¿Soy yo o al pensar en Transformers la veo cada día menos grandiosa de lo que mis ojos vieron? A ver, recapitulemos: Transformers mola mucho pero su ausencia completa de clímax final (la resurrección del líder Decepticon sumerge a la cinta en un tempo regular bastante criticable) estropea una preparación de la gran batalla, más aventurera y más emocionante. Lo que no quita su condición de ambliniada con todas las de la Bay.
El caso es que la mejor película estrenada el verano pasado, si descartamos a Bird y Tarantino como finos experimentales, ex aequo con Paul Greengrass es 28 semanas después. Termina y uno quiere volver a empezar: la cinta de Juan Carlos Fresnadillo prefiere el ritmo a la complicidad, lo canónico al guiño como ente protagónico (y destacable, claro). Así la película plantea dos momentos puramente zombie: el primero ya lo conocemos todos y el segundo es en el sótano, cuando ha estallado ya el Código Rojo. Los humanos están atrapados y encerrados, pidiendo a gritos su salida. Por la puerta de atrás entra Robert Carlyle INFECTADO y los empieza a convertir a todos como piezas de dominó, ante la atenta mirada de su hijo. Hay tal suma de conceptos molones en este momento que me deshago en tener en mis manos la película comprada.
Porque la principal diferencia entre 28 semanas después y su primera entrega es su concepción. La primera parte era un duelo, claramente intelectual, entre la visión inmediata de Boyle tras el nuevo mundo y la revisión grata de Alex Garland, pasando por un tubo a Romero, Wyndham y por ello recuperando el sentido tan inglés del horror. Ya sabemos quien ganó el duelo y como fue la película. Bien en 28 semanas después, siendo completamente fiel a la ideología latente en cualquier zombie movie y en su primera parte, se repite sátira militarista. Pero ¡tachán! Ahora la cosa va de invasión y no se trata una revisitación clásica disfrazada de artefacto revolucionario. Se trata de una película cuya energía y fuerza narrativa, una cámara rabiosamente viva que desprecia el esteticismo bello de Boyle, superan con creces a todas las tramas de la anterior. Y les daré un ejemplo: en sólo los primeros cuarenta minutos, ya ha ocurrido una historia moral de culpabilidad, una historia de amor zombie nada convencional (¡y qué bien resuelta en su prontitud!) y una escalofriante sátira sobre la seguridad nacional estadounidense, sin que ninguno de estos arbustos nuble el bosque. El paisaje de una película como ésta son los ZOMBIES y luego el movimiento.
28 semanas después no debe sorprendernos en su coincidencia de gran película de entretenimiento junto a la del británico Greengrass. Ambas resituan Europa como un escenario del Apocalipsis. En las películas de Bourne, se sabe, que es un lugar inhóspito, lleno de sombras y cámaras de seguridad. En la nueva llegada de los infectados, es un lugar en el que los espacios reconocibles parecen sepultar la memoria a un eterno vacío. Muy significativo al respecto es el cierre de la película.
1 comentario:
Ganas le tengo al film de Fresnadillo. Y más después de saborear los zombies a la barcelonesa de Balagueró y Plaza.
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