Jacques Lacan, Seminarios I
¿Puede The Final Cut, modesta producción de la Lions Gate, superar en sensibilidad dickiana a pasos aventajadísimos a la superproducción de Steven Spielberg, Minority Report? El debut de Omar Naim, rodada el mismo año que la variante de Charles Kaufman centrada en el (des)amor llamada Eternal sunshine of the spotless mind, propone en su originalidad unas cuantas variaciones sobre el universo de Philip K. Dick nada desdeñables.
El punto de partida de la película es sencillo: el chip Zoe es un instrumento que logra grabar toda tu vida y luego ofrece la maravillosa posibilidad de remontarla sólo con sus mejores momentos gracias a la Corporación Eye y sus fieles montadores. Alan Hackman (interpretado por Robin Williams que convierte su actuación en lo peor de toda la película) es el mejor de ellos, porque es capaz de descartar los momentos mas inmorales de sus protagonistas y convertir su vida en lo que ellos desean ver, sin tener ningún tipo de contemplación o duda.
El personaje de Hackman es muy interesante porque partimos de él a través de sus recuerdos, en concreto de sus traumas: en una introducción cuyas reminiscencias con las pesadillas fifties resultan evidentes (si atendemos al esplendor de los clásicos magazines y tebeos de historias breves de género fantástico, scifi y horror está focalizado en los cincuenta y los primerísimos sesenta) el Hackman infante y su recién conocido amigo Louis Hunt se adentran a una fábrica abandonada a divertirse. Alan fuerza a su compañero a vencer a su miedo a las alturas atravesando una madera en medio de un abismo y la cosa sale mal: Louis cae y Alan huye dejando a su amigo, muerto, recordando con claridad como pisaba la sangre que brotaba de su cabeza. A través de este suceso, Hackman encuentra su justificación considerándose un devorador de pecados, según comenta a Fletcher (James Caveziel), el personaje que genera el dilema en Alan y que no es otro que un antiguo montador, pasado a la rebelión: cuando tiene en sus manos a un político llamado Bannister, que posiblemente sea un pedófilo, Hackman excusa su trabajo en la mitología judeocristana.
"The dead mean nothing to me, Mrs. Bannister. I took this job because I respect the living. "
Hackman también insinua otra cosa: que el deseo de convertir tu vida en feliz, es la única forma de inmortalidad. El cine, al fin y al cabo es la proyección de nuestros mejores momentos, como único vehículo a la inmortalidad y el recuerdo.
Sin embargo, hay en este punto (me refiero al leit-motiv psicológico) la mayor conexión con Dick, en concreto con el clásico relato Podemos recordarlo todo por usted. El relato proponía una reflexión sobre los recuerdos interesantísima: Douglas Quail tiene un sueño (una manifestación de su deseo) recurrente (viajar a Marte) y va a una corporación llamada Rekal que puede convertirlo en algo Real, Vivido. La compañía decide buscarle una aventura (un agente secreto que vuelve de Marte tras una larga estancia) para que la excusa sea más verosímil, y, sorprendentemente, durante el proceso de insertación Quail despierta siendo un espía que vuelve de Marte, viviendo su aventura y se encuentra con un dilema: ¿cómo distinguirá ahora, que ha despertado, lo que es el recuerdo increíble del verdadero? Después de que sus presuntos jefes, los siniestros funcionarios de la Interplan, recomienden su muerte, la Compañía Rekal tratará de cumplir sus deseos con una historia de un héroe retirado y así evitar el mismo error de antes (que la fuerza de su deseo ciegue a la realidad). Mientras tratan de implantar esta fantasía, con el fin de evitar las otras, los miembros de Rekal se encuentran con la sorpresa del relato: la verdadera identidad de Quail era la del espía, venido de Marte y héroe por evitar una invasión a través de su telepatía, la ordinaria era sólo una tapadera. La sorpresa con la que se topa Hackman al final de la película no es incoherente con lo que propone: Hackman, tras darse cuenta de que lleva un Chip Zoe y esto le impedirá volver a ejercer como montador, descubre no sólo que Louis está vivo sino que el recuerdo de su asesinato era eso que conocemos como mala memoria, confusión. La sangre que recordaba haber pisado vívidamente era sólo un barril metálico de alquitrán.
