¿Saben por qué Flash se ha convertido en mi superhéroe favorito?
Porque es el primero que lleva el concepto generacional, ahora tan re(s)catado por culpa de Heroes que toma su eco de Watchmen, hasta límites insospechados. Jay Garrick, Wally West, Barry Allen y ahora Bart Allen han notado la presión de ser el corredor siempre. Seguramente por el maravilloso The Flash of Two Worlds que abrió, de forma natural, una dimensión temporal al mejor corredor.
Otro concepto que me vuelve LOQUISÍMO de la serie es la Speed Force. Señores, señoras, sé que creerán que no hay nada más de metafísica de andar por casa que la cosa esa de George Lucas, mitad misticismo, mitad superpoder molón. La speed force está por encima de ese tipo de fuerza: es una mezcla de esa energía que es sólo posible a los hiper corredores y es también un espacio físico en el que los superveloces viajan.
El tercer motivo es sencillo ya que Flash alberga al modelo ideal de creador en los tebeos: aquel que sólo quiere ser recordado asociado siempre al personaje. Lejos de las válidas y admiradas por todos nosotros labores de los autores, irreductibles y propios de sellos personales, todo en la serie de cómics para DC está condenado para llenar de nuevas y cada vez mejores posibilidades a un personaje impreisonante.
Dicho esto, no será difícil imaginar que la tercera razón puede ser una consecuencia de las dos primeras. No se equivocan: el primer número de Flash: The Fastest Man Alive tiene esos elementos mezclados y AGITADOS.
Para que se hagan una idea:
El tebeo se abre con la aparición de Jay Garrick.
Luego viene la consabida y cada vez más rica (recuerden: ya llevamos CUATRO Flashes) reflexión sobre la importancia de sentirse rápido y escarlata. Al contrario que muchas otras series, en Flash los aciertos y los mitos son portales de investigación, no corrientes de las que deshacerse cada cierto tiempo.
Y termina con una viñeta final casi insuperable, con Bart Allen literalmente convertido en la citada speed force.
Atentos a los nombres: Danny Bilson y Paul DeMeo son dos de los creadores más estimulantes de estas últimas décadas. Empezaron justamente escribiendo la maravillosa The Rocketeer, adaptando en serie la imprescindible The Flash, creando la divertida The Sentinel y estando detrás de dos de los videojuegos imprescindibles de los noventa y más allá, o sea, Medal Of Honor y Los Sims. Y en estos tiempos bondianos no está de más recordar su guión para otro videojuego de prestigio, el 007 Everything or Nothing.
Y su labor en el tebeo no desmerece nada, más bien parecen adelantarse a un nuevo paradigma de creador que, ya verán, se alargará si las operaciones de name dropping no lo impide: el que es transmedia por naturaleza.
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