viernes, enero 27, 2017


Detrás del mostrador de la pastelería hay una banqueta para descanso de las empleadas; pero no es prudente ocuparla demasiado tiempo o repetidas veces: la encargada vigila desde el mostrador de enrente, tiesa, detrás de la caja registradora. El local es "de lo más selecto de Madrid" y exige de sus empleados máxima corrección. El comedimiento y aire distinguido de sus dependientes acreditan un establecimiento tanto como la pureza de sus productos. Las muchachas han de ir y venir detrás del mostrador, erguidas y sonrientes. "¿Qué desea la señora?" Ni una broma con los camareros, ni una frase de mal. gusto. "Ésta es una casa distinguida". Esto de la distinción lo ha oído Matilde muchas veces, en boca de la encargada, durante las tres horas que lleva actuando en el salón. De las cuales ha salido una consecuencia: "El cliente siempre tiene razón". Y otra: "Al cliente hay que sonreírle siempre y engañarle cuando haya ocasión". Y esto, sólo en lo relativo al público. Que es de lo más heterogéneo. El público da color y marca cada hora del establecimiento. Al principio se multiplican en él las sirvientas, con sus cestas de hule; la modista, la mecanógrafa, el empleado, que adquieren su bollo de hojaldre; más tarde, el mozo de almacén, el botones, el continental ("Oiga, un pastel"). Luego la vieja repintada y sus niñas cursis, las beatas, al regreso de la iglesia; la dueña de la pensión modesta, que hace su pedido de las tartas de las más económica, la dueña de la casa, que adquiere sus flanes o su nata.

Luisa Carnés, Tea Rooms Mujeres obreras.

miércoles, enero 18, 2017

El pisito


En los agradecimientos de Anabel figuran un montón de nombres. Amigos y cómplices del escritor y director, Antonio Trashorras, que son también, como él, críticos cinematográficos formados en las exigencias de la prensa de papel y sus transformaciones.

Hay, por supuesto, dibujantes de cómics, escritores. La película, seriamente, termina dedicada a HR Giger. Diré que esto me parece secundario. En los agradecimientos he hallado la pista. Un nombre puede pasar desapercibido. Ése nombre es el de Milton Friedman, el economista de la Escuela Chicago cuyas tesinas construyeron o ayudaron a construir el actual bloque de la derecha ocupada en reducir el estado redistributivo. Friedman se convirtió en piedra de toque del llamado neoliberalismo. Este nombre aparece como una pequeña pista de Trashorras, una indicación discreta.

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Con las inteligencias generosas sucede que es muy fácil sentir como propia las casas que han levantado con cuidado, y éste es el caso de Trashorras. Uno acudía a él esperando criterio y resistencia en sus críticas, y uno vio con simpatía su cortometraje Dos manos zurdas y un racimo de ojos manchado de gris (2009) y su largometraje El Callejón (2011). Trashorras había participado en guiones para otros directores, como el libreto de El espinazo del diablo (2001, junto a David Muñoz) o la estupenda Agnosia (2009) de Eugenio Mira.

Su primera película, una extraña investigación sobre las pasiones propias hecha en una industria en descomposición avanzada, ha envejecido bien y no era una película donde sus talentos se afinaran tan bien como en ésta.

¿De qué trata Anabel? Podemos explicar su argumento y podemos explicar, finalmente, lo que nos termina mostrando. El argumento persigue a un extraño que, con la excusa difícilmente rebatible de que no tiene adonde ir, va a un piso a vivir con dos muchachitas de veintitantos, dos espléndidos arquetipos del madrileño de cambio de siglo: una aspirante a funcionaria y un bosquejo de actriz.

Pero el extraño provocará turbación en la convivencia. ¿Qué emergerá tras su presencia? La película se abre con una cita de Nathaniel Hawthorne y uno puede comprender el por qué. Anabel usa un ropaje de cuento, digamos, neo-gótico urbano donde Trashorras puede permitirnos citar con calma a cierto Polanski por la claustrofobia y la otredad.

La película, no obstante, trata de lo siguiente: una rentista se hace pasar por trabajadora normal y corriente mientras convence a su compañera de piso / inquilina de que eche a una mujer sin recursos. Llevado a cabo el deshaucio, una figura que tal vez sea su padre, aparece para trastocar y vengar la muerte de su hija, poner de relieve esta evidencia. Es, al mismo tiempo, un fantasma y un juez.

Como vemos si el eco es de Hawthorne, la letra de la música es del economista Friedman (o, por decirlo menos humorísticamente, de los inteligentes discípulos de la tradición de los oprimidos). Trashorras tiene la inteligencia de que el cruce de personajes sea también un cruce de maneras de actuar: Enrique Villén es un actor secundario de carácter, Rocío León opta por registros más naturalistas propios del cine low-cost alternativo de donde procede y Ana de Armas usa su carisma escénico para darle una pátina cómica a su personaje.


