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martes, mayo 08, 2007

La velocidad de las cosas: Una review amnésica

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En su imprescindible Desvíos, el crítico Ignacio Echeverría define a Rodrigo Fresán como un escritor mutante de libros, por lo tanto, mutantes. Esta definición creo que entronca muy bien no sólo con toda la obra del autor sino con su opus máxima que es La velocidad de las cosas (que, bien mirado, podría ser el título de su obra completa).

Por suerte, no demoraron en aparecer los fantasmas.

Los fantasmas abrigan.

Pero tampoco es justo calificar, ni mucho menos clasificar la obra fresaniana como algo lleno de opus máximos y menores ya que (a falta de devorar Mantra) en su ya penúltima obra Jardines de Kensington se reinventan todas sus constantes.... y, asimismo, tanto ésta como casi todas sus obras son ampliadas constantemente.

Mientras alguien crea en ella, nunca habrá una historia que no pueda ser verdadera. Semejante idea - lo más parecido a la noción impalpable pero real de un Dios ante el cual los escritores del mundo se arrodillan y rezan y agradecen los dones más o menos recibidos - se hace todavía más interesante cuando lo que va a narrarse es sencillamente La Verdad.

Portnoy ya se acercó con relativo escepticismo pero mucha agudeza a este libro infinito: consideró que, sin duda, abría muchas posibilidades narrativas pero se quejaba que en su relato central no hubiera ningún cierre de caminos sino más oberturas. Y es cierto, Monólogo para el hijo de puta con ballenas y hermanita fantasma es el mayor desafío al que se enfrenta el lector: durante el viaje uno tiene una sensación de incertidumbre y adversidad que intuyo que buscaba el mismo Fresán.Porqué la naturaleza metamorfoseante del libro así lo requiere y a la máxima conclusión que podemos llegar es que es, sí, otra cosa.


Vivimos en colores, soñamos en blanco y negro, morimos en variadas tonalidades de gris.
La memoria es sepia.

Los relatos son como el tracklist del libros, pero no nos llevemos al engaño. Fresán complica y turmixea, en términos formales, a cada paso o relato y el título o división poco importa: a las 40 páginas estamos sumergidos en una fascinante caja de muñecas rusas inagotables en una estantería invisible. A mi particularmente me encantó el salingeriano Pruebas irrefutables de vida inteligente en otros planetas, tal vez el cuento (y lo digo arriesgándome a llamar así a las interferencias del libro) más emotivo de Fresán, ever, con una atmósfera que me recordó mucho a los momentos más preciosos del imprescindible Viaje de invierno de Charles Baxter. Tampoco puedo olvidar (obviando conscientemente el imprescindible y antaño mccondiano Señales captadas en el corazón de una fiesta: lo más parecido a la radiografía de cualquier momento de nuestras vidas) el clímax a la Millhauser que supone Los amantes del arte. O la sensación que tiene uno al leer Chiva Gonçales Silvas como si fuera una cara B idéntica y oscura de sus Señales... Y Fresán se reserva un arranque de sinceridad pletórica para el final.


"Hubo un tiempo en que eran los escritores quienes determinaban la velocidad de las cosas. "

Es al final cuando el libro se revela como una suerte de dickensiana narración de los fantasmas del ayer, hoy y mañana. Al fin y al cabo, de nuestra memoria y de nuestro pasado. De nuestras historias.

Si Enrique Vila-Matas es el escritor de escritores y juega con la metaficción, Fresán es el escritor gravitacional. Como su amada portada del Sg. Pepper's sus novelas son universos que gravitan sobre sí y ahí esta el precioso y preciso final de La velocidad de las cosas para confirmarlo.

+ Fresán.: Esperanto - Nadie me entiende