
James Wood en su imprescindible The irresponsible self comete dos errores que no me sorprenden. En su crítica a Tom Wolfe fracasa, como es propio en él: no hace una crítica, hace periodismo de declaraciones. Se queja el crítico Wood de la incoherencia existente entre el Wolfe ensayista (sobre) la novela y su ficción. Supongo que el crítico Wood no sabrá de las obras periodísticas de Wolfe sobre el LSD. Yo sí y por eso al leer la realidad distorsionada, excesiva y altanera de I am Charlotte Simmons las pegas son otras.
Cosa parecidísima le pasa con Jonathan Franzen. Lo que me resulta sorprendente es que Harold Bloom ( a quién frecuentemente malinterpreta Wood, y es que no cuesta imaginarse al joven JW compungido ante Foucault, lloroso ante el maldito Lyotard o el idiota Derrida o el cerdo Baudrillard, gente impura para el finísimo crítico de Nueva Inglaterra, I suppose) sea capaz de tenerlo más claro que el crítico del New Yorker. Y es que Wood construye una buena idea (Las Correcciones como el triunfo de la novela en los medios para ser gran novela) para luego desperdiciarlo con el dichoso periodismo de declaraciones. Extractos de ensayos de aquí y allá, como quién coge extractos de entrevistas. Wood es incapaz (en un sentido literal) de afrontar la novela del siglo XX: no tiene las armas para estructurar bien su pensamiento respecto al motivo claro de los errores de Las correcciones. Pertenecen más bien al salto normalizador que hace Franzen respecto a las novelas anteriores y lo poco conjuntada que resulta su revisitación (reconocida incluso) hacia terrenos de amigos como el de Foster Wallace. La crónica social de Franzen es light en todos sus aspectos, no hay otra traba.
Si se fijan los mejores momentos de Wood son cuando habla y compara y relaciona a genios del humor como Bellow, Babel o Shakespeare. No debería sorprendernos pues que la magnitud de sus errores tenga un marco histórico tan claro: nunca el gusto prejuicioso había evidenciado la carencia de un crítico. Bloom, por otra parte, cree que Pynchon, McCarthy, Roth y DeLillo ya están en el Canon Occidental. El padre de estos críticos vuelve a ser el más revolucionario por desprejuiciado.
Cosa parecidísima le pasa con Jonathan Franzen. Lo que me resulta sorprendente es que Harold Bloom ( a quién frecuentemente malinterpreta Wood, y es que no cuesta imaginarse al joven JW compungido ante Foucault, lloroso ante el maldito Lyotard o el idiota Derrida o el cerdo Baudrillard, gente impura para el finísimo crítico de Nueva Inglaterra, I suppose) sea capaz de tenerlo más claro que el crítico del New Yorker. Y es que Wood construye una buena idea (Las Correcciones como el triunfo de la novela en los medios para ser gran novela) para luego desperdiciarlo con el dichoso periodismo de declaraciones. Extractos de ensayos de aquí y allá, como quién coge extractos de entrevistas. Wood es incapaz (en un sentido literal) de afrontar la novela del siglo XX: no tiene las armas para estructurar bien su pensamiento respecto al motivo claro de los errores de Las correcciones. Pertenecen más bien al salto normalizador que hace Franzen respecto a las novelas anteriores y lo poco conjuntada que resulta su revisitación (reconocida incluso) hacia terrenos de amigos como el de Foster Wallace. La crónica social de Franzen es light en todos sus aspectos, no hay otra traba.
Si se fijan los mejores momentos de Wood son cuando habla y compara y relaciona a genios del humor como Bellow, Babel o Shakespeare. No debería sorprendernos pues que la magnitud de sus errores tenga un marco histórico tan claro: nunca el gusto prejuicioso había evidenciado la carencia de un crítico. Bloom, por otra parte, cree que Pynchon, McCarthy, Roth y DeLillo ya están en el Canon Occidental. El padre de estos críticos vuelve a ser el más revolucionario por desprejuiciado.