La película cuenta con tres montadores acreditados y no es ningún secreto que se trata de una película de guerrilla, rodada probablemente en 2013 y en post-producción durante dos años. La música no siempre resulta adecuada y la fotografía es antes un recurso inmediato que cualquier manierismo.

Éste es uno de los más raros ejemplos de gran cine social y de imaginación que hace emerger figuras de su tiempo, por eso mismo el tiempo nos devolverá a Anabel como el fantasma devuelve a las relaciones económicas que sustentan el frágil hogar de los protagonistas.

Se beneficia de que Trashorras con apenas setenta minutos parece disfrutar de los diálogos y los usa para dar siempre pequeños rodeos acerca de quienes pensamos que son los personajes. Se confiesan o se mienten a sí mismos, se hieren a ratos con extraña sinceridad y se persiguen como sombras persiguiendo sombras (por decirlo usando la aforutnada expresión de los Años Felices de Torné).

Gracias a Filmin la película ha encontrado un lugar donde encontrar espectadores sin prisa. Fue proyectada en Abycine y en Sitges y premiada en ambos festivales.

martes, diciembre 27, 2016


Gran parte del deseo, a esa edad, era un acto deliberado. Nos empeñábamos en difuminar los bordes toscos y decepcionantes de los chicos para darles la forma de alguien a quien pudiéramos amar. Decíamos que los necesitábamos con las palabras típicas, repetidas de memorias, como si estuviésemos leyendo una obra de teatro. Más tarde lo vería: lo impersonal y rapaz que era nuestro amor, enviando su señal por todo el universo con la esperanza de encontrar un depositario que diera forma a nuestros deseos.

Emma Cline, Las chicas. Traducción de Inga Pellisa.
Nada puede encomendar las historias a la memoria con mayor insistencia, que la continente concisión que las sustrae del análisis psicológico. Y cuanto más natural sea esa renuncia a matizaciones psicológicas por parte del narrador, tanto mayor la expectativa de aquélla de encontrar un lugar en la memoria del oyente, y con mayor gusto, tarde o temprano, éste la volverá, a su vez, a narrar. Este proceso de asimilación que ocurre en las profundidades, requiere un estado de distensión cada vez menos frecuente. Así como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo. Sus nidos —las actividades íntimamente ligadas al aburrimiento—, se han extinguido en las ciudades y descompuesto también en el campo. Con ello se pierde el don de estar a la escucha, y desaparece la comunidad de los que tienen el oído atento. Narrar historias siempre ha sido el arte de seguir contándolas, y este arte se pierde si ya no hay capacidad de retenerlas. Y se pierde porque ya no se teje ni se hila mientras se les presta oído. Cuanto más olvidado de sí mismo está el escucha, tanto más profundamente se impregna su memoria de lo oído. Cuando está poseído por el ritmo de su trabajo, registra las historias de tal manera, que es sin más agraciado con el don de narrarlas. Así se constituye, por tanto, la red que sostiene al don de narrar. Y así también se deshace hoy por todos sus cabos, después de que durante milenios se anudara en el entorno de las formas más antiguas de artesanía.

Walter Benjamin, 'El Narrador'. Traducción de Roberto Blatt.

jueves, diciembre 01, 2016


Dentro, con una expresión adusta, iban sentados dos empleados de la funeraria, el chófer y su acompañante, y detrás de ellos, en la superfície de carga, por decirlo de algún modo, en su ataúd reposaba, como era de suponer, alguna persona que se había despedido de la vida hacía poco tiempo, con el traje de los domingos, la cabeza apoyada en un pequeño almohadón, los párpados cerrados, las manos juntas y las puntas de los zapatos señalando el cielo.

WG Sebald, Los anillos de saturno. Traducción de Carmen Gómez García y Georg Pichler.

Des de certa distància predominen en ell els grans trets senzills que constitueixen el narrador. Més ben dit, apareixen en ell com en una roca pot aparéixer, per a l'espectador que es troba al a distància correcta i en l'angle visual adequat, un cap d'home o un cos d'aninmal. La distància i l'angle visual ens el prescriu una experiència que tenim ocasió de fer gairebé cada dia. Aquesta experiència ens diu que l'art de narrar està arribant a la seva fi. Cada cop és més freqüent: que es produeixi el desconcert en una reunió quan algú expressa el desig d'escoltar una història. És com si s'ens prengués un talent que ens semblava inalineable, la cosa més segura entre les segures. Em refereixo al talent d'intercanviar experiències.

Una causa d'aquest fenòmen és evident: la cotització de l'experiència ha caigut.

