, el aprecio y una cierta fidelidad para con tu marido, los celarás y conservarás a costa de momento de libertad y no, como hasta ahora, para cumplir una obligación o llenar el vacío de las largas horas de un cautivierio ocioso e inútil. Concedo que tras la liberación que te ha de procurar el divorcio podrás ser una persona con capacidad de autodeterminación - como ahora se dice - en lugar de esa otra, no dueña de sí misma, que vive bajo la férula de otro; y que sólo a partir de esa decisión tus actos tendrán un sentido propio y una significación cabal, como todos aquellos nacidos en un ámbito de libertad. Concedo todo eso a regañadientes porque sólo me lo creo a medias; porque ya no te concedo (y ardo en deseos de decirlos) es que una vez divorciada vas a ser más capaz de cumplir tu futuro que lo eres ahora. Por ahí si que no paso.

En primer lugar porque el cumplimiento del futuro exige una coincidencia que muy rara vez se da: la que ha de existir entre el programa y su realización. Se puede examinar esta pequeña cuestión con un enfoque combinatorio; así, pues, por el hecho de divorciarte (como por otro hecho cualquiera) tu situación cambi y a la vista de eso pues:
-conservar el mismo que tenías cuando caada para sólo mejorar la posibilidades de llevarlo a cabo, o bien
-cambiar el programa y los recursos para alcanzar una meta distinta - y por una vía distinta - a la que informó tu vida de casada.

A poco que recapacites sobre ello te percatarás de que las tres modalidades se reducen a la última, siendo que el programa para el futuro y los recursos para llevarlo a efecto son cosas que están íntima e indisolublemente ligadas ligadas a toda persona sensata. A poco que cambie uno se alteran los otros. Y si al decir de la gente enterada tanto el programa como sus posibilidades de ejecución cambian cada día ¿qué cabe decir de ese día en que tomas una decisión dictada por la necesidad de cambiarlos? Tú esperas que tu vida a partir de ahora tome un sesgo diferente, que tu futuro se va a ir separando uniformemente de aquel que abrigabas con anterioridad; tu meta ya es distinta, tus pasos distintos y del hecho de que se separaron los antiguos - en la convicción de que los han de mejorar - es de donde has extraído las fuerzas necesarias para tomar la decisión inicial donde se localiza la separación. Sin embargo, ambos programas tienen una constitución común; los dos son unas conjeturas y aquí entra lo grave: porque la segunda - la nueva - por ser más exigente, extravagante e imaginaria, es más inverosímil. El programa antiguo - trazado en un ámbito en el que la presunta carencia de libertad no es más que una justificación de su modestía - mal que bien se había decidido por una serie de metas posibles y alcanzables que, conseguidas día tras día, si no eran válidas para revolver el problema general de la felicidad al menos servirían para aplazarlo, mitigarlo y quien sabe si restarle casi toda su influencia sobre la persona.

Juan Benet, Puerta de Tierra.

viernes, mayo 17, 2013


"Las grandes añagazas sólo se comprenden muy tarde, cuando al no quedar tiempo para las enmiendas, el espíritu comprende que muchos errores que no podrán ser corregidos constituirán el sudario de unos cuantos aciertos; con cuánta frecuencia el arte une a su elegida a la mujer que hablará por su boca, para quedarse a solas con él rumiando un lenguaje privado"

Juan Benet, Otoño en Madrid hacia 1950

lunes, mayo 13, 2013


"Un día, como digo - y quizás en el momento en que menos me podía interesar -, surgió el recuerdo y con él el refrendo de un convencimiento que si en un principio llegó a molestarme, con el tiempo paso a constituir una verdadera obsesión. Nunca he comprendido cómo la desaparición temporal del recuerdo se achaca al olvido, desmentido por tantos fenómenos, porque de la misma manera que la roca sedimentaria guarda en su seno todas las huellas de los seres que dejaron su impronta cuando tan sólo era un légamo blando e impresionable, así la memoria puede cobijar y atesorar todo lo que en su día tuvo la consistencia necesaria para dejar un rastro indeleble. Y de todo ese terreno ignorado del cual nacen las conjeturas y las hipótesis - de la misma manera que no se llama arqueología a todo lo que se supone que esconden las arenas del desierto sino al conjunto de restos extraídos de é y sobre el que se ha edificado una ciencia de la reconstrucción  no - no se puede llamar memoria tanto a una facultad como a los resultados que el hombre ha sido capaz a su propia luz y que - en general - son tan escasos que bien puede decirse que apenas constituyen una base sólida para cimentar un conocimiento de lo que ha sido. Me pregunto muchas veces: si no fuera por los demás ¿qué sabríamos de nosotros mismos? ¿qué sería la niñez sino un espejismo contradictoria e incontrastable? Y qué de enigmas no presentan un carácter acuciante y misterioso en virtu dde que unac ontinuidad vital, garantizada por el organismo, se despreocupa de dar continuidad al conocimiento de tal hecho. Porque de treinta o cincuenta años vividos ¿qué es lo que se conoce con seguridad? En verdad lo único que se siente- no se sabe- de firme es que han sido vividos y recogidos y resumidos más por la ignorancia que por uns aber que - con la ausencia del cuerpo y gracias al olvido - siempre está dispuesto a desatender y abandonar su cometido. Una gran parte de recuerdos están acompañados de una sorpresa o de una intención muy acusada; y yo me imagino que ese medio denso, opaco e impenetrable a la investigación y verificación en el que quedan grabados tantos hechos de nuestra vida, sólo es susceptible de ser impresionado por loinsólito y en cambio - como esa losa marórea cuajada de conchas indiferente a los pies que la hollan, que no hacen sino desgastarla - es capaz de enfrentar toda su dureza y tenacidad al registro de las costumbres. Así que una gran parte de lo que es costumbre no lo guarda tanto la memoria como un saber distinto, emparentado con el proyecto de existencia que todo hombre se hace y que poco a poco va traduciendo en hábitos. La memoria guarda un viaje, un amigo l que no se le ha visto en años o una caída infantil pero con mucha frecuencia lo hace tras reducir todo ello a estampas insaboras, despojándolas de un sentir que las envolvía en el momento en que sucedía; se diría que se trata de un proceso esterilizador gracias al cual el recuerdo queda conservado desprovisto de unos sentimientos que de no ser extirpados fermentan; qué poco sabe, por consiguiente, en una primera instancia, cuando la burbuja va aflorando a la superficie, arrastrando tras ella mil otros detalles sepultos e intactos que le siguen en su camino a la conciencia, de todo ese maremágnu emocional que envuelve a la más intrascendente herida en una rodilla para cuya imperfecta comprensión sería menester más tarde hacer uso de la adivinación con tanta o más intensidad que cuando se pretende adentrar en el tiempo no vivido; ha grabado sí la caída pero qué poco dice del camino del colegial, repetido cientos de veces cada día de distinta manera, o del hastío domiical salvado cada domingo con una ilusión diferente, a causa de esas imágenes tópicas envolventes de los mil caminos y las mil tardes y los cientos de domingos - todos parecidos y ninguno semejante - que constituyen nuestro andar Si a eso se añade que a medida que vamos creciendo oe nvejeciendo más análogas son nuestras tardes y más simple esa imagen única que las envuelve, simplifica y representa, se comprenderá una razón por la cual cada día se hace menos uso de la memoria, no tanto un órgano ni una función como un saber que, sobretodo, fue utilizado y aprovechado antes de los trenta años"

Juan Benet, Una meditación