
Danny Boyle nunca me ha terminado de gustar. Yo creo que se ha pasado toda la vida, tras su clásico instantáneo Trainspotting, buscando hacer un tipo de película que, al menos para mi, acaba de conseguir. Si descartamos sus dos comedias raras con John Hodge (Alien Love Triangle, A Life Less Ordinary) logra por fin su mejor creación artística con Alex Garland.
El problema de 28 dias después es que era una película que se veía a si misma mejor de lo que era: lo que no quitaba que fuera una cinta tan correcta como en el fondo pedante y pagada de si misma, como esos amigos egocéntricos que todos tenemos a los que en el fondo queremos (no muy cerca, cierto), con sonrisilla medio simpática.
Sunshine, por suerte, no está planteada como la cinta más original de ciencia-ficción de la década con ese halo de ambición desmedida que si (para bien o para mal) tiene la última de Aronfosky, The Fountain. Más bien, Boyle ha sacado lo mejor de propuestas anteriores suyas, como beber de cierta tradición de cine fantástico inglés (Clive Barker) para reabrir rutas perdidas y sobretodo componer una película de ciencia-ficción que cubrida de capas de recursos innovadores (toda la media hora final como dijo Noel es loca, loca, loca) en lo que en el fondo no deja de ser un Sci-Fi Tales más, con un protagonista canónico (Kappa, el científico) que nos cuenta la historia.
De la cinta de Boyle el elemento más interesante lo veo en el tratamiento de sus personajes: por fin, una cinta de ciencia ficción que rompe con la via de tratamiento del arquetipo total (el traidor en la nave, etcétera). ¡Ojo! Con esto no estoy diciendo que el arquetipo no sea una forma válida, y es más, muchas veces es preferible a ver el tratamiento de psicología de manual que le dan a otros personajes (lo que no deja de ser la forma peor del arquetipo). En todo momento hasta que se revela la amenaza, Boyle se asegura que desconfiemos de todos (y sobretodo del psquiatra y su maravillosa obsesión, la resuelve de una forma coherente que no tópica). La obsesión por la mirada de todos sus protagonistas (y el hecho de que veamos borroso al villano) es otro de los juegos manieristas de Boyle que en esta cinta encuentran, otra vez, una salida necesaria tras el subidón welshiano.