Walter Benjamin, 'El Narrador' en Assaigs de literatura contemporània. Traducció de Pilar Estelrich.

Somos seres sociables porque nos parecemos muchísimo unos a otros (mucho más desde luego del o que la diversidad de nuestras culturas y formas de vida hacen suponer) y aproximadamente solemos querer todos las mismas cosas esenciales: reconocimiento, compañía, protección, abundancia, diversión, seguridad...Pero nos parecemos tanto que con frecuencia apetecemos a la vez las mismas cosas (materiales o simbólicas) y nos las disputamos unos a otros.

Fernando Savater, Las preguntas de la vida.

Y la muerte, que yo siempre había considerado la magnitud más importante de la vida, oscura, atrayente, no era más que una tubería que revienta, una rama que se rompe con el viento, una chaqueta que cae de la percha al suelo.

Karl Ove Knausgaård, La muerte del padre. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.

Con el pensamiento podemos justificar cosas espantosas, los argumentos sirven para defender y sostener lo más repugnante; el placer de lo espiritual, su brisa vivificante enajena a menudo el contenido y las consecuencias de cuanto se discurre

Gonzalo Torné, Lo inhóspito

jueves, noviembre 24, 2016


Parecía triste de una forma sublime, como alguien firmemente decidido a sobrevivir a inviernos persistentes en algún punto septentrional del mapa.

Don DeLillo, Fin de campo. Traducción de Javier Calvo.

jueves, noviembre 17, 2016

El viejo tema de las películas favoritas


Es una suerte contar con las películas favoritas. Pero hay una pregunta previa a este valioso descubrimiento ¿a qué se oponen, por lo general, nuestras películas favoritas? No tanto a las películas que detestamos - ¿recordamos en el fondo todas las películas malas o son las decepciones nuestras anfitrionas en el gusto negativo? - como a las películas que consideramos buenas, necesarias o interesantes pero, por razón alguna, no nos generan debilidad.

Esto podría ser explicado de un modo más sencillo y hasta tradicional. Podría decir que se trata de una separación entre gusto y juicio: puedo juzgar y pensar una película, puedo escribir sobre ella, pero tal vez no me guste demasiado.

Sin embargo, sabemos bien que no es así. Si bien el gusto puede tener inclinaciones, en la lista de películas favoritas habrá razones de las llamadas del tipo sentimental. El tipo sentimental sería una película que dejó una marca indeleble.

Pero en las películas favoritas no puede ser una si no un compromiso renovado, sea con un sentimiento de nostalgia o sea por el simple placer de ir volviendo a ellas. Entonces ¿Dónde aparece la suerte?

Vayamos entonces a un ejemplo práctico. La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, Hawks, 1938). Estoy bastante convencido formar parte del nutrido ejército de admiradores que, generación tras generación, renuevan su animosidad y amor por la película. Famílias, amantes, amores: si esta película con Cary Grant y Katherine Hepburn requiriera su colectivo de fans, deberíamos decir que conquista estructuras enteras de amor.

¡Y qué fácil es juzgar la película! Todo se cae, todo sale mal, y el amor es una fuerza anárquica. Ciertamente, podemos decir, Hawks no pensaba igual que Ernst Lubitsch. Ni tampoco pensaba igual que su otra obra maestra de la screwball, Bola de Fuego (Ball of Fire, 1941) ni parece que le interesara mantener diálogo alguno con Frank Capra o George Cukor.

Y sin embargo, Grant y Hepburn cantan desesperados una vieja tonadilla de swing y entonces nosotros no podemos dar ninguna otra cosa excepto amor. Sea diáfana o no la revelación, como ese esqueleto y ese lugar donde todo se tambalea una vez más, no dejaremos de canta. La película tiene entonces su propia música interna. Como el amor.

martes, noviembre 01, 2016

Problemas fronterizos


Todos queremos algo (Everybody wants some, 2015)

¿Existe tal cosa como el cine libre? Casi siempre que se usa ese adjetivo se refiere a una metáfora y de modo estrictamente reactivo: frente a la que sea la forma dominante - pensamos en una narración, en una película que tiene un centro digamos narrativo - el cine libre podría saltar tales reglas y tener otros intereses.

Si asumimos que en 2015 esos presupuestos son algo endebles, cine libre sería también o, fundamentalmente, algún tipo de reacción contra lo que se establece como mayoritario. Pero esto ahora nos sirve poco.

Para empezar, porque la forma de Hollywood es variada tanto en televisión como en cine, y no tiene una característica; y si la tuvo antes, que es dudoso, bien podríamos decir que tenía la reacción algo de ilustrativo de esa forma.

En todo caso, no conviene desdeñar ahora el adjetivo como una discusión del pasado que no vaya a repetirse. O no conviene fingir que el cine es algo impersonal, que no son los espectadores y espectadoras quienes encuentran esa libertad como metáfora de un descubrimiento y como construcción del gusto y también del juicio y la tradición.

