Avatar (2009, James Cameron)
Como Kyle Reese, Jake Sully descubre el sentido último de su existencia en un mundo en el que nada le es familiar, pero que aprende a dominar a base de fuerza y entusiasmo. Como el paródico Harry Tasker, Jake Sully descubre los placeres de los roles familiares y de liderazgo también en un lado íntimo. Como Bud Brigman, el conocimiento de una raza avanzada y superior supondrá para Sully un paso que completará su existencia, entre tediosa y limitada. Avatar no es una obra maestra, tiene un par de momentos de comicidad absolutamente involuntaria y que serán clásicos del high camp (el repetivo baile del traspaso capaz de convertir la escena del rave en Matrix Reloaded en un ejemplo de sutileza y una inenarrable y ultracómica escena de sexo místico, pero ajustado al parámetro de erotismo light y de romance heterosexual y monógamo occidental), pero también algunos de los mejores que ha rodado en toda su filmografía James Cameron. ¿Ha rodado alguna obra maestra James Cameron? Identifico algunos de sus mayores logros en prácticamente todas sus películas, incluso la floja Abyss tiene un envidiable endiablamiento narrativo capaz de superar su limitada búsqueda espiritual deudora de, como no, Steven Spielberg o Terminator 2 hace un uso admirable de la mitología bíblica adaptada para la era del metal (líquido).
Su primer Terminator da pistas de su genio: una posmodernidad sencilla, nada sofisticada, alejada absolutamente de la propuesta fanzinera y desmitificadora de Joe Dante, de los juegos interminablemente cómplices de John Landis y sólo comparable a la del más reconocido Zemeckis, cuya tendencia hacia la disertación con materiales de la cultura pop de su país le hace más canonizable. En la primera desventura del cyborg a la caza de Sarah Connor hay una emblemática set piece situada en un club nocturno llamado Technoir que es una síntesis, una base y una confesión sincera a la vez: Cameron detectó la vigencia del esquema del noir, del killer on the loose entonces reformulado en la primera película posmoderna, el Halloween Carpenteriano (al menos según Losilla en su didáctico e interesante Cine de Terror: Una introducción), y el noir más clásico en el que una ciudad ees el escenario vivo de cómo un héroe protege a una inocente de un asesinato. También estaban los ecos de Mad Max y del clímax final de Aliens: un formidable tiroteo en el Technoir, en el que el agobio nocturno ochentero se convierte en escena bélica y apocalíptica, y una sorprendente y larga persecución completaban una película que encontraba su corolario en una vieja idea de Harlan Ellison sobre la posibilidad de que un niño programe su nacimiento y conozca a su padre antes de serlo, uno de los muchos escritores de ciencia ficción a los que Cameron leyó y admiró durante su infancia y adolescencia.
Me ha costado, siempre, adentrarme en Aliens. Me defraudó su duración excesiva y su larga insistencia espacial en un único y azulado lugar. He aprendido a apreciar sus aciertos, pero ese clima, por mucho que esté combinado con una narración que usa hábilmente cámaras subjetivas y todos los túneles lobriegos que han dado origen a casi todos los shoote'm'ups con alienígenas, es siempre una respuesta a la anxiety of influence de la primera película de Ridley Scott. No la iguala porque la cinta de Scott tiene un impresionante trabajo en todos sus aspectos que impiden que su ambiente se adueña de una sola textura, de una sola idea. Pero su impresionante duelo final, cima de la fémina desatada que nacía como chica dura en el epílogo de Terminator, y su hábil uso de la elipsis narrativa entre la primera y ésta en el que juega con la posibilidad de que Ripley esté traumatizada y herida psicológicamente para siempre siguen siendo importantes. Aquí el acierto estaba en volver al cine bélico modelo Rambo 2 (de la que Cameron es guionista) desde el espacio y anular, así, el ejercicio de terror con la tensión derivada de los grupos encerrados de Hawks y Carpenter.
