La clave del detective está en su percepción: muchos de los grandes resolvedores de misterios tenían en su principio su privilegiado don para hacerse con la respuesta. Sherlock Holmes era capaz de desvelar cualquier intriga tan sólo pensando mediante lógica deductiva y al Padre Brown le bastaban unas conversas (más propias de las corrientes de la psicología y demás). Jonathan Lethem convierte la percepción el principal epicentro de su celebrada Huérfanos de Brooklyn: su protagonista, aquejado de síndrome de Tourette, impregna con su trastorno toda la narración, toda la investigación y todo el misterio que rodea a la trama.
Hijo Tonto dice que Lethem es un gran manierista a la sombra y que funciona siempre a la sombra (a la de Dick, concreta el maestro). Tal vez sea cierto, porqué había en Paisaje con Muchacha o Cuando Alice subió a la mesa una recreación de muchas de las ideas de Dick (y en la segunda de Carroll, evidentemente) llevadas al extremo o a la metáfora. Huérfanos de Brooklyn siendo una obra notablísima, inusual acusa los defectos propios del que construye artificios: muchas veces, se pierde el norte de su objetivo principal que es ofrecer una revisión (y no una deconstrucción) del noir completamente nueva.
Raymond Chandler (el principal creador de la novela negra de la que parte Lethem, completamente distinta a la del misterio de Chesterton o Conan Doyle) construía sus misterios entorno a personajes inolvidables, caracterizados con el bisturi del que se sabe cirujano de un mundo claro pero también con la ternura propia del escritor. No hay en el misterio de Frank Minna apenas ternura y emotividad, porqué la novela de Huérfanos de Brooklyn termina en su narrativa más impregnada que su personaje: Lethem construye escenas brillantes (por ejemplo, sólo parece ser emotivo en la muerte de Minna en el coche, luego el personaje desaparece también con su carisma, sin que nos importe demasiado) y emocionantes pero es incapaz de darle a los personajes un entorno por el que moverse, más allá de su lenguaje, excepcional y juguetón.
Sería injusto y bastante idiota (en terrenos puramente intelectuales) que pudiera dar a entender que Huérfanos de Brooklyn es como La solución final de Chabon, una novela formalmente bella y absolutamente falaz contenido porqué no es así: Lethem asume el riesgo de reinventarse en su narración (y es un riesgo encomiable porqué el lector se transmuta en la mente de su protagonista, no en su voz pura y conscientemente narradora) y termina exactamente igual que Tarántula de Dylan. Construyendo una sucesión de escenas memorables pero nunca narradas a modo de novela y mucho menos de las siempre sólidas (no me refiero a las estructuras lineales, por supuesto) novelas criminales que encuentran en sus personajes auténticos mitos vivientes de una sociedad completeamente carente de ellos. Lionel Essrog encuentra su problema no en su enfermedad, sino el modo en que su narrador lo aleja deliberadamente de su entorno (el crimen, el misterio y la respuesta) para que el protagonista absoluta sea él. No se puede decir que sea fallido (no hay en esa intención nada banal, ni desde luego despreciable) pero si se puede pensar que tal vez el noir de Lethem no sea más que otro manierismo, esta vez excesivamente sombrío y díficil para ser valorado en su justa medida.
La fortaleza de la soledad
“A lo mejor piensas en los detectives de las películas y la televisión [...] En la tele todos son iguales. Los detectives son tan dispares como las huellas digitales, o los copos de nieve”
El detective de Lethem es dispar, pero también lo es su narrativa: su novela fascinante, su misterio nulo. Tal vez ese sea el verdadero espíritu de Huérfanos de Brooklyn: destruir la narración a través de los aforismos de un protagonista para finalmente caer en la cuetna de que no hay misterio. A diferencia de Borges, Lethem no cree que lo misterio tenga mucho que ver conlo divino y dudo que crea demasiado en la audacia de algún misterio. Huérfanos de Brooklyn, una novela inteligente no cree en uno de los lemas esenciales de la buena novela policíaca que es la inteligencia como único y exclusivo espectáculo. Se mantiene negra en la medida que ha ido ejerciendo, siempre, el género como catalizador social y moral: Lethem transcribe algunos pasajes desde el centro mismo de Brooklyn, desde el corazón de las ciudades.Y al final su autor regresa a Chandler: porqué al final su novela es como el recuerdo de Julia, que se irá perdiendo. En cierta manera Lethem logra lo que se proponía crear un personaje y que veamos como él, que vivamos dónde él, en la ciudad como esos sitios entre los que no parece haber otro espacio que el de Essrog. Y todo ello adornado con una prosa dylaniana, llena de variaciones, resucitando el término literaria de la mejor de las maneras.
Huérfanos de Brooklyn es, finalmente, el mejor y más inteligente de los fracasos.
2 comentarios:
Me gusta Lethem y tengo que leer esta novela, Sr. Singer. Gracias por las notas, como siempre, brillantes. Un abrazo.
Aún no conozco a Lethem, sí al señor DeLillo. Gracias por su información señor Faulkner.
Salúdicos.
SOLRAC
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