Como tales cosas no son fijas, y se discuten ampliamente, vamos a definir que es tal cosa como el cine "libre" de Richard Linklater: suele ser el hecho de que reduzca la escala y a ratos, sus temas parezcan ocultos. Son nítidos, pero ciertamente no hay un personaje que, necesariamente, quiera algo y luche por conseguirlo.

Como hablan y a ratos están, en efecto, dudosos o mirando, eso genera un efecto retórico de no tener la película trama. Pero la tiene, aunque son los énfasis que cambien.

II

Todos queremos algo es, al mismo tiempo, según el propio cineasta, una secuela de Boyhood (2013) y Movida del 76 (Dazed & Confused, 1993). Se centra en un día en la universidad, pero sucede en lo que probablemente fue 1980, un año que Linklater vivió.

Un contemporáneo de Linklater, Quentin Tarantino, ha filmado en 70 mm este año una película del oeste. El formato pretendía evocar casi literalmente a las grandes producciones de antaño, incluyendo una presentación y un descanso.

Dos directores llegando a los cincuenta evocan el tema del tiempo y su mirada al pasado. Con una nostalgia que si no parece gigante, si es al menos lo suficientemente relevante para que condicione sus premisas.

Todos queremos algo es, en realidad, una versión melancólica de las películas adolescentes de los ochenta. Hay rastros de epifanías de su cineasta, pero no resultan profundos: los protagonistas no son entendidos más que como arquetipos de un momento estelar que ya pasó.

Ese momento estelar son los días previos a la clase, donde el héroe, Jake, encarnado por Blake Jenner, ve la llegada de la experiencia universitaria. Si no el cine, al menos Linklater parece temer a los efectos de la educación formal: a la experiencia univeristaria, a una mirada amplia, a lo que se sugiere después de años aprendiendo.

Se ve más confortable en fronteras más estrechas y aquí afectan a la película. Con otra versión más del chico conoce chica propia de su pathos, vemos a actores recitar encantados líneas de guión del flirteo reglamentario. El flirteo suele ser romanticismo mucho más aburrido de lo que admiten sus defensores: cada momento es revelador, cada momento es significativo, con lo cual se hace un romanticismo general, poco lleno de texturas. Esa es la razón por la cual la segunda entrega de su trilogía Antes supuso un paso de madurez, porque era, en general, una historia de amor muy poco romántica durante muchos momentos.

Eric Rohmer, con frecuencia evocado por el cineasta y por los críticos, solía ser un ironista audaz. Dejaba a sus personajes hablar, pero también nos dejaba a nosotros contemplares en sus paradojas. A diferencia de Rohmer, Linklater parece terminarse en la nostalgia, en la vaguedad del sentimiento y en mecernos durante dos horas.




sábado, octubre 22, 2016

Una historia personal


Se ha muerto Steve Dillon. A los 54 años, en Nueva York. Los detalles concretos son pocos. El dibujante inglés transformó por completo mi relación con los tebeos. Probablemente, de maneras más sutiles de las que pueda enumerar ahora. Haremos una primera tentativa.

La relación y la experiencia como lector es siempre delicada (casi tanto como otras). La del lector de tebeos, los tebeos semanales de grapa, también tiene sus peculiaridades. Una de las peculiaridades es que las personas crecen y de repente, el adolescente busca otros lugares, otros mitos. Las historias de superhéroes dejaron de ser tan interesantes para mi durante gran parte de mi adolescencia.

La razón puede resumirse en términos simples, sin que lo sea por ello necesariamente: algo prohibido, algo distinto. El adolescente busca en lo oscuro, y ¿qué mejor lugar para empezar que los tebeos de Garth Ennis dibujados por Steve Dillon?

Predicador era perfecta cuando la encontré una tarde tonta en Mataró en el verano de 2001. Había chistes contra la iglesia - lo que a un chico de clase obrera de educación ligeramente católica de Mataró le sonaba muy subversivo -  y había un enfrentamiento contra El Mal entendido como los tacos.

Estaba Abierto hasta el Amanecer, es decir, estaba Tarantino y estaba Ennis. Formaban parte de la misma tradición, aunque tradición significara (también o básicamente) moda. Leí el tebeo como vi aquellas películas.

Esta paradoja más que ser explorada en sí, era una excusa para hacer un tebeo de ultraviolencia de parte del bien. Que no envejeciera bien parece ahora casi una parte de su encanto, una pequeña modestía contractual.

Claro que también estaba el Hellblazer donde John Constantine y su habilidad para fumar se convertían en una trampa. Este tebeo era más que subversivo, hábil: Dillon sobresalía también por su capacidad de recuperar lo que se supone que había sido siempre Hellblazer.

