miércoles, julio 09, 2014


Esos valores se transfieren inevitablemente de la vida a la novela. Este libro es importante, da por sentado el crítico, porque trata de guerras. Este otro libro es insignifcante porque trata de los sentimientos de las mujeres en un salón. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda      - en todas partes y con más sutileza la diferencia de valores persiste-. Toda la estructura, por consiguiente, de la novela de principios del siglo XIX había sido ergida, si se era mujer, por una mente algo desviada de lo recto, y obligada a alterar su clara visión en obsequio de una autoridad externa. No hay más que ojear aquellas viejas novelas olvidadas y escuchar el tono de voz en el cual fueron escritas para saber que la escritora está enfrentándose con la crítica; ella decía tal cosa para agredir, tal cosa para conciliar. Admitía que era "sólo una mujer", o afirmaba que "valía tanto como un hombre". Salía al encuentro de la crítica según su temperamento, con diferencia y docilidad, o con enojo y énfasis. No importa cuál de los dos; estaba en otra cosa que en la cosa misma. Su libro se nos viene encima. Había una falla en el centro. Y pensé en todas las novelas escritas por mujeres que yacen desparramadas, como manzanas picadas en una huerta, por las librerías de viejo de Londres. Es la falla del centro lo que las ha podrido. Ella ha alterado sus valores en obsequio a la opinión ajena.

Virginia Woolf, Un cuarto propio. Traducción de Jorge Luis Borges.

1 comentario:

andresrubio68 dijo...

Siempre ha sido más difícil para las escritoras; la prueba es la cantidad de ellas que se han visto obligadas, en algún momento de su carrera, a hacerse pasar por hombres, como las hermanas Bronte, o la luchadora Emilia Pardo Bazán.
Un saludo