martes, enero 30, 2007

Vigilar y Castigar

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"Una historia sobre lo asquerosas que se pueden volver las personas cuando todo en lo que creían empieza a hacerse pedazos"
NOEL CEBALLOS

Ya ven que ya se hicieron unas reivindicaciones muy sabias sobre esa épica zombie que es The walking dead. Así que, será cuestión de exámenes, apetece hablar de esto hoy aunque no haré algo que ya está bien explicado. Me centraré en uno de los momentos más apasionantes e inteligentes.

Seguridad tras los barrotes (Safety Behind the Bars) es uno de los más maravillosos acercamientos a Foucault y Zizek sin pretensiones ni señalizaciones. Pocas veces he visto Vigilar y castigar tan bien sintetizado sin que por ello se pierdan los zombies. Si bien es cierto que tal como dice Noel la serie es sobre la condición humana (creo firmemente que el título es una alegoría referente a los vivos y a las reglas por las que han decidido regir su ya extinto mundo), yo redundaría en que insiste mucho en la moral y el comportamiento humano.


La escena más foucaltiana en ese sentido es cuando Rick dice que es el jefe porqué él es el sheriff. Hace referencia a un orden impuesto por otra cárcel (la de la sociedad, que ya no existe) y se erige líder él por su placa. Y nadie le discute porqué están enseñados a confiar en ese tipo de orden moral.
Lo interesante, y una pirueta un tanto zizekiana, es la llegada a la cárcel: Dexter, Andrew, Axel y Thomas. Cuando llegan a la cárcel hay paz, y es curioso, a priori, porqué se trata de delincuentes.


Tras el derrumbe de la URSS y la llegada de la democrática libertad, en Rusia las cosas fueron de mal en peor como ya sabemos. La formación de las mafias rusas no responde tanto a un instinto de delincuencia sino como a un instinto de orden y seguridad (una fe) que si se encontraba con la férrea dictadura comunista. Con los protagonistas de este capítulo ocurre lo mismo: necesitados de un orden moral necesitan formarse pequeños grupos o… volverse locos.

Thomas, el preso responsable del asesinato de dos niñas, es una muestra de esta explosión de locura tras la libertad (sin cárcel, sin reglas). La decisión que adopta al final Dexter de echar a nuestros protagonistas no deja de ser lógica: venidos del mundo libre (es un decir) han traído una terrible espiral de sangre a la cárcel. Los presos vuelven a su hábitat con ilusión ¿Por qué? Allí ya han encontrado su propia función y no están dispuestas a cambiarla o a que se la arrebaten.

lunes, enero 29, 2007

1408 (UN RELATO)

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El otro día leí algo muy cierto sobre la literatura (y enmarcado todo en la velocidad de las cosas). Y mientras espero lo obvio, ayer releí Paranoia: Un canto de Stephen King.: la sensación que tuve fue aún mejor que la de la primea lectura. La primera lectura fue mi entrada en el kingverso, me regalaron una vieja edición de Historias fantásticas que me llamaba la atención por la portada, que era básicamente una calavera que me traía reminiscencias del Cryptkeeper (en eso estaba yo admirado a mis doce). Paranoia parece un Raymond Carver pasando por el filtro de la anfetamina creativa. O sea que es excelente y caníbal, aunque eso ya lo sabíamos.

1408 es la nueva adaptación oficiosa, de Hollywood del nativo de Maine. Mientras continuo redundando les dejo aquí el relato en word: es más que recomendable y resume con una gracia simpar esos logros de intertextualidad que tan bien vió Portnoy en su dia. Disfrutenlo porqué la película pinta poco más de una sonrisilla cómplice.

¿Es Dreamcatcher recomendable? Por motivos que no vienen al caso es un libro que ojeo durante el trabajo. Veremos si lo pesco. Cell me sigue pareciendo un posible y seguro divertimento.

viernes, enero 26, 2007

LOS 10 DEBUTS (Novelísticos) MÁS ACOJONANTES DEL SIGLO XX (y II)

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5. The Damnation Game de Clive Barker.
Lo más parecido a un desvirgamiento estético por parte de cualquier adolescente que se acerque a este primer Barker: reescritura del Fausto en clave perversa (y barkeriana.: llena de incestos sexuales, mutilaciones cafres). Si a los que vieron Hellraiser ese Londres ya les pareció sucio prepárense: en esta maravillosa novella Londres es el infierno con niebla y frío.
The Welles Syndrome: Cabal e Imajica deberían hacer que no tuviésemos en cuenta los agradecidos caminos con los que no bifurcamos.


