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sábado, octubre 06, 2012

Una partida sentimental

Craig Seligman Sontag and Kael: Opposites Attract Me
Counterpoint, Nueva York, 2005.
A Craig Seligman se le puede leer haciendo trabajos entre alimenticios y honestos enBloomberg, lo cual es inquietante. Vamos, resulta del todo descorazonador hablar desde según qué tribunas. Pero no puede uno quejarse, ni debe, que ante los ahogos ya se sabe.
Este ensayo es muy prometedor. Para empezar, es un ensayo sobre la voz. Compara a dos mujeres, tal vez las más inolvidables para los lectores norteamericanos de los sesenta,Pauline Kael y Susan Sontag. Kael escribe crítica de cine. Con violencia. Con carisma. Con velocidad. Lo interesante de Kael es la construcción del crítico como figura de influencia y poder en un mundo (el del cine, y el cine de Hollywood, además) donde al surgir el Nuevo Hollywood incluso se llamaría a Kael a sumarse a la causa.
Lo haría Warren Beatty y el experimento sería fallido. Pero hay toda una serie de hechos de la relación de Kael con el sistema que el librito célebre de Peter BiskindToros Salvajes, Moteros Tranquilos, prueba. Es una lástima que Seligman no se detenga en lo que supondría Kael para ella misma.
Otro reparo que le puedo poner al libro es que ha caducado y no ha esperado a ver qué ha pasado con el más relevante de los Paulettes (el grupo de seguidores de Kael). Publicado en 2004, Seligman debería añadir una adenda dedicada a Armond White, un arbitrario antiintelectual que ha usado una serie de delirantes argumentos para justificar una especie de purificación estética al tiempo que formulaba preguntas razonablemente inteligentes en medio de un panorama simplificador.
Por otra parte, el libro en sí. Está escrito en el estilo de Kael (frases largas) por la que toma un partido sentimental. Kael, dice, era imperfecta, pero. Pero. Qué prosa, qué velocidad, qué tiempos. La sabiduría de que Kael no podía compararse a Sontag. Hay un debate subterráneo y casi freudiano en lo que compara Seligman y él lo sabe cuanto más ahonda en las descripciones. Sontag no escribe para complacer audiencias, porque busca ser exacta en un marco que tampoco es exactamente académico. Kael busca la guerra verbal.
Al final del ensayo, a poco que Seligman vaya examinando las características de una y otra, uno descubre cosas más y más interesantes sobre la figura de Sontag. Para empezar, que su vitalidad intelectual ya iría convirtiéndose en rareza conforme evolucionaba. Y para continuar que nunca superó el estilo de sus ensayos. En concreto, el del Viaje a Hanoi, una de las piezas centrales de la literatura norteamericana del siglo pasado.
Y, por supuesto, es una crónica.
(Publicado acá)

sábado, agosto 29, 2009

La discreta ternura de la beligerancia digital

El cine es para tontos. Vale, dicho de otro modo: pocos medios algutinan y multiplican la estupidez como lo hace el cine. El último ejemplo es el caso de Armond White. He leído tiernísimas diatribas, intentos de descifrar la postura de White y su negativa a District 9. Viene siendo costumbre lo de 'hundir' a un crítico, Rotten Tomatoes (portal del hype que sintetiza las críticas en estadística para bobos) mediante, si no se apunta al carro de la industria.

La gente viene a descubrir evidencias: ¡White quiere llamar la atención! El desconocimiento de Pauline Kael es, creo, la clave. Kael fue una revolucionaria de la moral burguesa, alguien que defendió a Penn, DePalma o incluso al Spielberg maltratado cuando nadie lo haría. Su crítica era visceral, pero su visceralidad estaba condicionada por el contexto: el New Yorker (entonces la revista de la clase media-alta), la generación educada en la última Modernidad. Menand lo ha explicado muy bien.

