sábado, marzo 20, 2010

Lincoln begins

Young Mr. Lincoln (1939, John Ford)

Pequeña fábula sobre el triunfo de la justicia, muy en la línea de Judge Priest (1934): un abogado cuyos principios son inquebrantables. McBride sitúa en un juez de Portland que causó una gran impresión en Ford el origen de tres películas (la tercera es The Sun Shines Bright). La performance estelar es de Henry Fonda cuyo Lincoln existe a través de algo tan senzillo como los andares. Hay un crimen, uno que se narra con un plano general, y aunque es el gran misterio del film me sigue sorprendiendo su fuerza narrativa, su aparente desapasionamiento, sobre todo en la escena que Lincoln habla, en súbita elipsis, con su amada (y fallecida) Ann Rutledge:

Jonathan Rosenbaum recuerda que es la misma escena, anti-sentimental y directa y por ello infinitamente más emocional, de su anterior fábula protagonizada por un honrado jurista.

En todo caso, la película va más allá de eso y propone una genealogía del mito con momentos poéticos del todo interesantes:

Unos planos medios en los que Lincoln mira convencido hacia su deber, convencido de su responsabilidad.

Y conforme Lincoln desarrolla su creciente (y responsable) poder en sus gestos comunicativos, su camino hacia un destino bigger than life se expresa en los planos, en el paisaje. Nadie como Ford dominaba las sombras y las siluetas y los planos generales y aunque la película termina con una elipsis algo forzada hacia la estatua de Lincoln antes ofrece un momento simbólico del todo potente en el que incluso Sam Boone, el borracho al que Lincoln invita a formar parte del jurado popular por ser honesto, percibe la condición mítica del protagonista. Lo interesante es que la ruptura con el tono, adecuada con el final, se hace solamente visual: no hay ningún subrayado, en ningún diálogo el abogado habla de su futuro en la política (habla de respeto mutuo al político local y rival).

Pero es en esta retórica sencilla donde Ford alcanza uno de sus mejores momentos expresivos para hablar de un hombre y su destino y donde conquista la forma.

3 comentarios:

Peter Pank dijo...

El hombre es un ser con necesidades materiales, porque tiene un cuerpo, pero sobre todo con necesidades intelectuales, morales y espirituales, porque tiene un alma inmortal. Y esto no surge de una consideración apriorística, sino que es la comprobación de lo que observamos en nosotros mismos por el sentido íntimo, en los demás por la observación, y por la historia en todo el correr de la existencia humana.

Y con esto ya tendríamos lo suficiente para formular las leyes de una política humana, y por lo mismo verdadera, y puesta al servicio del hombre. Y ésta no sería individualista, ni liberal, ni democratista, coma imagino Rousseau; ni organicista, ni estatista, como han fingido los filósofos y juristas salidos de Hegel. Sería una política humana. No hay palabra más exacta y precisa para calificarla.

Jeune Albert dijo...

Es impresionante comprobar el dominio formal de Ford, que pasaba desapercibido (por lo menos a mí) hasta que examinas fotogramas o escenas concretas de sus películas.
Pero lo mejor es que ese dominio está al servicio de la historia, de la emotividad en su mejor acepción.

El Miope Muñoz dijo...

Gracias por los comentarios. En Ford hay un cineasta inmenso y otro no tanto, lo mejor y lo peor. Pero sus logros deslumbran, claro.