4. Carrie de Stephen King.
Esto es: la primera menstruación lectora. Va, sin chistes obvios, el debut de King es un motivo, más que suficiente (y DePalma aparte), para acallar a sus más enfurecidos y convencidos detractores: una maravillosa historia sobre el lento aprendizaje (de niña a mujer) revestida con una sanguinaria y desoladora venganza.
The Welles Syndrome.: Esto sólo fue un prólogo: después llegó Richard Bachman, Salem’s Lot, Apocalipsis, It y un montón de horror stories inolvidables.

3. Las vírgenes suicidas de Jeffrey Eugenides.
Posiblemente el día de la resurrección de JD Salinger justo enfrente de nuestra casa. Posiblemente un jardín dónde también se dan la mano John Cheever o hasta el más aterciopelado David Lynch. Posiblemente el más justificado síndrome de envidia (malsana) de debut. Y el más aterradoramente cercano.
The Welles Syndrome: Middlesex es, en fin, otro intento de reescribir la big big big american novel, muy interesante. Eugenides escoge largos períodos y eso da al lector la posibilidad de asimilación.

2. V de Thomas Pynchon.
A pesar de que ya vivimos en una era pynchoniana, acercarse a esta novela de más de 40 años sigue suponiendo enfrentarse a un montón de páginas que van muchísimo más deprisa que el lector, y sumergirse en la cloacas del caos de un mundo, el nuestro, que a veces es más extraño y más bello. Esta novela sigue siendo la gran revolución narrativa del siglo XX, aún vigente. Sigo preguntándome, como los anarquistas de Egipto, como los cazadores de reptiles, que diantres es V. Quizá ya lo sepamos.
The Welles Syndrome: Superadísimo: a la espera de Against the day, El arco iris de la gravedad es una obra que propone, tal como dicen los sabios, la ciencia ficción al revés capaz de superar tan gran debut.

1.Cosecha Roja de Dashiell Hammet.
La novela (negra o no) más importante en terrenos mitológicos para mí. Y encima una primera novela. Es una historia tan universal (la del comportamiento humano, claro) que ya pueden ser samuráis, cowboys, gángsteres, o demás: Poisonville seguirá siendo nuestro infierno perfecto.
The Welles Syndrome: Con El halcón maltés Hammet creó otro mito a la altura de la fascinación de este primer viaje.

Protesten, sus plegarias serán escuchadas. ¿DFW? (no he leído la broma infinita) Y recuerden muchos de los no citados ya están aquí. Solo podía repetir uno.

jueves, enero 25, 2007

LOS 10 DEBUTS (Novelísticos) MÁS ACOJONANTES DEL SIGLO XX (I)

Muchos de los imprescindibles ya estaban en mi otro top de novellas, así que intentaré repetir sólo uno.
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10. Esperanto de Rodrigo Fresán.
Ordenada por los días de la semana y a priori cosida como si de un vago remedo de Easton Ellis se tratara, nada más lejos de la realidad. La primera entrada del lector a Canciones Tristes se hará inolvidable: no sólo se va a reencontrar con el gran mito de la flatulencia en próximas entregas, sino que verá en Esperanto (suerte de profeta) una voz y un canto generacional sin malos directos.
The Welles Syndrome: Fresán corona en Esperanto una suerte de nueva literatura en habla hispana: su obra posterior es tan superior que parece que su debut sea una pequeña nimiez. Y no lo crean.

9. Fight Club de Chuck Palahniuk.
Lo más parecido a un puñetazo al mundo editorial, al lector, y a los estupefactos (otros autores). Este debut arranca de cuajo, y como si fueran dientes oiga, las letras de la palabra de marras y es capaz de dejar al más astutillo merodeador ideológico en pañales. De un ritmo indudable y un contenido radiográfico a estas alturas memorable (¿acaso fue algún día menos?) la novela se desliza por el más poderoso terreno de Stephen King hasta la verdadera conspiranoia tradicional de la Santa Escuela de los Entrópicos.
The Welles Syndrome.: Palahniuk siguió en línea ascendente pero parece renegar aún de haber entregado su mejor trabajo. Su última Fantasmas deja al autor en un abismo, entre el exceso autoconsciente y la incredulidad por falta de (verdadero) riesgo.