Las diferencias entre Dick y Naim resultan evidentes, pero no tanto sus coincidencias. Digamos que Dick prefiere anteponer la fantasía irreal como fruto constructor de la Realidad (y de los recuerdos), Naim le da la vuelta: la fantasía puede ser un vendaje para el verdadero recuerdo, que resulta mucho más distinto. Así el trauma de Hackman es sólo fruto del shock de la situación. ¿Y las coincidencias? En una de las escenas más bellas de The Final Cut, preciosa porque está perfectamente insertada en su ensamblaje reflexivo/narrativo, Hackman le muestra entusiasmado a su interés amoroso, Delilah (Mira Sorvino), los efectos de los chips Zoe estropeados, cuando el sujeto está demasiado loco y lo que graban es su percepción de la realidad, porque el deseo ha logrado superar a lo que realmente ocurre: queda claro que tanto para Naim como para Dick el deseo es el único catalizador de la realidad.
El descubrimiento que hace Delilah luego es más deprimente: todo lo que hacía Alan es conquistarla por puro deseo. Alan tiene en su casa el instrumento con el que monta todas las películas, la guillotina (metáfora de la extracción de pecados que hace Alan en ella), y allí Delila descubre que el interés que siente por ella el protagonista es porque la vió en otra vida (película) de su fallecido ex novio. Es decir: Alan sólo quería vivir otra vida que no fuera la suya. En el relato de Dick ocurre un momento similar cuando Quail vuelve a casa después de su primera visita a Rekal: ¿es Kristen realmente su mujer o es sólo parte del entramado para privarle de su otra, verdadera vida? Las dos mujeres forman en ambas ficciones opciones de vivir otra vida, en el primer caso impuesta, en el segundo llevada por el deseo. La táctica de conquista de Alan recuerda mucho a la mejor subtrama de Todos dicen I Love You, cuando Joe Berlin (Woody Allen) seduce a Von Sidell (Julia Roberts) gracias a recitar en voz alta sus más secretos sueños. Berlin los conoce tan bien porque su hija los ha escuchado vívidamente en la consulta del psicoanalista de Von Sidell, situado justo al lado de su habitación: lo que hace Berlin es reproducirlos cuidadosamente para conquistarla. La simulación estalla en ambos casos: hay algo irreal en el cumplimiento de los deseos, y tanto Delilah como Von se terminan dando cuenta de la mentira de sus protagonistas.
Volviendo al tema de los recuerdos variados a través de las miradas y del leit-motiv (finalmente falso) que sostiene la culpabilidad y carácter de Hackman hay una reflexión similar tras el visionado de Death Proof de Quentin Tarantino. Salvando las distancias, lo que hace Tarantino es, digamos, sublimar el recuerdo verdadero de esas salas para convertirlo en real. Death Proof propone a través de su look visual una regresión, del todo sofisticada, al visionado de las películas en la juventud del propio cineasta en los programas dobles. Hay varios recuerdos (la cinta rallada, la elipsis, la imagen que se quema progresivamente durante la visión) impuestos al espectador como reales, como única forma correcta de llegar al pasado: en su homóloga Planet Terror, Rodríguez desdeñó sofisticación por explicitez, Tarantino prefirió jugar con toda la memoria y hacer de la experiencia una doble lectura enorme. En un momento determinado de la película, en su primera mitad, asistimos a una historia sobre la nostalgia mal entendida (Stuntman Mike) rodada desde ese filtro presuntamente setentero, con todos los fallos y rayaduras en la imagen imaginables. Mientras Eli Roth se rie del desfase de Mike, el espectador se rie de su chiste viendo una película desfasada. ¿Está Tarantino llevando su ironía al extremo o simplemente está mostrando la paradoja que sostiene a la nostalgia, que es divertida desde la distancia en sus tics más evidentes (En este caso el vestuario de un personaje) y emocional desde la cercanía? Volviendo a The Final Cut, en la escena de la proyección de la vida, ya perfeccionada, de Jason Monroe, en una simulación de su verdadero funeral (suponemos que el sujeto ya puntea la muerte). Aunque Monroe es un maltratador, todos los espectadores parecen ser partícipes de la ficción: Naim sugiere que somos cómplices al mirar, pero atestigua que nuestra pasividad es también inevitable porque el que toma las decisiones es una figura en la sombra. Alan Hackman no es sólo un montador: es también el guionista y autor de las vidas de los demás.