Críticos interesantes han detectado el problema de esta película está en sus ambiciones y sus analogías políticas. También en la red se ha discutido con mucha pasión este tema. No diré que esta lectura no exista en Cameron, sino que no es esencial. ¿Era Mentiras Arriesgadas una apología de la agresividad Clintoniana en su mandato post-Bush I y una reafirmación de unas estructuras de poder, siempre descritas como fuertes e inquebrantables, contra unas caricaturescas y amenazadoras sombras árabes? Existe esa lectura puesto que en esos tiempos el cine podía despachar a un terrorista de Oriente Medio en un misil sin que nadie pensara que no es más que pure fun, eso, esquivando, que la película se enuncia, paródica como un Me Casé con Rambo (una screwball fundada en la hipérbole de la acción ochentera y tras la pista del 007 de Operación Trueno). La única película que puede tener una lectura abiertamente política de Cameron es Terminator 2 puesto que su giro optimista hacia el final no parece que responda más que a la necesidad de apuntarse a la onda abierta por Fukuyama de que la historia había terminado, onda que siguió el compañero Zemeckis en la todavía peor Forrest Gump. Y aún así, no sería tan fácil juzgar como solamente fukuyamesca porque Terminator 2 abre una posibilidad jugosa que distancia a Cameron de Zemeckis: la posibilidad de que el Mal y la Destrucción Nuclear no sean entes identificables como creadores malvados androides sino corporaciones prestigiosas con gente respetable, incluso simpática y trabajadora desarrollando sus experimentos tranquilamente, sin que resulte amenazador. Es justo lo que fascinó a David Foster Wallace. Volviendo a Avatar, en esencia es un relato de Edgar Rice Burroughs. ¿Si en la película apenas tienen importancia los motivos de los villanos, más que sus consecuencias, por qué la crítica se empeña en ver a Cameron alguien ambicioso? El discurso alentador del villano no tiene el evidente eco satírico de Romero. Ni siquiera lo pretende. Incluso uno diría que la voluntad de Cameron no es que comulgemos con los Na'Avi, sino que admiremos su hermoso planeta, mezcla de dragones y dinosaurios con noches sacadas de una era del Acuario sesentera y alucinada. No pretende desarrollar una culpabilidad occidental, sino divertirse con una historia en la que la raza, en teoría, explotada gana y el protagonista aprende su rol a través del disfrute y el simulacro.
Pueden leerse correlativamente esta película y la última de Spike Jonze, por supuesto. Ambas tienen al mismo precusor: Steven Spielberg. Jonze combate, de un modo fallido y admirable, contra E.T. y trata de encontrar un retruécano melancólico partiendo de una vida interior apenas esbozada, endeble, paródica. Cameron se dirige al Spielberg de Indiana Jones y el templo maldito o el de Jurassic Park desde su carrera. Desde su perspectiva. Por primera vez en su carrera, al margen de Titanic, Cameron no rapta temas de su más reciente precusor. Encuentra, de hecho, el nexo común en todos ellos: desde el ya inicial y obvio uso de la tecnología más punta para contarnos el hermoso, peligroso e inevitable desastre de los abusos de estas tecnologías hasta el menos evidente de la búsqueda espiritual, relacionado siempre con los roles y los simulacros (Kyle Reese ejerce de protector, aunque sea un soldado herido y traumatizado, Tasker simula una vida aburrida aunque lo que de verdad le divierte es salvar al mundo del modo más impresionante posible) que encuentra su quimera en su protagonista, que descubre su lado humano en una técnica post-humana, que vuelve a su (falso) lado salvaje desde el más sofisticado de los disfraces, pero siempre por pura diversión. Excepto el inmenso Indiana Jones, un arquetipo pensado ya como obra conjunta y perfecta, la mayoría de protagonistas adultos spielbergianos buscan su rol y reciben una revelación de los modos más incómodos posibles: desde Encuentros en la tercera fase, pasando por Minority Report hasta llegar a Munich.
Los errores de esta película, que los tiene como los arriba citados o el habitualmente excesivo preclímax de Cameron que aquí encadena dos discursos, no son producto de unas ambiciones fuera de órbita, sino de su apuesta coherente por un cine infantil. Nada en su protagonista nos parece excesivamente sorprendente, pero difícilmente no podemos comprenderle: al fin y al cabo es un tipo que disfruta siendo un gigante gato azul con alma de guerrero. Esa esencia de juego, de parque temático, llena los primeros minutos de la película que incluyen una hipnótica visita por las islas flotantes de Pandora, Magritte in mind, y por su fauna, concebida desde el mundo más childish posible: es un piropo puesto que es el infante el que sabe apreciar las posibilidades y los ecos del parque hinchable y no el adulto.