8. Trampa-22 de Joseph Heller.
Un vistazo mortal al divertido horror de la guerra, una descomunal novela anticipatoria que ayudaría a entender un momento determinado (la guerra del Vietnam) y también a que naciesen otros mitos como MASH. El capitán John Yossarian más que un testigo es, prácticamente, un muerto viviente en avión en una guerra considerada aún como una victoria.
The Welles Syndrome: Es tendencia (oficiosa) pensar que la obra posterior de Heller no sobrevivió a tamaño bombardeo literario. Pero rescaten por allí Good as Gold (Tan bueno como el oro) muchos de ustedes van a descubrir al mejor y más desatado humor judío a costa de una situación genial: ¿y si hubiese un presidente de los estados unidos judío? A reivindicar.

7. El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers.
Pocos debuts que dejan al lector sin palabras como éste (¡literalmente!). Con una raza y estilo sureño común con otras autoras como Flannery O’Connor, el de McCullers es un viaje silencioso a través de los rincones del alma humana más pantanosos. Imprescindible.
The Welles Syndrome: Puede que en novelística McCullers ya diera su mejor do de pecho, pero no hay que desdeñar su excelente labor como cuentista, con un lenguaje delicadísimo. The ballad of the sad café es un ejemplar a rescatar desde ya.


6. Player Piano de Kurt Vonnegut.
Estupenda puesta en el ruedo de Vonnegut: una novela que juguetea muy bien con ese tema que pasea con envidiable normalidad por toda su biblografía, la tecnología y su influencia en nuestras existencias. Puede que los dilemas de Paul Proteus sea lo más parecido a una ciencia ficción que bucea en terrenos sociales y subversivos. Como siempre fue.
The Welles Syndrome: Una broma: Madre noche, las sirenas del Titán, El desayuno de los campeones, Matadero 5….

PD.: Los muchachos de
Papel en Blanco me han escogido como uno de sus miembros (¡y sin seudónimo!). Y quizá piensen: tan joven y ya prostituido. No, hombre no. Básicamente escribo lo mismo que aquí pero más breve y algo más rápido. La similitud de los temas es alarmante, ya ven que lo del cambio de discurso me cuesta un horror. Si me ven convertido en un gigoló impostado rollo JT Leory, avísenme.

miércoles, enero 24, 2007

KAPUSCINSKI, EL TIEMPO

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Me lo dijo Mycroft ya. Una mala noticia porqué muere el más hábil historiador o mejor periodista de los que teníamos en activo. Ryszard Kapuscinski dijo que no era oficios para los cínicos, pero también sabía que no era para los ingenuos.

En uno de mis libros favoritos, Ébano, el autor retrataba con una implacable verdad lo extraño del paso del tiempo. Contaba que la espera de los africanos en sus paradas de autobús no se les hacía eterna, ni nada por el estilo, a pesar de estar algo así como más de un día o casi dos, o muchas veces más. El motivo que daba es que, simplemente, no había otra cosa que hacer.

La pobreza ya no genera revoluciones, sino acomodamientos. El pobre trata de encontrar algún lugar de adaptación. La adaptación es la única respuesta del pobre. El dinamismo se da en las emigraciones: pero sólo una minoría sigue ese camino.

martes, enero 23, 2007

PLAYGROUND PIGS

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Previously on Hermano Cerdo:
Un sensacional duelo que jamás existió entre Heidi Julavits y Ruth Franklin.

Y en el número de hoy.: ensayos sobre la inédita House of the leaves de Mark Z. Danielewksi, con reivindicación incluida. Y el último cuento de Lorrie Moore. Y nuestro jazz-writer favorito, JS de Monfort.