Dillon era, en buena medida, el protagonista de los hallazgos de Ennis. No podían explicarse por separado. Dillon daba a los diálogos - chabacanos, llenos de chascarrillos, con ingenios ocasionales - una cierta suciedad y una expresividad insólita.

Para cuando cumplí los diecisiete años, ya no tenía demasiado sentido fingir que no amaba el género superheroico. Todo esto cambió en gran medida gracias a Frank Miller, Warren Ellis, Joss Whedon Jason Aaron (para el que también Dillon dibujó tebeos gloriosos), Mark Millar y etcétera.

Hubo un tebeo a los veinte que lo cambió todo, por supuesto. Decían que allí Ennis y Dillon habían estado mejores que nunca. Había leído críticas online, pero las rebajas y la segunda mano ayudan. El Punisher de Ennis y Dillon era casi todo lo que yo necesitaba para borrar el edificio (igualmente frágil) de preconcepciones.

i había rémoras de sospecha en mí acerca de Punisher - no deja de ser el prototipo de justiciero ochentero con una anarquía de derechas modelada en pleno conflicto social de las reaganomics - quedaron borradas.

Lo cierto es que Bienvenido a casa, Frank es uno de mis tebeos favoritos. Actualizando la premisa del western, adaptándose bien a lo que hacia las mafias a la gente corriente y currante, Punisher se lee como una irónica fábula de robo a los extorsionadores con sangre e ironías respecto al sistema: el escepticismo sin exceso, donde la institución y la comunidad se hacen necesarias delatan la inteligencia de un Ennis inspirado y un Dillon fuera de lugar.

Este tebeo me acompaña, y merece la pena releerlo cada cierto tiempo. Dillon estaba en sus mejores momentos. Los tebeos tienen también memoria individual y experiencia conocible; en este caso, Dillon y sus dibujos eran parte de un paisaje y de su renovación.

Cuantas veces nos sucede eso.


lunes, julio 18, 2016

Extrañezas


Hace bastantes años que no veo ni 'Los Goonies' (The Goonies, 1985) ni leo o releo libro alguno de Stephen King. Hace, de hecho, diez veranos en los que me animé a leer aquella novela (ahora tan anticuada) de unos teléfonos móviles que se convertían en transmisores de una plaga de zombis descarnados. Se llamaba Cell, y como tantas novelas de Stephen King tenía una banda sonora incluída en el libro, una narración fluida y un giro final no del todo previsible.

Sin embargo, recuerdo con mucho gozo el primer momento en el que leí Historias Fantásticas, sacada de la habitación de mi tía y perteneciente quizás a uno de mis primos. Se suele recordar aquella sentencia de Nabokov de que el mejor momento para leer es en algunos años de la niñez donde todo fluye.

Le di vueltas a la frase y creo que he logrado descifrarla: ciertamente, las lecturas de infancia no tienen protocolo de lectura instalado - como sí lo tienen las de adolescencia - y suspenden el juicio en favor del aire perenne de descubrimiento. Tal vez, de existir algo es la preferencia, los grados de atracción.

Poco importa. Aquellos relatos de King me resultaban muy divertidos e identificables. Como luego lo hicieron It o Todo es eventual. Hablo de esto porque he visto Stranger Things, una serie de Netflix que desde los títulos de crédito homenajea y se postula como kingiana.

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No siento especial devoción por aquellos referentes. Qué impostura más absurda sería declarar mi pasión incondicional por aquellos ratos o mi nostalgia. Lo que me parece más interesante de la serie de los hermanos Duffer (el nombre es real) es que consiguen suspender el juicio.

La historia, que se ocupa de un grupo de muchachitos intentando recuperar a su amigo perdido de otra dimensión, tiene una cosa obligatoria en la reciente cultura estadounidense y su eco global: el pathos spielbergiano. Hay una niña con poderes que es, al mismo tiempo, E.T. y Samantha Morton en Minority Report.

Y la trama es al mismo tiempo Poltergeist y La Cosa (que era de John Carpenter). Y los adolescentes son o podrían ser parte de Halloween o de Pesadlla en Elm Street. Parece evidente entonces que los niños no crecieron en la década de los ochenta si no más bien alimentados por algunos de los referentes de la cultura de masas de los ochenta.

***

Hay muchos anacronismos en la serie, que transcurre en un pueblecito estadounidense en 1983. El más evidente de ellos es el rito de descubrimiento de los Clash entre dos hermanos. O una canción posterior de los New Order.

No creo que estos anacronismos sean fallos u errores, si no más bien revelaciones. Los mecanismos de la memoria son peculiares, pueden teñir o unificar, y así parece escrita la serie. Lo sorprendente es que la serie me gustó independientemente de sus evocaciones y búsquedas.

