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lunes, junio 30, 2008

Fue Leyenda

Sam Raimi, hacedor de obras maestras tempranamente jubilado por si mismo por quien sabe si algún maleficio, parece dedicarse a la producción de terror con un arma de doble filo: ese pasado del que ahora reniega domesticado. Sin embargo, el interés de las películas producidas por Raimi no es exclusivamente culpa mía, sino también de Robert Zemeckis y Joel Silver. O sea, de Dark Castle, esa astuta compañía que redimió los placeres culpables que se fabricaban por sistema (con la televisiva Tales from the Crypt como producto cumbre) en base a conceptos molones: empezaron muy bien con House of Haunted Hill y pronto se pasaron a lo rutinario, y algo de justicia poética hay en ello, por ser tan vulgares con William Castle supongo (13 Fantasmas, Barco Fantasma) o por simplemente tocar el tema espectral, agotado desde siempre, si lo piensan bien. Y es con La casa de cera que uno se reconcilia con el cine de terror definitivamente. Raimi venía de producir remakes asiáticos, que en el fondo son historias demoníacas sin demonios, de venganza sin sangre y de realizadores asiáticos sin identidad, por mucho que repitan secundarios y paisaje. No cuesta pues pensar en Raimi como un auténtico caníbal capaz de domesticarlo todo y puede que eso empezara con Premonición, temprana muerte de su agudo sentido del fantastique que aún era capaz de potenciar a Katie Holmes.

El tebeo de Steve Niles y Ben Templesmith ha pasado también por una maldición que se intuye raimiana: un grandísimo high concept basado en la melancolía del trazo de Templesmith y en, evidentemente, la radicalización del color, que lejos de ser pretencioso proporcionaban un modesto y divertidísimo conjunto lleno de ideas brillantes con buen concepto. Nada más. Sin embargo, su plétora de secuelas termina por agotar mediante clichés lo que en realidad era una agradabilísima sorpresa sin mucho más que reseñar. Niles, que ahora trabaja con Bernie Wrighston, venía de adaptar al tebeo Soy Leyenda de Richard Matheson: no podía salirle más clásica, en el mejor de los sentidos, su historia y así se sostenía, sin necesidad de secuelas que lo ampliaran. De hecho, la transformación final del sheriff Eben se narraba con un cierto eco mathesoniano: ahí están esa chica de sangre mixta con la que se encuentra Neville en la novela y muchas de las consideraciones que se desprenden después de su final.

David Slade es sin duda un director con muchas ínfulas, quizá la voz menos talentosa de la escuela del videoclip, que parecía deslumbrar algo con la película de abuelas para jóvenes que es Hard Candy, que tiene su valor como nueva actualización (o mutación) del telefilm discursivo. Sus ínfulas se muestran en esas peleas entrecortadas en las que su fotografía ni siquiera ofrece una bella estampa o en esos primeros planos de caras bellísimas contrastando con la oscuridad del conjunto. Tampoco hay que olvidarse del atardecer de Alaska, lo más cerca que está el director de intentar medirse al talento de Templesmith y al tono cotidiano impuesto por Niles en su diseño de personajes.

Sin embargo hay un motivo para hablar de 30 días de Oscuridad, la película y es su condición de producto genérico rabiosamente contemporánea. Pese a ser un poco más digerible y refrescante, al fin y al cabo en estos días una película con vampiros en Alaska no puede ser mejor elección, queda confirmado que el mainstream se ha apoderado de géneros que habían gozado de genios radicales y producciones extrañas, delirantes. La última adaptación de Soy Leyenda tampoco parece casual. Y también aquella presentaba unos vampiros zombificados, invirtiendo la jerarquía que usó Romero para componer su opus magna. En esta, la reinvención cafre del vampiro no podía ser, otra vez, más inadecuada, y ni siquiera un Danny Huston, con un antagonista que él sueña como una mezcla de Vito Corleone y los momentos spéedicos de Tony Montana, consigue darle algo de convencimiento a su icónico villano.

El cine comercial parece condenado a vulgarizar retales que antes se intuían y se admiraban como novísimos, libres. El clímax final, aún fiel al tebeo, parece mejor rodado en Blade 2 de Guillermo del Toro y el concepto de Eben transformado da a la película un tono de heterodoxia superheroica que ni siquiera es explorada y nos hace echar mucho de menos Eclipse Total (la buena). Slade ya ha desaprovechado un montón de situaciones carpenterianas y el film termina sin más anécdota. ¿Es la vampirización del cine de terror un buen destino para sus clásicos monstruos?

jueves, mayo 10, 2007

ANATOMIA DE SPIDEY

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Spider-Man 3 es el macrotriunfo de la estética del melodrama televisivo rosa idiotizante que rezuma conciencia de su idiotez prefabricada ideal para televisión. Es el clásico programa que aparece aparentemente renovado (sobretodo en algunos detalles formales) y cada vez más rancio a nivel ideológico. Es el mejor método de propaganda neoliberal, yo creo. Es como cuando en Anatomía de Grey el que hace huelga es el patán o idiota y los doctores superan esas criadas. Pues eso mismo. Es un episodio piloto de lo que va a ser la serie puntera de Cuatro y Fox: Spidey's Anatomy. Lo tiene TO-DO para gustar. Por eso, es simple y llanamente una puta mierda. Pero de las inenarrables e IMPRESIONANTES.