Y un premiable y mucho me temo que muy habitual cameo en el staff de la redacción. Premio para el que lo adivine. Descarguenlo aquí, y sean felices. Miguel Habedero, once again. Por suerte.

domingo, enero 21, 2007

White Noise

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En el principio (del final del siglo XX) Bret Easton Ellis fue la luz y faro de la literatura norteamericana. Todas sus críticas favorables podrían resumirse tal búsqueda de google: crítica+brutal+sociedad+consumo (los hay que descubrieron a América).
En el principio (del siglo XXI) Bret Easton Ellis fue el símbolo de los pasados de moda, y en todas sus críticas negativas se apreciaba otra inequívoca frase (comparativa, desquiciadamente inoperante como argumento analítico) búsqueda de google: Chuck+Palahniuk+es+mejor+que+Easton+Ellis (los hay que leyeron El club de la lucha para llevar a la librería de segunda mano American Psycho).

Ninguno de nosotros se conocía de verdad porque todavía no éramos una família. Sólo éramos un grupo de supervivientes en un mundo sin nombre.

Supongo que debutar con algo tan fascinantemente redondo como Less tan zero requiere tiempo. Y no para el escritor (sólo) sino para los lectores: hay que asimilar todo esto, este clásico que parece provenir de la profecía de Jim Morrison en The End en la que anunciaba the children are insane…. y ver después por dónde transitar. Bret Easton Ellis pasó por ser el representante y gran salvador de la novelística norteamericana más nihilista (¡Norman Mailer sacó sus guantes para defender American Psycho!) al sobrevalorado de “la década”. Ni una cosa ni otra, entre Menos que cero y esta, Lunar Park han pasado la alargada Las reglas del juego, la imperfecta y divertida American Psycho y el resacón de la reiteración por abuso, Glamourama.

Aparentemente Lunar Park es otra jugada ellisiana planteada igual que Glamourama: el divertimento bajo la excusa de remitirse al esquema de un bestelling de calidad (en la primera Ludlum, en esta The Shinning del maestro). Pero si uno percibe, más allá del formalismo del Exchange del presente por pasado, se da cuenta de que Ellis inicia su más interesante travesía metaficcional y autoindagatoria hasta la fecha. Lo que supone (a falta de leer sus relatos) y teniendo como otro destello la estimable andanza de Bateman, una digestión correcta de su primera obra y además un inicio de empezar a transitar otros caminos, sin que ello signifique que no siga siendo el estilo de Ellis con su posthemingwayana frase breve (que aquí adquiere su verdadera y mejor forma)


Se hizo un silencio de complicidad, de conspiración

Y rinde cuentas a Stephen King (maestro y preceptor al fin y al cabo de él y Palahniuk), pero también, en este caso a lo que él considera (en este mismo orden) sus dos autores favoritos: Philip Roth y Don DeLillo. Del primero relee Patrimonio a su manera, y del segundo esa esquizoide paradisiaca vida en la que uno intuye el Ruido de Fondo.

Este Easton Ellis no aboga a la metaficción por gusto, a este Ellis le confunden con Jay McInerney, le joden los calentones con su estudiante de taller y es, en efecto, el mismo bastardo que era de esperar como padre.
Tiene esta novela un par de motivos para leerla porqué sí:
-Parafreseando de memoria una frase tonesiana de Laboratorio infernal: al menos servirá para que muchos descubran a Stephen King.
-Y sin salir del nativo de Maine: que Easton Ellis no beba (que se puede mamar, echar un trego o emborrachar), sino situe en su misma escala de valores referenciales a Roth , DeLillo y King, no sólo es coherente sino que además me provoca una complicidad más que sana con él.

sábado, enero 20, 2007

PASAJES: "THE WIND-UP CHRONICLE"

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Noel ha conseguido con su campaña un imposible: que Buffy me empieze a gustar. De la antipatía, a la sonrisa cómplice. Es un paso agigantado en mi indiferencia. A través de su perversa estrategia de paralelismo con Veronica Mars, está lográndolo.
Yo debo vengarme: secretamente ya llevo muchos meses y sólo contando conmigo para el propósito de hagamos que Noelio lea a Murakami (Haruki). Y nada mejor para convencerle que avisarle de los peligros que conducen a la alergia murakmiana:
-Es el escritor de moda (¡aghs!)
-Le comparan con Paul Auster (¡glups! Cuanta imaginación hay suelta).
Dicho esto ya podemos iniciar la campaña poniendo un párrafo de The wind-up chronicle:
Oye, señor pájaro que-da-cuerda – dijo May Kashara, quizá solo sean cuestiones mías, pero creo que cada uno de nosotros nace con una cosa diferente en el centro de su existencia. Y esta cosa, cada una de estas cosas distintas, se convierte en una especie de fuente de calor que mueve desde el interior a cada uno de los seres humanos. Yo también la tengo, claro, pero de vez en cuando se me escapa de las manos. Se dilata y reduce a su antojo dentro de mí haciéndome temblar. Yo querría comunicar esta sensación a los demás. Pero nadie lo comprende. No debo explicarme bien, pero es que los demás tampoco me escuchan. Fingen hacerlo, pero no escuchan de verdad. Por eso, a veces, me impaciento muchísimo y acabo haciendo cosas sin ton ni son.