Las diferencias entre Dick y Naim resultan evidentes, pero no tanto sus coincidencias. Digamos que Dick prefiere anteponer la fantasía irreal como fruto constructor de la Realidad (y de los recuerdos), Naim le da la vuelta: la fantasía puede ser un vendaje para el verdadero recuerdo, que resulta mucho más distinto. Así el trauma de Hackman es sólo fruto del shock de la situación. ¿Y las coincidencias? En una de las escenas más bellas de The Final Cut, preciosa porque está perfectamente insertada en su ensamblaje reflexivo/narrativo, Hackman le muestra entusiasmado a su interés amoroso, Delilah (Mira Sorvino), los efectos de los chips Zoe estropeados, cuando el sujeto está demasiado loco y lo que graban es su percepción de la realidad, porque el deseo ha logrado superar a lo que realmente ocurre: queda claro que tanto para Naim como para Dick el deseo es el único catalizador de la realidad.
El descubrimiento que hace Delilah luego es más deprimente: todo lo que hacía Alan es conquistarla por puro deseo. Alan tiene en su casa el instrumento con el que monta todas las películas, la guillotina (metáfora de la extracción de pecados que hace Alan en ella), y allí Delila descubre que el interés que siente por ella el protagonista es porque la vió en otra vida (película) de su fallecido ex novio. Es decir: Alan sólo quería vivir otra vida que no fuera la suya. En el relato de Dick ocurre un momento similar cuando Quail vuelve a casa después de su primera visita a Rekal: ¿es Kristen realmente su mujer o es sólo parte del entramado para privarle de su otra, verdadera vida? Las dos mujeres forman en ambas ficciones opciones de vivir otra vida, en el primer caso impuesta, en el segundo llevada por el deseo. La táctica de conquista de Alan recuerda mucho a la mejor subtrama de Todos dicen I Love You, cuando Joe Berlin (Woody Allen) seduce a Von Sidell (Julia Roberts) gracias a recitar en voz alta sus más secretos sueños. Berlin los conoce tan bien porque su hija los ha escuchado vívidamente en la consulta del psicoanalista de Von Sidell, situado justo al lado de su habitación: lo que hace Berlin es reproducirlos cuidadosamente para conquistarla. La simulación estalla en ambos casos: hay algo irreal en el cumplimiento de los deseos, y tanto Delilah como Von se terminan dando cuenta de la mentira de sus protagonistas.
Volviendo al tema de los recuerdos variados a través de las miradas y del leit-motiv (finalmente falso) que sostiene la culpabilidad y carácter de Hackman hay una reflexión similar tras el visionado de Death Proof de Quentin Tarantino. Salvando las distancias, lo que hace Tarantino es, digamos, sublimar el recuerdo verdadero de esas salas para convertirlo en real. Death Proof propone a través de su look visual una regresión, del todo sofisticada, al visionado de las películas en la juventud del propio cineasta en los programas dobles. Hay varios recuerdos (la cinta rallada, la elipsis, la imagen que se quema progresivamente durante la visión) impuestos al espectador como reales, como única forma correcta de llegar al pasado: en su homóloga Planet Terror, Rodríguez desdeñó sofisticación por explicitez, Tarantino prefirió jugar con toda la memoria y hacer de la experiencia una doble lectura enorme. En un momento determinado de la película, en su primera mitad, asistimos a una historia sobre la nostalgia mal entendida (Stuntman Mike) rodada desde ese filtro presuntamente setentero, con todos los fallos y rayaduras en la imagen imaginables. Mientras Eli Roth se rie del desfase de Mike, el espectador se rie de su chiste viendo una película desfasada. ¿Está Tarantino llevando su ironía al extremo o simplemente está mostrando la paradoja que sostiene a la nostalgia, que es divertida desde la distancia en sus tics más evidentes (En este caso el vestuario de un personaje) y emocional desde la cercanía? Volviendo a The Final Cut, en la escena de la proyección de la vida, ya perfeccionada, de Jason Monroe, en una simulación de su verdadero funeral (suponemos que el sujeto ya puntea la muerte). Aunque Monroe es un maltratador, todos los espectadores parecen ser partícipes de la ficción: Naim sugiere que somos cómplices al mirar, pero atestigua que nuestra pasividad es también inevitable porque el que toma las decisiones es una figura en la sombra. Alan Hackman no es sólo un montador: es también el guionista y autor de las vidas de los demás.
