Director experimental, estricto y formal a la vez, Eric Rohmer ha fallecido esta mañana a la edad de 8 años (cortesías). Su carrera es brutal y ejemplar. Quien no haya visto La genou de Claire o L'amour l'aprés midi, por poner dos ejemplos de sus Cuentos Morales, se pierde a uno de los directores más interesantes y más potentes del siglo XX. Como sus compañeros de Nouvelle Vague, su carrera empezó en Cahiers Du Cinema con apasionados textos sobre los norteamericanos a los que descubría no solo una voz autoral, ya anunciada por Manny Farber, sino incontables logros compositivos y un universo de simetrías que nunca abandonaría su estética.
Días de una Cámara, la memoir de Néstor Almendros, atestigua el trabajo experimental de Rohmer y cuenta una anécdota sobre su modo de trabajar: nunca planificaba y pasaba medio día meditando el guión y las escenas. Al regresar, podían rodar y solía tenerlo claro. De todos esos experimentos con Almendros dos son particularmente envidiables: el blanco y negro cosido con luces naturales de Ma Nuit Chez Maud (historia de amor, entendiendo el amor a la manera de Pascal) y la deconstrucción de las representaciones habituales del pasado medieval con Perceval Le Gallois. Almendros fue el operador de una película en apariencia liviana, pero perfecta, como Pauline à la plage (1983) mi favorita de él durante mucho tiempo, capaz de sintetizar sus virtudes anteriores y revelar a un irónico observador del deseo que llegaría a la devastación (veáse el final de Le rayon vert).
Su última etapa demostraba que su fuerza artística no conocía límites. El thriller Triple Agent o el regreso al terreno de Perceval con Les amours d'Astrée et Celadon son un testamento magnífico.
Dos libros más: Cahiers Du Cinema le dedicó un estudio escrito con rigor por Pascal Bonitzer y el British Film Institute dedicó, para los que entendemos el francés con grandes dificultades, una estupenda recopilación de los mejores artículos cahieristas de Rohmer, Bazin, Godard et al editada por Jim Hiller en 1985.
Hoy es un día indudablemente triste.
2 comentarios:
Día triste, sí.
Rohmer era capaz de dotar de valía a recursos mal vistos por la ortodoxia, como la voz en off inflada de sabiduría, o al menos de reflexiones aromáticas, de "El amor después de mediodía"; o lo aleatorio en oposición a la estructura cerrada y el alivio que proporciona.
No le acompaño en todas sus películas, pero tiene un puñado de obras inolvidables. A veces echo de menos un poco menos de malicia teórica y algo más de carne cruda.En "La rodilla de Clara" hubiera querida algo más fetichismo, de enfermedad. Pero era Rohmer, no Buñuel.
Un saludo y felicidades por la nota,
Igor
La rodilla de Clara pese a ser interesante tenía unas composiones horterisimas,de mal gusto a si que no inflemos a Rohmer, que ahora es fácil hacerlo,era mediocre.
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