Acabo de terminar Alfred Hitchock (La Cara Oculta del genio) del monje y biográfo Donald Spoto. Uno no puede evitar cierta sensació de fracaso de Spoto a la hora de ser definitivo: como todo mal historiador, volverá a su gran tema, que no me cabe duda, es Hitchock. Este año publicará Spellbound: Hitchock and his leading ladies y ya había publicado The Art of Alfred Hitchock. El libro funciona bien cuando la vida de su protagonista alcanza su cuspide más interesante, que lo parezca o no es en los años cuarenta: los momentos en los que el cineasta británico somete al impertinente productor David O'Selznick, con tomaduras de pelo y grandes resultados.: la biografía es una narración liviana y cómica sobre un pícaro que en el seno de la industria de Hollywood consiguió importarse a Salvador Dali y a todos los escritores que quiso (de sombreado pulp) sin que nada impidiera que ganara un Oscar. Spoto no puede evitar, sin embargo, juicios morales absolutamente católicos: el Pecado con mayúsculas lo representa Tippi Heddren y la castrada sexualidad de Hitchcock, se convierte en tabú casi conveniente, feliz.
La actriz Heddren ahora aspira a revivir uno de sus momentos más pesadillescos de su vida y su carrera fue en declive desde entonces, la relación, prometeica, entre el británico y la actriz no es señalada por el moral Spoto. ¡Como si fuera una mentira, que la obsesión y las musas son necesarias para la creación de los mitos! Parece rozar esa conclusión, razonable, cuando cita que Dietrich sabía tantísimo acerca de los aspectos más técnicos de un rodaje (iluminación, encuadre) gracias a su principal valedor, Josef Von Sternberg. Spoto no aprovecha la metáfora, pero queda sorprendentemente clara. Spoto, tan moral a veces, se centra también en una serie de declaraciones que no agilizan su narración: ¿es realmente importante el hecho de que Doris Day estuviera asustada y fuera algo vilipendiada por el cineasta en el rodaje.... más allá de que ella fuera una de las estrellas pop metidas a actriz, a la que Hitchock convirtió en una actirz de primera categoría y convirtió su que sera en un auténtico leit motiv de la misma película? También hay otro aspecto en el que el moral que Spoto esquiva, y no demasiado interesante: más allá de ese etorno retorno a la decepción que alcanza su evidente psicosis con Hedren, ¿qué tipode conversaciones y encuentros tuvieron Kelly y Hitchock, estando ella casada ya con el principe y él junto a su esposa entrando a visitarle cual adorable anciano? ¿No hay macabras anécdotas? ¿No hay soterradas conversaciones? ¿Solo cordialidad?
El final es absolutamente revelador: el autor termina con un brochazo de literatura lo que sabe que es su gran obra. Posiblemente la creación de un personaje que, en el fondo, nada tuvo que ver con su obra y el valor que tiene como artista. Spoto debe enfrentarse a la realidad y a su tarea de recopilador de anécdotas con cierto peso y la contradicción emerge de su dilema: como el católico historiador termina narrando los últimos días de Hitchock como alguien asustado, redimido prácticamente. Hasta en eso sale ganando Spoto pero perdiendo el valor periodístico de su obra: la moral (católica) se impone a los hechos. También hay otro detalle molesto en la ciertamente conmovedora confesión del cineasta a la señora Bergman: la reaparición de la actriz se intuye narrativa. ¿Qué ocurrió cuando la estrella se cansó de su italiano amante y protagonizó Anastasia? ¿Como reaccionó entonces Hitchock? ¿Demasiado embelesado por Grace Kelly? No es que resulten preguntas irresolubles, sino que en el mismo libro se anuncian como cuestiones que se decide no abordar y que lo impiden en su construcción del personaje, optando por el más discreto cambio de tono que propicia una hagiografía.
3 comentarios:
Lo leí hace años y no llamó excesivamente la atención. Precisamente hace unos días lo adquirí en una de esas promociones kioskeras junto al DVD de Psycho. Pensaba ojearlo de nuevo, pero espero esos nuevos títulos que mencionas.
Como siempre un placer.
Saludos.
Las conversaciones con Truffaut siguen siendo uno de mis libros de cine favoritos. Por Hitchcock y por Truffaut. Por la predilección de Hitchock por el control total, por la completa significación de cada detalle, lo que equivale a una entrega completa a la obsesión. Practico con devoción la religión del absurdo, dijo, y a pesar de haberlo dicho sigue considerándoselo un maestro del género policiaco.
Es que el libro de las conversaciones es más útil que cualquier escuela
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