miércoles, agosto 22, 2007

A night in the life: Una dedicatoria en el sepelio de Keiko Kai

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En La velocidad de las cosas, libro de vivos y muertos sin etiquetar que se mezclan y nos mezclan, Fresán teje la que tal vez sea su más sincera historia de su relación con la literatura: un nazi salva a un judío solo porque ama su arte. Éste se confiesa desgraicado y se venga de él años después. Puede que Los amantes del arte: una memoir amnésica sea el más sincero resumend el amor al arte que siente Fresán y de la visión de sus mejores antihéroes. Hay en esa historia algunas semillas que brotan en Jardines de Kensington: la historia de Peter Hook como el artista del revival más loco que (Nunca Jamás, claro) existió.

Yo odio a los prepotentes pero la presuntuosidad de Rodrigo Fresán me enamora: de hecho no me parece presuntuosidad de la ofensiva, de la hostil, está hecha del amor a los libros y a la literatura, y esta cosa no es mala si se gestiona bien (con inteligencia más que nada: Vila-Matas tiene mucho amor y no sabe dónde colocarlo).

Jardines de Kensington es una perfecta novela autonóma dentro de esa bibliografía infinita que es Canciones Tristes (o el resto de los libros fresanianos, piezas de un mapa por hacer, cartografía para lectores hardcore): su dispersión inesperada entre dos flujos funciona de una forma que da una enividia sanísima. La estructura es perfectamente confusa: de repente está Barrie. De repente sólo Hook y sus recuerdos. Y su padre Sebastían “Darjeeling” Compton-Lowe. Y su esposa. Y su hermano Baco. Y siempre Hook, mintiéndonos de la forma más bella: ahí está ese final.

Los méritos de esa rara avis de la novela que es Jardines son extraños y tal vez precisos, por eso funciona: reinventar Peter Pan a base de una reescritura deliciosamente apócrifa de la vida de Barrie y contarnos la historia que hay en el que La cuenta: Peter Hook. Toda la estructura, antinovelística, llena de dispersones, planetada como un monólogo aderezado con una velocidad anfetamínica por su narrador de una infancia POPcidental , resulta revolucionaria: a la vez no tengo al más mínima duda que Fresán interroga por su resultado y su obra sigue estando como una especie de Tarantino. Llevo días comentándoselo a Lily: Jardines de Kensington es lo que es Kill Bill vol. 2 con Sergio Leone y las películas de artes marciales, una reescritura velocísima con un retrovisor a la historia de la literatura de nuestros mitos favoritos. Fresán es un dj que recuenta sus historias: pero como dice
J. Fresán no hace juguetes accesibles, los hace para sí, pero con un amor, con un sentir lírico tan perfecto que los libros y sus lectores salen más que satisfechos.

Puede que Jardines de Kensington ya sólo sea histórica por su sangrante parodia de Harry Potter (encima Jim Yang y su cronocicleta y sus aventuras son mucho MEJORES y lo digo sin haberlas leído) con ese Peter Hook arrepentido y hastiado de que sus fans sólo esperen sus libros y al siguiente. Porqué Fresán ama a los libros en plural, los mejores y no la espera impaciente: hay algo de traición en ese lector que se despide de los Jardines de Kensington sabiendo que no quiere emprender el último vuelo y dejar para siempre atrás a Marcus Merlín, suerte de tutor crepuscular y joven a al vez, a esos The Beatens aka The Beaten Victorians aka The Victorians y sus álbumes que jamás existieron. La ventaja es que el libro existe y que nosotros esperaremos al próximo libro de su autor con una impaciencia que Peter Hook posiblemente nos reprocharía.

Cuando el lector termina, y pasan los días, tras el libro, recupera sus ganas de leer con un ansia que nada tiene de didáctica y su mucho de religiosa: podemos ver Jardines de Kensington como la historia del último vuelo que nos recuerda que no será el nuestro en muchos, muchos, muchos libros. Y a Fresán como ese autor a quien admirar por sus sinceros testamentos de amor que cose como novelas remezcladísimas y perfectas. Los Jardines de Kensington, antinovela mentirosa y declaración de amor no firmada a Nabokov, tiene a los habitantes de canciones tristes más netamente inolvidables pero no los menos perdurables. O sea la materia de un auténtico clásico.

3 comentarios:

Chiquilín de Bachín dijo...

Muy buena crítica, saludos.

Diego Coluccio dijo...

Grande Alvy, grandísimo Fresán!

La descripción que hace en Kensington Gardens de la fiesta en que describe a todo el swinging london es mas que perfecta.

Cuándo sale lo nuevo? Se sabe aunque sea el nombre del libro?

Saludos,

Colu

Toro dijo...

me gusta que fresán sea antiborgeano, no como dice en la contratapa de jardines, "un borges pop", no señor, fresan no es eso, y lo digo como fanatico de borges. me gusta que no tenga mayores correlaciones politicas con el canon argentino ( aunque cortazar y bioy estan ahi, pero en el estilo)¿Y puig?, fresan no representa la realidad, la reemplaza.
Usted lo sabe, alvy, fresan, con la muerte de Bolaño, es el gran escritor latinoamericano vivo de nuestros dias, que me perdonen Piglia y Bellatin y Aira ( y pauls y rey rosa y Fernando Vallejo, dios mio).

UN abrazo