Código Fuente (Source Code, 2011, Duncan Jones)
La sombra de Philip K. Dick planea sobre estas dos películas, ambas relatos de conciencias alteradas que usan resortes del thriller y beben orgullosamente de la tradición de la ciencia ficción literaria más radical. Sín Límites es una buena oportunidad para demostrar las dotes de Burger como entertainer cínico e irónico, oportunidad que no desaprovecha dando en un brillante Bradley Cooper toda la relevancia necesaria. También es cierto que el guión tiene un excelente tercer acto, capaz de llevar hasta el final su premisa, algo insólito en un cine mainstream ocupado de finales felices o estratégicamente ambiguos. La premisa es sencilla: un escritor absolutamente perdedor que descubre una droga capaz de hinchar todas sus capacidades cerebrales, del veinte por ciento al cien por cien. La escritura le dejará un memorable best seller y pronto luchará por ser el tipo más poderoso y carismático de la tierra en la economía. La premisa recuerda a Understand, la magnífica nouvelle de Ted Chiang, pero los problemas del protagonista por parecidos que puedan resultar (hay como en aquella nouvelle, poderes compartidos) son mucho más sencillos. El guión de Leslie Dixon es, en realidad, muy limitado respecto a la magnitud de su idea: nada en la conciencia de su protagonista nos explica qué efectos tiene toda la capacidad cerebral del mundo y todo lo que nuestro protagonista parece desear es ser, irónicamente, un hombre-de-negocios de Esquire. Burger ha demostrado suficiente personalidad, inteligencia y sensibilidad como para ser acusado de cínico (tanto el Ilusionista como The Lucky Ones están muy alejadas del tono de esta película), pero el logro (y el punto más interesante) de la película está en su elaborado clímax de suspense que encuentra un final igual de divertido. Su puesta en escena es la menos elaborada de su carrera, pero sus hipnóticos planos secuencia, sus estridencias cromáticas y su rimbombancia parecen muy adecuadas para el tono de la película así que poco que reprochar.
Duncan Jones, el retoño de David Bowie, debutó con Moon, una historia de un astronauta atrapado en una trampa cíclica que daba sentido a su trayectoria vital y parece que confirma una mirada personal con su segunda película, Código Fuente, en la que dirige un guión ajeno, obra de Ben Ripley, y el resultado es inmejorable. El principal problema de su primera película estaba en la resolución del enigma, tan ingeniosa como decepcionante: todo el relato metafísico empezaba en su final, siendo truncado por la preferencia del enigma. En esta película ocurre lo contrario pues su dispositivo narrativo tiene un importante alcance metafórico. Relato de otro náufrago condenado a la repetición (un soldado condenado a revivir los ocho minutos previos a un atentado terrorista) y a la posibilidad de escapar de ella, el film encuentra su poesía en su última media hora, una devastadora y elocuente meditación sobre los abismos que median entre nuestros deseos y la vida con una mirada puesta en la voluptuosidad de los recuerdos incalzanbles (o inalcanzados). Hay ecos, pues, de Atrapado en el tiempo y de Doce Monos, pero ninguna referencia es comprometedora pues el relato es, afortunadamente otro, tan humanista como lacónico. La formidable sutileza de algunos detalles (es en la repetición del beso de los protagonistas que percibimos su naturaleza novedosa) corrobora lo inteligente de la propuesta que cuenta con muy pocos pormenores (acaso el sospechoso sea sencillo de identificar, tal vez la despedida del padre sea más conmovedora que necesaria). En todo caso, la dirección intimista de Jones brilla, también todos sus actores: esta es la primera película gran película de 2011.