Sería injusto empezar este post asegurando que el fan es una criatura ajena: nada más lejos de la realidad, el fanático, es la expresión más auténtica (pero no la más inteligente) de la devoción por algo. El problema estriba en que los fanáticos acostumbran a confundirse como expertos: ciertamente la línea que les separa no es la de la objectividad sino la de la habilidad puntillosa por explorar los mitos más allá de la hipérbole o el positvismo impostado.
JD Salinger es uno de los fenómenos más distorsionantes de la literatura del siglo XX: escritor recluso desde hace muchos años, es el que ha causado los más tempranos integrismos entre la comunidad lectora, una rara avis en un panorama literario cada vez más lejos del escritor más o menos alejado del best seller como fenómeno de masas. Resulta curioso examinar a Salinger hoy, ya sea sólo por el éxtasis perpetuo de su influencia (me tomo la libertad de ignorar a escritores-tipo Fuguet o así): tanto John Updike, Philip Roth como Richard Yates (por citar algunos de los más grandes narradores norteamericanos) han confesado su admiración por los relatos del talentudo Salinger. Fue Updike quien tal vez dió la definición más precisa de una grandeza tan inexplicable y viriósica, cuando dijo que sus cuentos le abrieron los ojos obre cómo se podía hacer ficción con hechos que no tenían mucho que ver o apenas estaban conectados.
Saco a colación al autor de Corre Conejo porqué uno de los episodios más memorables de la crítica literaria lo provocó Salinger: tras su magnífica review de Franny y Zoey. El diario en cuestión, el New York Times, recibió una carta llena de reproches por parte de unos señores que firmaban como Joan y Robert Scholes. Lo más curioso de la carta, no es sólo la agudeza de su respuesta sino lo representativa que resulta de la validez efímera del fanático porque el único reproche acertado de los Scholes era que The Updiker había escrito Hoist High the Roof Beam, Carpenters en vez de de Raise High the Roof Beam, Carpenters. En su respuesta el escritor trazó con elegancia y amabilidad una de las más clamorosas puestas en evidencia que ha sufrido en su larga historia el fandom: demostró que a pesar del conocimiento exhaustivo, los seguidores absolutos de Salinger eran incapaces de trascender a la ficción y pensar los personajes como lo hizo su autor, simplemente creían. No obstante, el reproche más extraño y delirante (que la crítica del escritor es... ¡hostil!) no debe sorprendernos ya que los seguidores absolutos son incapaces de comulgar con nada que se le parezca al análisis y la observación pormenorizada.
6 comentarios:
Estoy de acuerdo, pero también no tengo más remedio que comentar una cosa, como fan y como fan de los fans con fundamento. Cuando un fan logra razonar, cuando un fan critica, observa y medita haciendo uno su fanatismo y la coherencia analítica, en esas raras ocasiones el resultado es único. Y ningún crítico frío, docto, sabio y rancio puede llegarle ni a la suela de los zapatos. Ahora le dejo a usted dilucidar los ejemplos.
Yo me considero admirador de mucha gente. El concepto fan ya es otra cosa, me hace pensar en niñas llorando viendo a Bisbal, o en ultras quemando contenedores; visiones (dañinas o no) más bien patéticas.
Jo, yo es que soy más british. Estoy bastante prendado del huxley pre-mundo feliz (luego con las fumadas, La Isla, el Lsd, las puertas de la percepción y tal, escribía como Stapledon cargadito de heroína)
También ando con Jonathan Coe y Colin Wilson.
Y pronto indagaré en Evelyn Waugh, si me dejan las lecturas obligatorias.
Nadie que despierte excesivas pasiones en legiones fanáticas.
Los ingleses son muy limpios y pulidos, Mycroft, así que nada que objetar. Fíjese la elegancia de Arthur & George, el último Barnes, está en las antípodas de la belleza de Chabon en la solución final. Ambas son novelas holmesianas pero su forma de abordarlo es radicalmente distinta, en este caso la británica, ya sea por geografía o no, es la excelente.
Siempre pienso que en esto de los provocadores, también son pulcrísimos, fíjese que McEwan es un Updike bastardo y que Amis es un aprendiz de Bellow profundísimo.
Tanto Barnes como Amis son muy taimados y tramposos (de un modo excelente, ojo).
En eso me recuerdan a Auster. No es un elogio.
(Por cierto, a mi me da que el Amis bueno era el padre, Kingsley. Aunque me lo pasé bien con "Dinero")
Otro de los provocadores, al que flaco favor le ha hecho el cine, es Chris Priest, una especie de Ballard pretencioso (oxímoron).
Ahí la ha dado, aunque no lo compare con Auster (aunque me gusta el paralelismo, es a nivel público), que tiene mucho más de escritor europeo. McEwan es mucho peor que Amis. Éste al menos es inteligente y tiene una labor crítica-ensayística impresionante, de la que el primero carece completamente. Priest me parece muy ballardiano sólo a ratos: en realidad, es como dijo Tones en un pleonasmo magnífico, un Borges pajero o pulp.
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