Rendition se suma al renacido cine político de los Estados Unidos con una conciencia marcadamente post11S y crítica con la guerra de Irak. Tendencia también era hacer un remake francés o una feliz comedia neoyorquina middleclass y las causas políticas, no por más estimulantes, desvinculan la condición de moda. Así que el retrato de Hood incorpora tantos elementos de segunda mano como puedan imaginar: narrativa desfragmentada y aparentemente tensa (24), Meryl Streep dando sensación de actriz mayor y terrible (la saga Bourne) y conflictos morales recién horneados de la vieja guardia de los setenta (Los tres días del Condor como modelo más o menos evidente).
La pirueta más interesante de la película está en su giro narrativo situado al final de la película que revela que una de las historias es cronológicamente anterior e insinúa que un modelo narrativo más interesante, pero lo hace usando un par de trucos de montaje bastante similares a los de Ji Yeon y El Silencio de los Corderos (1991, Jonathan Demme) con la trampa espacial traducida al ámbito temporal. En este caso la de Hood es temporal. Es agradecido que en tiempos de la citada Lost y 24 el cine trate de aportar nuevas soluciones, pero da la impresión de que cintas como esta y la todavía peor 21 Gramos (y con él todo el cine del incapaz González Iñárritu) son absoluta y manifiestamente incapaces de articular nuevas propuestas narrativas a la altura y sin que sea la serie de Abrams redonda, de momento, en sus ambiciones estructurales. Syriana proponía un modelo de entropía narrativa mucho más interesante que el de esta, que a ratos parece una revisión pálida y acortada de la película de Gaghan, quizá por estar supeditada a una sensación de paranoia, sin que ello significara descuidar la dramaturgia del asunto, un factor casi clave en este tipo de thrillers que se proponen ahondar en una tragedia.
En Rendition también hay diversos flancos, pero se peca de lo peor: el descubrimiento de una de las protagonistas más o menos islámicas de la naturaleza terrorista de su amante se hace con un álbum de fotos que incluye la improbable fotografía de dolor en pleno entierro de su hermano (¡y en primer plano!). Un recurso de guión tan absolutamente cómico e improbable pone de relieve uno de los problemas del aparentemente combativo cine político: la síntesis termina fagocitándose parodia por ese empeño en combinar demasiadas tramas para dar una conclusión satisfactoria a un problema complejo. No mejora demasiado el asombrosamente mediocre Hood con su absoluta falta de tino para la composición del suspense, llegando a cotas estelares al final, y ni tan siquiera su mirada escapa de una rutinaria composición que se desvela aburrida: travellings laterales que se repiten una y otra vez para retratar la prisión en la que ocultan al falso culpable y para retratar el piso del agente de la CIA, uso alarmantemente telefílmico de la grua y aburridos planos/contraplanos en momentos de tensión. Ni tan siquiera el voluntariosamente distante plano general que cierra el reencuentro sentimental es capaz de dar a la película cierta autonomía de sus modelos evidentes.
Cuando el mejor momento de una cinta es una cita a Shakespeare en la que los personajes desvelan, al fin, cierta intensidad por sus decisiones éticas y cierta reflexividad, no hay demasiado que añadir: otro enésimo y vulgar exponente de un cine que se pretende urgente y comprometido, pero que no añade otra cosa que banalidad al ejercicio de reflexión sobre la realiad, construyendo una ficción con notables problemas de ritmo y aparcada excesivamente en sus intérpretes.
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