Claro que agradecí que imitaran la elegancia visual de John Carpenter y que los hermanos Duffer intentaran, al menos, composiciones panorámicas del pueblo y modos elegantes de jugar con sus diabólicas criaturas.

Pero lo que me pareció interesante de la serie es que su escala era muy reducida. Había un sentido pequeño de la acción, lo que la hace diferente de otros homenajes nostálgicos. Todo podía caber en el prólogo que transcurre con los protagonistas jugando a rol en un sótano.

Ese sentido de descubrimiento no le añade cursilería. Los personajes adultos de la serie son opacos o terminan tomando decisiones opacas. La oscuridad acecha, aún cuando parece vencida. El tiempo pasa y tiene heridas que vamos a ir comprendiendo. No creo que los Duffer usen los ochenta en alcance alguno, la sombra de Reagan parece banal o adecuada al ambiente, pero no se percibe  ningún sentido histórico.

Se ha insistido en los materiales promocionales que sus hacedores pensaban más en una película de ocho horas que en una serie. Si por serie entendemos una serie de lugares comunes y extremos dramáticos un poquito pasados de roscas, tal vez tengan razón. Y ésa sea la mejor razón para verla.

jueves, junio 30, 2016


Sentí pena por nosotros, por los dos, por todos, extraños organismos bajo el sol. Grandes mentes que convivían demasiado cerca de almas exaltadas. Y además, almas desterradas que añoraban su propio mundo, su hogar. Todo ser vivo llora la pérdida de su mundo-hogar.

Saul Bellow, El Legado de Humboldt. Traducción de Vicente Campos.

miércoles, junio 29, 2016


la mujer calló por unos momentos, al tiempo que dedicaba su sonrisa, oculta por el amplio sombrero en cuyo extremo el velo negro se abría como una cortina, al rostro de Morris, animada por un brillo más tierno si cabe.

Henry James, Washington Square. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.

martes, junio 28, 2016



Eso era de verdad lo extranjero: aquello que a primera vista parecía familiar de tan inocuo pero que, al abordarlo resultaba brutalmente ajeno.

Mercedes Cebrián, El genuino sabor.

