No me pareció del todo mal que los católicos se impusiesen la castidad 
prematrimonial, con los ojos cerrados el novio podía seguir el viaje de 
la sangre desde el corazón hasta los órganos periféricos, lamiendo las 
paredes de las venas, y anticipar el desnudo al que, después de abrirse 
paso entre masas de pavor y de emoción, podría picotear la noche entera 
iluminados por una luna empapada en miel.
Gonzalo Torné, 
Divorcio en el aire.
 
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