Decía Ricardo Piglia que las novelas de Thomas Pynchon y Philip K. Dick trataban sobre de la destrucción de la memoria. Lo decía en un ensayo en el que hablaba sobre el último cuento de Borges: La Memoria de Shakespeare. El personaje de Borges heredaba antes de morir algo: la memoria personal del dramaturgo inglés.
Estas dos metafóras servían a Piglia como crónicas de una reacción ante la posmodernidad. El final de Lost ha trabajado sobre estas ideas y el resultado ha sido enteramente sofisticado. Ha hablado de la posibilidad, remota, de generar una ilusión en la que todo vaya bien. Pero los personajes han muerto ya. Las imágenes elegíacas del avión estrellado no eran una ensoñación, como de un modo confuso han interpretado la mayoría de media, sino otra cosa.: un rastro. El universo alternativo en el que transcurre la serie es un Limbo. El papel de Desmond, el hombre que viaja entre las realidades y entre los mundos, era claro: recuperar la Memoria compartida, la memoria de la isla. Memoria, que por cierto, es la gran metáfora del fan, marcado por el directo de la serie (proporcionado por Internet): es nuestra memoria porque son nuestros últimos cinco años. La escena de la reunión en la iglesia, es, como ha dicho Jorge Carrión, metalingüística: son los personajes/actores en una cálida despedida de los fans.
Recuperando la memoria, los personajes de Lost pueden desaparecer. Es una idea hermosa y poética: donde permanecerán es en la nuestra. Al fin.
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