jueves, junio 23, 2016


El Maestro

Cuando muere un gran escritor - un evento inusual, dado que ésta es una especie rara - rendimos tributo con una visita a nuestras estanterías, biblioteca o librería; el lamento y la celebración se fusionan honorablemente. Pasará un cierto tiempo antes de que tengamos la medida completa del logro de Saul Bellow, y no hay razón por la cual no deberíamos empezar por algo pequeño, una frase u oración que se ha convertido en parte de nuestro mobiliario de la mente, y una parte de los placeres de la vida. Después de todo, los buenos lectores, como Nabokov advertía a sus estudiantes, "deberían percibir y acariciar los detalles". Los amantes de Bellow a veces evocan un perro determinado,  ladrando desamparadamente en Bucarest durante la larga noche de la dominación soviética en Rumania. Lo escucha un americano de visita, Dean Corde, el héroe soñador típicamente belloviano del Diciembre del Decano, que se imagina estos sonidos como una protesta ante la estrechez del entendimiento canino, y una súplica: "Por el amor de Dios, ¡abrid el universo un poco más!" Aprobamos esa observación porque somos, en cierto sentido, ese perro y Saul Bellow, nuestro maestro, nos escuchó y obligó.
De hecho, la misma libertad que Henry James reclamó para el novelista en su ensayo El arte de la ficción ("toda la vida te pertenece") fue generosamente abrazada por Bellow: se propuso, y también las generaciones venideras, liberarse de las trampas formales del modernismo, que hacia la mitad del siglo veinte había empezado a parecer una pesada restricción. No tuvo tiempo para aquella afirmación de Virginia Woolf en la que el personaje de la novela moderna estaba muerto. El mundo de Bellow está tan densamente poblado como el de Dickens, pero sus ciudades no son ni caricaturas ni grotescos. Toman asiento en la memoria como gente que te podrías convencer de que has conocido: el chantajista sin esperanza Lustgarten ("parcialmente sutil, parcialmente enfermo") en las memorias de Mosby, que trae la ruina financiera a su família al importar un Cadillac a la Francia de posguerra; el exaltado vividor, Cantabile, llevando una pistola en El Legado de Humboldt - en su agitación de repente necesita una mierda, y fuerza a su víctima, Charlie Citrine ("un hombre de cultura o compromisos intelectuales") al establo con él. Citrine se distrae con reflexiones acerca del comportamiento de los monos mientras Cantabile "se agazapaba ahí con sus cejas curtidas y arrastradas".
Y el más vivo de todos, al menos para mí, Moses Herzog, el más logrado soñador de Bellow, el hombre menos práctico de una América de vigorosas, materiales búsquedas. En Herzog Bellow llevó a la perfección el arte de la digresión ficcional. Cuando el héroe va a visitar a su amante, la adorable Ramona, espera en la cama mientras va a ponerse lo que Martin Amis llamaría su "ropa de burdel". En esos momentos Herzog reflexiona en el modo en que el mundo entero le presiona, y Bellow parece situar una especie de manifiesto, una lista resonante de los retos que debe afrontar el novelista, o la realidad que debe contener o describir. También sirve como la guía al material crudo de la obra de Bellow. He terminado sabiéndome este pasaje de memoria a través de la relectura, y lo he tomado como epígrafe de una novela. Era un riesgo, porque el pulso de su prosa era probable que hiciera sonar a la mía escuchimizada.
"Bueno, por ejemplo, lo que significa ser un hombre. En una ciudad. En un siglo. En transición. En la masa. Transformado por la ciencia. Bajo el poder organizado. Sujeto a controles tremendos. En una condición causada por la mecanización. Después del fracaso tardío de las esperanzas radicales. En una sociedad que no es una comunidad y devalúa a la persona. Debido a los poderes múltiples de números que han hecho el yo despreciable. Que gastan billones militares contra enemigos extranjeros pero no pagarán por algo de orden en casa. Que permiten la salvajada y el barbarismo en sus propias grandes ciudades. Al mismo tiempo, la presión de millones humanos que han descubierto lo que pueden hacer los esfuerzos concertados y los pensamientos. Como megatones de organismos acuáticos en el fondo marino. Como mareas puliendo piedras. Como vientos ahuecando montes." 
La ciudad de Bellow, por supuesto, era Chicago, tan decisiva para él, y tan hermosa, rebosantemente evocada, como el Dublin de Joyce; las novelas no estaban situadas simplemente en el siglo veinte, eran acerca de ese siglo - sus transformaciones alucinantes, su salvajismo, sus nuevas maquinarias, las grandes batallas de los sistemas de pensamiento, el sonoro fracaso de los sistemas totalitarios, las bendiciones variadas del modo americano. Estos elementos no se tomaban en abstracto sino que se cribaban a través de los caprichos del personaje, de un individuo tratando de pensar donde está en relación a la masa de la que forma parte. Y siempre el pasado presionando, memorias de la infancia, las calles atiborradas y las viviendas, habitaciones compartidas, despóticos y excéntricos familiares y vecinos - los pobres inmigrantes, atendiendo a la llamada de la identidad americana.
El crítico americano Lee Siegel escribió recientemente que cada escritor británico con una conexión intelectual o emocional quiere reivindicar a Bellow: "Es como su Plymouth Rock, o incluso su Rhodesia..." Hay algo de verdad en esto. ¿Qué es lo que encontramos en él que no podemos encontrar aquí, entre los nuestros? Creo que admiramos la generosa inclusividad de su obra - ningún escritor desde el diecinueve ha sido capaz de reproducir a toda una sociedad, sin condescendencia o auto-consciente antropología social. Sin problemas puede Bellow moverse entre los pobres y sus malas calles, y las élites del poder en la universidad y el gobierno, y el soñador privilegiado con el "pensamiento de alta mar". Su obra es la encarnación de la visión americana de la pluralidad. En Gran Bretaña no parecemos ser capaces de escribir a través de las groseras y sutiles distinciones de clase - o más bien, no podemos hacerlo graciosamente, sin parecer esforzados o sin caricatura. Por eso, Bellow aparece grande, más de lo que puede aspirar a ser cualquier escritor británico.
Otra razón: en una cultura literaria que ha favorecido generalmente todo el esquema de una novela contra la frase hermosamente trabajada, honramos la musicalidad, la sapiencia, el sonido encantador de una buena línea belloviana. Un ejemplo, acertadamente alabado por el crítico James Wood, es la descripción de Behrens, el florista dentro del relato "Algo por lo que recordarme": "En medio de las flores, solamente él no tenía color  - algo así como el precio que tuvo que pagar por ser humano". Otro ejemplo, de un significado especial para mí porque rendí tributo a Bellow al hacer una variación: en Herzog, leemos a propósito de Gersbach con su pierna de palo, "doblándose y enderazándose grácilmente como un gondolero" .
No resulta sorprendente que algunas de las mejores celebraciones de la escritura de Bellow se originaran en Gran Bretaña. Algunos ensayos tal vez estén ya en sus estanterías, y en este tiempo de hacer balance, tal vez sea animoso ir a buscarles. Uno es la magnífica defensa de Martin Amis de Las aventuras de Augie March como Gran Novela Americana Definitiva en la introducción de la edición Everyman; otro es la introducción de James Wood a los Cuentos Reunidos en Penguin, en el que la alegría es el elemento central como reacción a su obra.
Los escritores a los que admiramos y releemos terminan absorbidos en la letra pequeña de nuestra conciencia, en el ruido blanco de nuestros pensamientos, y en este sentido, no pueden morir jamás. Saul Bellow empezó a publicar a los cuarenta y su obra se esparce por todo el siglo que ayudó a definir. También redefinió a la novela, la ensanchó, la liberó, la hizo cálida con una sensación humana y con sabiduría y un gran propósito. Henry James propuso una vez una obvia pero servicial verdad: "La cualidad más profunda de una obra de arte será siempre la calidad de la mente del que la hace". Estamos despidiéndonos de una mente de una calidad sin rival. Abrió nuestro universo un poquito más. Se lo debemos todo.
Ian McEwan, Tributo a Saul Bellow. Publicado aquí. Traducción propia. 