When Peter meets Mary Jane

Me muero de ganas por leer la teoría de Henrique Lage: que es una parodia. Indicativos hay pero también contraindicantes. La película oscila siempre entre el melodrama paródico por involuntario, mucho me temo. Sam Raimi ha sido poséido por el peor simbionte del mundo: la madurez. En Robert Zemeckis muta en productos más premiables, más mainstream. Pero en Sam... sigh.... Para empezar la repetición del triángulo amorosa es harto idiota y el personaje de Spider-Man, también. Y todos los villanos le dan pena a uno. Al final parece como si la profecía tonesiana se resolviera en forma de hostia enfurecida para joderle(nos). Esta vez Spidey redimirá no a uno sino a DOS personajes. La parodia es una excusa: para redimir quizá que se trata de un producto exclusivamente confeccionado para el público.

Sam within, do the twist

Sam Raimi se echa de menos. Y de vez en cuando se toca. Así sino no explicamos una escena tan graciosa pero idiota e insultante como la del baile, a la ron burgundy. A mi es lo que más me gustó del film ¡imaginen! Pero seamos francos: esta visión pop del Spidey esta hecha sin sutilidad y sin previo contexto y coherencia en sus propuestas. Porqué de golpe y porrazo los personajes empiezan a llorar.

Raimi se toca, como ya he dicho en varias partes. Sale cuando sale su amado JK Simmons. Sale, con Bruce Campbell. Y sale cuando Peter se transforma en el primer EMO-FUNK de la historia. En esos momentos yo disfrutaba: pero inmediatamente mi cerebro anunció la catástrofe que estaba viendo. El triunfo de la idiotez reaccionara.: Raimi al final se cede y la película termina bien, bien jodida. Se domestica y lo peor es que esos momentos sólo sirven para diagnostocarselo: ya estoy viejo para eso se dice Dinamite-spidey Sam. Y no ha tenido cojones para llevar a cabo una parodia, cuya naturaleza es más que nada indigna e irrespetuosa.

The sucker proxy

La deconstrucción de Raimi es dolorosa. No se hace mediante la insinuada puesta en evidencia de lagunas y/o dilemas morales hiperbólicos en la existencia del superhéroe. O toda la autoconsciencia de la revisión Ultimate. Se hace mediante el melodrama redentor para abuelitas mentales (ese es el todo). Move away cantan los Killers, y creo que se lo cantan al público que ha huído en mitad de la sala.

La serie tiene sus números pero ha perdido su tela de araña: la siguiente película debe, forzosamente, ser muy distinta. Pero muchísimo. Al menos si me quieren en cines. Se merecen un oscar en FX pero el fin de fiesta raimiano es negrísimo: la pérdida de ironía ante el posado de la bandera (lo que en la primera era un añadido patriótico de última hora, injustificable señores pero bueno, aquí se convierte ya en algo similar al final de Superman 2). El aburguesamiento y horroroso conservadurismo del film ya fue señalado por Roberto A. Oti en una interesante review que contenía una interesante panorámica ideológica a la saga y señala todos los elementos razonablemente interesantes de la segunda, que atribuyo en gran parte al ausente Michael Chabon.

Por eso el momento The Mask / Ron Burgundy tiene en realidad la conciencia de mentira cruel: responde al todo vale. Pero un todo vale pero que no impida que sea siendo un maldito macroblockbuster que no hace más que autoengañarse.

Spider-Man 4

En la cuarta entrega descubriremos que Venom o el simbionte trabajaban para una ONG de planetas marginales. Que tío Ben trabaja para el SHIELD, que en realidad son una asociación benéfica que ayuda y arregla vías para Nueva York. Por supuesto Mary Jane volverá a Broadway. Y Gwen morirá salvándole la vida a Eddie Brock, que vuelve de entre los muertos para evitar que Spider-man caiga presa de Kraven. Kraven por supuesto no tiene malas intenciones: sólo quería liberar a una raza de mandriles taiwaneses.

Y Sam Raimi, esta vez, asegurará que la escena de Spidey con la bandera representa la opresión que ejerce un país sobre Oriente en sus aspectos del libre mercado. Encima de puta, apaleá.