Cómo entrar a tu dragón (How to train your dragon, 2010, Dean DeBlois, Chris Sanders)
Al contrario que la hipócrita y conservadora cuasiparodia para adolescentes Shrek, en esta película se habla de reconocer al otro, aunque sea usando una clásica fábula de adolescente incomprendido, su pedagogia es eficaz y bienvenida. Es la misma historia de Lilo & Stitch, como ha escrito ya Noel Ceballos, un presunto monstruo que se hace amigo de un humano problemático en su (reducida) sociedad, pero el carácter destroyer del prodigio animado Stitch se sustituye por una guerra entre una humanidad mema (vikinga) y unos dragones furiosos. El conflicto paternofilial es el de siempre, algo agotador y casi sintomático del cine americano reciente (y continuamente reciclado en la animación multisalas, vean sino las diferencias con la reciente Cloudy with a chance of meatballs), pero la película contiene un momento de legítima poesía y un final precioso en el que la minusvalía, al contrario que Avatar (2009), es una forma de estar más cerca de la vida. Es, seguramente, uno de los intentos más coherentes de acercarse al cine de Miyazaki, modelo Mononoke, que dará el mainstream más allá de los confesos seguidores de Pixar. Muy recomendable.
Green Zone (2010, Paul Greengrass)
Vibrante thriller ambientado en la guerra de Irak que sigue la fiel fórmula de Greengrass de combinar una intriga de altos funcionarios siniestros con la de hombres atrapados y que llegó a su cima con los blockbusters de Bourne. Lo más estimulante está en el personaje del exsoldado Freddy que ejerce de conciencia crítica con los invasores, pero también con sus antiguos gobernantes y sus resquicios. La película toma como centro la pregunta adecuada (los motivos de la invasión de Irak), pero no ofrece solución inmediata más allá de una concesión al público con un final de ingenuidad naif. Su Irak está lleno de grises y al borde de la guerra civil. El cineasta y su operador, Barry Ackroyd, brillan en una persecución final, ejemplo de grand style usando un estilo hiperrealista y documental a base de digitales pero parece tener serios problemas para rodar un diálogo sin recurrir a los mismos closeups y a una serie de efectismos vulgarísimos como la cámara en constante movimiento sometida a una serie de rígidas reglas de composición y montaje (siempre el mismo plano general del lugar, siempre el mismo plano abierto con gente en despachos, siempre el mismo primerísimo plano).
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