Fletcher, que forma parte del grupo que defiende Recordar por Tu Mismo, le espeta a Hackman: ¿Y si soy protagonista de una película en la que no quiero aparecer? The Final Cut también es un tremendo ejercicio de metaficción sobre el cine, ya desde su punto de partida. Naim cree que el próximo paso de los humanos respecto al cine será la simbiosis total: ¿qué es sino la labor de Hackman, de convertir las vidas en películas con happy endings de larga duración, sino una crítica a los finales felices y la narrativa escrupulosamente manipulativa del último y más tópico cine Hollywoodiense? El siguiente paso es más interesante: el enfado de Delilah por ser sólo fruto del capricho, provoca que ella dispare contra la máquina (la guillotina) de Alan y la destroce. Entonces Fletcher lo que quiere hacer es capturar a Hackman porque es el unico modo de acceder a las demás vidas. Resulta interesante considerar al sujeto contemporáneo como el resumen de unas cuantas ficciones y tiene su lógica si atendemos a la evolución de la sabiduría. ¡El único acceso que tenemos a Sócrates es a través del testimonio certificado por los otros! Alan es un cronista invisible de nuestro tiempo, por eso Fletcher le dice al final a la imagen en pantalla de Hackman: te pondremos en tu justo lugar. Está anunciando, al menos, dos posibilidades interesantes: la figura de Hackman la primera como necesario historiador capaz de albergar en si los pecados de grandes personas que luego resultaron no serlo tanto y la segunda es verle como un devorador de pecados, gris y vulgar, que queda descartada porque Fletcher propone someter a Hackman irónicamente, ahí lo coherente e interesante de su final, a lo que él ha hecho con todos. Sin embargo, Fletcher tiene otra coartada moral: él ha matado o al menos es responsable de la muerte de Hackman, así que su deber es redimirlo. En cierta manera, lo que hace Hackman (y Fletcher) es borrar la condición de persona en todos sus encargos: los convierten en personajes de vidas ejemplares, en partes honorables de su comunidad.
Hay otros aspectos también reseñables en The Final Cut: su diseño de producción adelanta algunos elementos de la excelente Children of The Men de Alfonso Cuarón y se instala en una visión del futuro muy interesante: un exceso de eclecticismo completamente desordenado, que nos recuerda a los mejores momentos de Los Invisibles o Transmetropolitan. Con la cinta de Cuarón comparte un momento parecido: sus protagonistas caminando a través de los carteles de una rebelión que no es tan limpia como se vende. Y con el universo Ellisiano contiene al menos un guiño sospechoso: la anulación de los chips Zoe se hace a través de unos tatuajes sintéticos, que de paso decoran al antisistema.
3 comentarios:
No he visto the final cut, pero no he podido evitar como admirador de dick, arriesgarme a los spoilers a cambio de leer su perspicaz artículo...
A raíz de él me he puesto a pensar en películas dickianas que no lo son a primera vista, como La conversación (ese juego percepción-apariencia-realidad, ficción-deseo), o una mucho más evidente el Spider de Cronenberg...
Es que La conversación es como asevera Zizek lo más Hitchockiano de un tipo tan poco Hitchie como es Coppola. Y si quiere todo Hitchock, todo el misterio, es otra forma de abordar el gran tema de Dick.
Y sobre Spider, la película no me gustó nada, pero el material de partida, de Patrick McGrath, igual digo, podria ser un complemento al Dick de A scanner darkly.
Alvy: NO PUEDE USTED FALTAR a la cena de elitevision. Repase la lista de correo. Se lo ruego.
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