Entre la heroicidad hardboiled de Sin City y la historia de un hombre engañado contada por los hermanos Coen hay una constante: el relato moral de todo auténtico noir. Y poca cosa más porque el uso de todos los resortes narrativos de The Man Who Wasn't There son absolutamente proclives a una desmitificación que sirve como inteligente contrapunto a la lectura milleriana de lo que se llaman convenciones genéricas, y también como necesario desembarazo a la fatalidad y explicitud tan contemporánea de las revisiones de Lawrence Kasdan y Bob Rafelson. Los Coen se sienten cómodos jugando con miles de referencias culturales como auténticos leit motivs narrativos, ahí están el mundo oculto y subcultural de los magazines pulps que adornan al protagonista y que al final le desvelan como un narrador veraz de su relato a una revista para adultos (un guiño que también podría ser una colleja a los relatos verité de los showmen Truman Capote y Norman Mailer), o las apariciones nada veladas de los OVNI, necesarias para entender la sensibilidad de unos autores a los que a menudo se les otorga una gama trágica completamente innecesaria a su ya demostrada madurez, creatividad y gran sentido de la moralidad, además de la evidente subtrama nabokoviana, en la que los Coen se permiten ofrecer una síntesis de Lolita tremendamente cómica: lo que en aquella era barrera de moralidad a traspasar como punto sin retorno, aquí el traspaso se convierte en mortalidad.
Con ese final en el que el barbero encuentra su lugar en el mundo, tal vez relatando su historia, los Coen se desvelan como manufacturadores de un relato tan denso y jugoso como el de Delitos y Faltas, pero todavía más fatalista: puede que después de todo Schrödinger tuviera razón y lo que en Miller se convierte en una utopía romántica por encontrar una redención al Mal, en los Coen deviene la aceptación de que, a veces, lo contado puede calmar lo vivido.
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