lunes, mayo 11, 2015


Al hundirnos en esa cueva de temblores y susurros de la intimidad, entendía muy bien que esas teorías sobre la fugacidad del amor, sobre el tedio o la aridez de las relaciones que perseveran, eran mitos elaborados por los perdedores. Un cuento de fracasados que al imponer sus consuelos como verdades universales habían camuflado la pulpa blanda de su experiencia bajo la coraza de lo inevitable. Quizás era una reacción legítima contra los excesos románticos, contra esos poetas que escribían sobre amoríos que discurrían sin obstáculos hasta la muerte. ¡E incluso más allá! Así los disculparba. ¿Quien querría narrar un amor satisfecho? ¿Qué interés dramático podía desprenderse del relato de una cotidianidad serena? De manera que el retrato artístico del amor oscilaba entre dos polos funestos: o bien se prestaba pomposo y huero, al modo de una fuerza nacida al amparo del destino, o cobraba el tono desapegado de los vencidos. Entre ambos se infiltraba la vía intermedia de nuestro enlace, y me preguntaba, bajo los frescos y húmedos favores que nos dispensábamos, si una felicidad así podía durar para siempre, si tenía derecho a agotarse.

Gonzalo Torné, "Dos lecciones de amor", Lo inhóspito.

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