miércoles, septiembre 12, 2007
De ratones y hombres
Si por algo se caracterizaron las manos veloces e inconfundibles de Django Reinhardt fueron por su profunda heterodoxia: convertir el swing a la velocidad de un sentir tradicionalmente gitano ayudaron con su cóctel a reformar los cimientos mismos de las muy desgastadas maneras del swing, para crear el jazz manouche, una suerte de variante de los esquemas más clásicos que, además, revivía los mejores momentos del Dixieland a través del virtuosismo imprevisible. El guitarrista francés convirtió el encorsetado y orquestrado swing en un son de la calle.
En una escena de Ratatatouille, asistimos a un paseo por el nuevo mundo de los roedores bajo los acordes propios de cualquier melodía de Reinhardt, lo que nos deja claro que el valor de Ratatouille puede ser exactamente el mismo que el del Minor Swing lo fue para todos los oyentes de la música más libre del mundo. Brad Bird ha tejido su carrera bajo la cultura pop y El gigante de hierro o Los Increíbles le dan crédito como amplio conocedor de la estética de un género, que él supo más que revivir o releer con conciencia irónica, acumular de forma excelente. Las fábulas de Bird siempre han estado llenas de personajes totalmente únicos que de un modo u otro son incapaces de convivir con el resto de la humanidad: Ratatatouille es la máxima expresión de esta fábula, la película con la que Bird mira atrás con diversión y se teje un futuro, para sí y para Pixar, más que brillante. Lo que en Cars es territorio perdido, en Ratatouille es pura y dura reflexión sobre el arte aderazada con la bella fábula de Rémy y Linguini completamente paralela a la de Dean y el Gigante de Hierro. Adoptando como siempre el escenario como elemento netamente pop (practicamente se hacen referencia a todas las ideas [románticas, ideales] acerca de París y su música que hemos visto en el último medio siglo), Bird construye una fábula de expresividad pura y emoción intacta.
Al final de la película, Anton Ego concluye que cualquier crítica negativa es bastante mediocre respecto a la obra torpe criticada: así Bird concluye su fábula inversa, que podría resumirse en “No es lo mismo que cualquiera pueda ser un artista (falso) a que un gran artista pueda ser cualquiera (cierto)”. Igual que Django señores: europeo y gitano, regaló al jazz sus mejores momentos, Ratatotuille demuestra que la clásica fábula Disney puede revelarse en un honesto y muy contemporáneo manifiesto sobre las relaciones del artista , su obra y su público.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
¡Que acertadísima la comparación con Reinhardt!. Me quito el sombrero.
Totalmente de acuerdo. Magnífica crítica de una magnífica película, la cual, si no es una obra mestra, desde luego, se queda muy cerca. Y Brad Bird, desde luego, es lo mejor que le ha pasado al cine de animación en mucho tiempo. Colocar sus películas a un nivel mayor que el del propio Lasseter ya es algo digno de aplauso. Magnifique!
Un saludo
sé que el comentario viene a destiempo de alguien, además, que ha pasado por tu blog casi por casualidad, pero hace cosa de una semana que he visto la película (me gustó mucho, por cierto) y su observación me ha parecido extraordinaria.
un saludo!
Publicar un comentario