Revisar The Twilight Zone es un lujo que ya no se estila: es la serie perfecta, puede que por nueva o puede que porque hubiera un tiempo sin ironía. También lo son algunos de sus tributos, como esta bella web dedicada a clasificar capítulos en delirantes secciones y no menos recapitulaciones entre ellas. Del apartado dedicado a las segundas oportunidades podría encontrarse también un tema más: el Destino. Aparece en muchos de sus episodios, aunque mi favorito sea Nick Of Time, primera aparición en la serie de William Shatner que aquí encarna a un pipiolo enamorado con cierta superstición. Escrita por el maravilloso Richard Matheson, uno de los guionistas clave de la indiscutible calidad de la serie, el episodio se cierra con un estupendo final que revela otra historia (la misma, por supuesto) ocurrida con la máquina y deja clara que la vida sea, tal vez, la historia del hombre contra su propio destino. Es en ese sugerente cierre final donde la serie alcanza una de las cimas de su singularísima y sugerente idea del fantástico: como un juego invisible entre diversas realidades (la mental, tal vez la objetiva y hasta a la que referencia el título con su dimensión desconocida) en el que se puede acceder, de verdad, a los auténticos dilemas del hombre. También, fíjense, resulta encomiable como el director, el televisivo Richard L. Bare, saca partido a todos los encuadres de la cafetería, siendo cada entrada distinta a la anterior y buscando también un espacio cada vez más marcadamente tenso.
Nick of Time, además, deja un legado icónico: su mítica máquina del Sí, el Adivino Mítico está ahora al alcance de nuestra mano y se revelan un regalo navideño artesanal, pero eficaz para deslumbrar a nuestro enemigo íntimo más cercano y que nunca pasa por debajo de las obras (además, el dedicado y entregado coleccionista nos avisa de que sigue fabricando cabecillas luciferinas por si las moscas).
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