"Los actores de primera fila siempre han estado al tanto de la realidad, pero los dramaturgos como Shakespeare suelen plasmar el subtexto en la superficie, ofreciéndolos en la superficie. Por ejemplo, en los soliloquios de Hamlet.
-Nunca he visto Hamlet.
-Pues ahí tienes el subtexto.
¿Tú crees que las circunstancias de mi propia vida realmente forman un subtexto para la película"
Reaparece como narrador Dunstan Ramsay (¿insinúa Davies que la entrega anterior fue un simple paréntesis) pero no limita aquí Davies una entrega que suponga su más inteligente tour de forcé: su voz se torna también en la de Jurgen Lind, cineasta sueco que está rodando un documental sobre Robert Houdini, y en la de Magnus Eisengrim, y en la de Liesl, la enigmática dama que se revela pieza clave de absolutamente toda la narrativa. Habilitando una primera parte en la que Davies resuelva con singular gracia su herencia Dickensiana, con ese artista de la magia y de la pederastia que es Willard, Davies atemoriza y mata al joven Paul Dempster con una crueldad capaz de palidecer al mismo Oliver Twist y en su segunda parte regresan las aventuras casanovescas y esa teatralidad necesaria para afrontarlo todo. Davies dedica prácticamente toda la novela a explciarnos la necesidad misma de la ilusión como forja identitaria y retoma ese misterio, una mera excusa argumental con el único y sano propósito de fascinar (¡sí!), que resuelve con un anticlimático epílogo situado en un hotel.
La Trilogía de Deptford es el intento de una novela total que como dice Liesl busca una percepción del mundo mágica y eso es lo que delata al mismo Davies: su elaboradísima resituación del relato fantástico (santos, magos y enigmáticas damas son el núcleo de su Trilogía de Deptford) no implica por ello una previsibilidad que muchos ingenuos atribuirían a una reescritura meramente estética. Toda la obra confluye con una lucidez impropia y Boy Staunton desaparece como ese supervillano tan esperable, en una pirueta en la que Davies se arriesga a darle a lo narrado un nuevo y complementario sentido más cerca de la turbadora Casa de Asterión borgeana que de cualquier conclusión (puramente) jungiana.
"Era ésta una vil ambición por parte de un historiador y hagiógrafo? ¿Qué había dicho Ingestree? En todo artista hay algo oscuro, algo desabrido, cierto aire perverso. ¿Era yo, no sin cierta modestia, un artista? Empezaba a preguntármelo. No, no; a menos que falseara la verdad de los hechos, ¿resulta deshonesto, o artístico, sentarse a tomar unas cuantas notas?"
2 comentarios:
Gracias, Alvy
La trilogía a la lista de la compra.
Interesante e inteligente reseña, como siempre.
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