Su duelo final, mezcla delirada e inspiradísima de La princesa de Mononoke, clímax propios como el de Mentiras Arriesgadas y Aliens, merece ser visto para ser creído. También es uno de los momentos más supremos de la carrera de Cameron. Su gramática parece genuina coordinando escenas frenéticas, algunas tomas largas (como la de la muerte del líder Tsu'Uye) y combinando la emoción de sus protagonistas con la escala inmensa de la batalla. Cameron pone en evidencia a uno de sus peores alumnos, Michael Bay, quién en su ya vergonzosa Transformers 2 ha usado digitales en mano de un modo casi peor al de su primera entrega y enteniendo mal los conceptos estilísticos de la guerra de los mundos spielbergiana o Cloverfield, sumado a su habitual montaje corto, para destruir cualquier posibilidad de crear un estilo mayor o sugerente y solo permitiendo un seguimiento claro de su aparatosa acción con el uso de slow-mo en detalles de los tortazos.
No es una obra maestra, pero es una obra única: su disfrute parece estar condenado al 3d y a la sala de cine. Precisamente, su condición de montaña rusa, convenientemente exagerada por la dialéctica publicitaria y su condición de hype, puede recordar a la atracción que sintieron en 1933 los espectadores de otra crisis con el gigante King Kong. De un gorila conquistando un mundo, una torre, hemos pasado a una raza reconquistando un nuevo mundo. Cinta pulp, deliciosa y abiertamente infantil, algo irregular, Avatar es un hermoso y maravilloso ejemplo de cine de aventuras hecho con la pulsión de la emoción y la voz (propia, inquebrantable) de un maestro que tal vez no nos legue nunca una obra puramente maestra, pero que disolviendo su genio en todas sus obras nos deja experiencias inolvidables.
En sus Pensamientos, Blaise Pascal decía que un hombre era verdaderamente sabio cuando volvía a su infancia. La sabiduría era un conocimiento espiritual para su autor. No podemos decir que Cameron haya llegado tan lejos, pero Avatar es un regreso, orgulloso, a las lecturas y a las pulsiones de John Carter From Mars con un uso del scope capaz de rivalizar con el que hizo en su día Forbidden Planet.
5 comentarios:
Sigamos con las referencias, ¿no crees que Avatar -background común mediante- tiene algunos rasgos que lo emparentan con el Ronin de Frank Miller? Billy Challas como discapacitado, mundo interior artificial (Virgo y el biocircuito), el camino del samurai a través del tiempo (o no, puede ser todo una fantasía) Falta el equivalente a Casey, que aparecería, para mi gusto, encarnada en la Mace de Días Extraños (guión de Cameron, otro pedazo de Tech Noir) Ojalá sepa Sylvain White, o quien finalmente se atreva, lo que tiene en las manos y lo que puede extraer de allí. Un saludo y hasta otra.
Me alegro de ver la referencia a La Princesa Mononoke en su comentario, a mí también me recordó poderosamente la película a un Miyazaki (tiene el enfrentamiento hombre-naturaleza, los personajes femeninos fuertes, se diría que solo le falta el protagonista infantil, pero aún así Jake Sully es bastante paralelo al Ashitaka de La Princesa Mononoke).
Más allá del argumento, creo que el acierto de la película está en su uso nada gratuito y extremadamente inmersivo del 3D. Se diría que la pantalla se convierte más que nunca en ventana en la película de Cameron. Ahora solo queda esperar al 3d en Blue-ray para disfrutarla en casa, y es que esta película en 2d palidece...
Miller me parece un referente muy a la zaga, sobre todo porque Ronin tiene la simetría western/samurái que ya viene CASI implícita en el género. Los primeros 40 minutos de esta película son un western contado a una manera más contemporánea.
Yo no la veré en formato doméstico. Bueno, igual y con 15 años más me pongo nostálgico, pero la veré una vez más en cine y ya está.
sin haber visto aún Avatar, a mi la comparación con Mononoke me sobra: la de Miyazaki es arrolladoramente desoladora y nada complaciente; y lo que he leído dice lo contrario de la de Cameron.
Henrique, usted cuando vea la batalla final de Avatar entenderá lo que digo. La batalla final. Es ahí donde lo he comparado. No estoy comparando sus trasfondos morales porque son antagónicos: Avatar es cine orgullosamente infantil.
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