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Descubrí a White hará cosa de dos años. Nacho Vigalondo me puso sobre la pista y enseguida vi el carácter activista de su obra. Es un seguidor obvio de Kael, y así lo ha visto el NY Magazine al titular su reportaje 'No Kiss Kiss, All Bang, Bang'.

El activismo y el mesianismo son conductas unidas. Observen el título de la obra clave de White, The Resistance: Ten Years of Pop Culture that Shook the World (Overlook Press). White es un agitador en busca de la verdad antes que el orden. Sus sentencias sobre el arte son de una epifanía nada proustiana que asegura que el arte debe buscar la humanidad (supongo que porque está hecho de humanos) y la verdad. Sobretodo este concepto, muy espiritual, de la Verdad. Su prosa vive de los terremotos, pero los movimientos sísmicos siempre tienen que llevar a la verdad. Esa verdad no es tanto una cognición absoluta como una epifanía insuperable, de ahí nace todo su alegato a favor de la sátira desalmada del siempre perfectamente distanciado Antonioni.





Una cosa ridícula, así como para resumir su pensamiento, es tratar de centrarse en las películas que gustan a White y las que no gustan. Es una foto muy tierna porque demuestra hasta que punto hay sufridores para tolerar la complejidad del argumento y la obra. Necesitan el letrero que diga Mirad, defiende Transformers y no The Dark Knight. Son versiones domésticas, nocturnas, presumiblemente bobas de los cultos religiosos con una diferencia, que ya detectaba Menand en el impacto de Kael: lo importante no es la obra, sino ellos. Si el cine es importante es porque los espectadores, los críticos y sus ridículas notas y estrellitas lo son. Es un momento de asmático deseo de ser jerarcas. Kael rompió un tabu cuando puso sobre la mesa que la importancia de la recepción era básica para el cine. Es un tabú que rompió con ayuda, quizás, de Nietzsche y de Northrop Frye. El opinador de cine busca la autosatisfacción de estar por encima de la obra, antes que organizar su pensamiento (y limitaciones) sobre ella.

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Ya dije hace un tiempo que el Pueblo no sólo cree a Boyero, sino que le hace parecer cuerdo y lúcido, por usar uno de los adjetivos boyerizados. Ayer hablaba sobre ese tema. El crítico debe facilitarnos no ya su juicio incuestionable, argumento de autoridad, sino su lectura de la Tradición Cinematográfica y de la Cultural.

Por eso mismo resulta difícil encontrar grandes críticos de cine. La mayoría están ocupados, irónicamente, en su satisfacción personal y en sus pequeñas guerras domésticas de puntuaciones o en sus especulaciones infantiles sobre una Industria que conciben con la mira de dibujos animados de sábado con la mañana.

Jonathan Rosenbaum es uno de mis favoritos. Por irónico que parezca, Rosenbaum siempre habla desde la contundencia de la primera persona, detalle insignifcante que desarrolla hasta la máxima honestidad intelectual. Siempre queda clara su percepción de la semiótica del artista, de la violencia como vehículo puramente estético, de la recepción de cine extranjero.

No busca epatarnos porque su mayor activismo es la independencia. Esa es la máxima diferencia con White, y el motivo por el que Rosenbaum ha mantenido un pulso ideológico con Kael a lo largo de los años: White está convencido en la necesidad del activismo y del enfrentamiento concienzudo a la crítica del mainstream. Eso le obliga a no poder ser David Foster Wallace, Fredric Jameson o Roland Barthes: tiene que estar, forzosamente, en la postura de opositor y quedarse ahí, insinuando otros roles (gramático radical, ojeador de anomalías culturales) más interesantes, pero nunca profundizano porque no puede. Eso le condiciona a la boutade. Es evidente que Transporter 3 no es arte kinético, al menos después de que Bordwell lo ha explicara tan bien. Rosenbaum resuelve esta dialéctica con un chiste y deja claro que, la mayoría de veces, es una pérdida de tiempo.