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miércoles, septiembre 03, 2008

Nihei o El maquinista mutante

Mientras Naruto conquista los corazones nuevos y prematuramente crecidos mediante el recognize + enjoy de toda la vida, al que se decida adentrarse en el manga le quedan pocas opciones, puesto que se habla poco y siempre se asocia a una serie de productos del mainstream que aquí se han impuesto como subcultura, con fenómenos asociados porque comparten creadores, como el eterno rpg nipón y la estética del shonen/yaoi/shojo/hentai et al. Del libérrimo primer contacto, rompedor por planificaciones y estéticas uno pasa al aburrimiento, a cierto (y no carente de valor, claro) chiste de trazo grueso y tosco y a indistinguibles clásicos.

En medio de ese panorma está Blame! de Tsutomu Nihei. Descubrí al autor con Lobezno: Snikt, excelente revisión del personaje de la Marvel Cómics, ahora convertido en un héroe mutante en un nuevo sentido, el que da su autor a sus personajes siempre ligados al arma. En este sentido no se sabe apreciar en un primer contacto hasta qué punto supo Nihei no sólo escoger a su personaje, sino también hacerlo perversamente familiar.

No llega el creador al radicalismo de Katsuhiro Otomo, que desafió el formato del manga y también sus limitaciones industriales, pero si que diseña la historia frente a detalladas imágenes del apocalipsis que contrastan con las líneas cinéticas de las agresivas (y escasas, pero precisamente por eso destacadas) secuencias de acción.

Hay en Nihei algunas de las ideas más atractivas que he visto en mucho tiempo en el cyberpunk, como esa pistola que permite subir de niveles de asesinato, idea tan metafísica como perfecta para el violento imaginario de las máquinas en el que se mueve su autor. También es cierto que la concepción del horror de su autor siempre ha sido casi lovecraftiana: ahí está esa ciudad desolada, presentada sólo en interiores y sin nombre., igual que los otros espacios (La Red o La Megaestructura) siempre infinitos, complejos y de concepción casi primitiva, incidiendo en el lado metafísico de la historia. La historia luego se magnifica, se alarga y empieza a volverse casi entrópica en su guerra interminable entre humanos, cyborgs y terribles Corporaciones.

Violento, oscuro y visceral, Nihei es un autor capaz de sugerir y hallar en el cyberpunk una cuna de horror contemporáneo y estremecedor, de llevar esa visión de futuro imaginaria ideada por William Gibson a una nueva dimensión, tan japonesa, muchísimo más terrible porque se acerca a los claroscuros del alma y usa su adscripción como auténtico vehículo poético.

martes, septiembre 02, 2008

Y diez fueron los niños

Detective Conan de Gosho Aoyama siempre ha sido un serial que ha sabido dialogar de forma esquiva y hasta sarcástica con su público potencial. Publicado como manga en 1994 y estrenado su anime en 1996, Detective Conan expande su concepto hasta límites insospechados: es la serie de un inteligentísimo estudiante que tiene como hobby ser detective y que termina condenado a estar dentro del cuerpo de un niño y que es adoptado por la que fuera su novia cuyo padre es precisamente un investigador privado. Así la serie presenta su contradicción: no es otra cosa que una historai de detectives para niños, pero en realidad no tiene ningún problema en ponerse deliberadamente oscura (hay en su trama asesinatos, raptos y asaltos, lo que le da a la serie una calificación moral de mayores de trece años) para demostrar que no es sólo para niños. ¿Hay una actitud más pura y maravillosamente infantil? No y convertir un dilema de la ficción en fórmula de éxito es un síntoma auténtico de entender muy bien los códigos genéricos y lo inocente de algunos dilemas.

Hoy he visto uno de sus mejores episodios, La desaparición de la liga de detectives júnior en el que se propone una nueva vuelta de tuerca al concepto inicial: Conan y sus amigos se van a las afueras para ensayar su versión en títeres de Diez Negritos de Agatha Christie. Pronto los niños desaparecen conforme los negritos… Puede que debamos conformarnos con esta sugestiva y brillante idea, porque el resto del episodio tiene una resolución muy habitual en la serie: haciendo del golpe de efecto propio de la Christie algo entre arbitrario y chorra, desaprovecha toda la idea, pero no logra arruinarla. Hay al menos la habitual y deliciosa planificación visual, convirtiendo muchas veces el estatismo en una forma de narrativa paralela y emotional, y el habitual gadget post-Bondiano: en este caso una bamba capaz de arrancar rocas.

Lo interesante es como el anime de Aoyama es capaz de llevar un clásico (y por lo tanto unos mecanismos narrativos convencionales en su género) a un terreno barroco, digno del grand guignol, en el que los juegos de espejos puedan seguir sucediéndose de forma natural.