miércoles, junio 22, 2016


Para ella no era ninguna novedad que las preguntas de los niños eran la diversión favorita de los adultos; salvo las tribulaciones de su muñeca Lisette, casi nunca hubo nada en casa de su madre que pudiera explicarse con seriedad. Nada le resultaba tan fácil como hacer reír a las damas que iban de visita, y habría podido sacar partido de haber sido más calculadora. Siempre había algo oculto tras las cosas: la vida era un corredor muy muy largo, con hileras de puertas cerradas. Había aprendido que era imprudente golpear esas puertas; al parecer, eso producía tremendas risotadas de burla del otro lado.

Henry James, Lo que Maisie sabía. Traducción de Edgardo Russo.

miércoles, junio 15, 2016


Owen echa de menos el viejo parque de Willow, arrasado hace ya mucho por las excavadoras. Allí el tiempo pesaba, y era delicioso sentir su peso mientras desplazaba las fichas de las damas chinas de triángulo en triángulo o trenzaba cordones para los solbatos que sólo usaba la señorita Mull, o cuando lanzaba la pelota por encima del tejado de alquitrán de las gradas y había que ir a buscarla al campo de maíz, o cuando veía a Ginger colgada como un mono de las barras o impulsándose con las piernas en el columpio chirriante para llegar cada vez más alto. Es consciente de que para los niños de Haskells Crossing su parque es el club, con su piscina, su bar, sus pistas de tenis, y tetherball, y,probablemente, sus dibujos guarros en algún rincón por donde nunca pasan los adultos, aunque para Owen ese espacio recreativo tiene la desagradable pátina de la propiedad privada y en él se respira el aburrimiento incurable de los ricos. Los pobres también se aburren, pero no pierden la esperanza de que las cosas mejoren, mientras que los ricos sólo quieren que las cosas sigan como están, y eso es todavía más improbable. Sus problemas - la eterna crisis de sus partidas de golf, la descomunal casa que un nuevo rico llegado de fuera ha plantado justo delante tapándoles las vistas al mar, lo difícil que resulta encontrar un servicio doméstico formal para la casa y el jardín (hasta los brasileños y los albaneses coran un dineral y ya están aprendiendo a no dar un palo al agua), el desplome de la bolsa, la subida de los impuestos sobre la propiedad inmobiliaria, los hijos mayores en vías de divorcio o los que se dedican a trabajos sociales desgarradores - le parecen a Owen una nimiedad en comparación con los problemas de su infancia, que eran cuestión de vida y muerte por más que su famíllia se empeñara en protegerlo.

Tal como el tejado de pizarra de la casa de Miffin Avenue había resistido la lluvia y el huracán de 1938, sus guardianes lo protegían del pedrisco de las preocupaciones: de la pobreza sin una red de seguridad pública, de la enfermedad sin milagros médicos en la posguerra, de la implacable exclusión social del sistema. El niño oía siniestros retazos de conversaciones mantenidas en otras habitaciones de la casa: su padre no tenía el trabajo asegurado, la fábrica de medias era una causa perdida; su madre no andaba bien de salud, tenía la tensión alta y dolencias propias de las mujeres. Aparte de aquel dibujo en el cobertizo del parque, Owen no sabía nada de los órganos sexuales femeninos, pero, a juzgar por lo que oía sin querer, llegó a lac onclusión de que eran un callejón sin salida que conducía a la tragedia. Y los abuelos ya no eran jóvenes; se ponían a susurrar en su habitación, con el olor a papel mojado que desprenden los cuerpos viejos, al filo del olvido, y le parecía un milagro verlos aparecer todas las mañanas a la hora del desayuno. Abriéndose camino día tras día, Owen fue pasando de curso, agradecido porque su mundo en Mifflin Avenue siguiera intacto.

John Updike, Mujeres. Traducción de Catalina Martínez Muñoz.