lunes, enero 15, 2007

PARECE UNA TONTERÍA : CLOWES & TOMINE

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Justo antes de que un vistazo al calendario revelara que la ausencia de exámenes me ha convertido en un suicida contrarreloj (esto es…algo más de lo habitual) y antes de empezar a organizar la carrera por los apuntes, las interminables pilas y las tutorías indeseables reflexioné un poquito sobre dos autores a los que temo que se confunda: Daniel Clowes y Adrian Tomine.
Como para hablar de la majestuosa Ice Haven necesito algo más de tiempo, he digerido más rápidamente dos obras que agrupan relatos cortos de ambos autores, las últimas: Caricatura y Sonámbulo.


Muchos mencionan habitualmente el problema del post-carverianismo y digamos que la angustia existencial de los personajes de las historias de Sonámbulo termina volviéndose clichés en contra del autor y de su pretendida visión de la soledad. Es decir, la previsibilidad y la mecánica asimilación de los resortes narrativos es tan tópica, tan carente de inventiva más allá de algún fugaz instante de lograda melancolía que el resto se nota demasiado impostado, y sobretodo da una visión bastante limitada de la cotidianeidad reduciéndola demasiado a lugares comunes, las elipsis se revelan algo calculadas y carecen de la verdadera emoción (se releva, de forma harto obvia, lo inútil de la obsesiva búsqueda de la emoción).


El postcarverianismo anestesió al relato norteamericano de tal manera que prácticamente muchos escribían como si Carver fuese idiota (Ángel Zapata dixit). Tuvo que venir Lorrie Moore y por citar su opus mayor ya puestos, Pájaros de América para poner un poco en su sitio esto de la evolución carveriana y ofrecer algo nuevo.


Me parece muy inexplicable el forzado paralelismo entre Daniel Clowes y el autor de Short Cuts. No es que no exista tal paralelismo, para mí lo alarmante es la lógica que se le ve en que exista, o deba existir. Y no es repelencia, pero los retratos de Carver en sus historias toman siempre hombres corrientes de una sociedad anónima: destartaladas casas, casi desérticos paisajes (la importancia de sus paisajes siempre tristes, siempre moteles, es clave). Tampoco hay asimilación de su lenguaje ya sea mediante a la presencia de dibujo frente al guión (esto pasa en Tomine, es un recurso de emular la sutilidad del escritor tan eficaz como fácilmente desactivable y tópica) pero es que tampoco hace falta.

Para mí Clowes esta mas cerca en contexto a David Foster Wallace (y no sólo por compartir una admirable actitud frente a sus propuestas: la del experimento como único dogma) o algo más lejano también bebe de cierto retrato urbanita de las novelas de Philip Roth, sus retratos suelen tomar acción en un contexto completamente contemporáneo y posmoderno: urbes desoladas, recuerdos de gente excéntrica (podrían perfectamente ser entrevistas con hombres repulsivos). Tomine, en cambio, si que malinterpreta a Carver y sigue, con su sello, la senda estética clowesiana en sus ilustraciones, pero es otra historia. Caricatura, un entrañable y coherente greatest hits descontextualizado sacado de Bola 8, funciona perfectamente y sus historias van siempre algo más allá de sus posibilidades, ya sea componiendo a trazos y flashbacks a un personaje, o amparando su fuerza en un genial narrador lacónico.

viernes, enero 12, 2007

FLY ME TO NEPTUNE

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El pecado capital de las series de televisiones que me aqueja es un estigma durísimo: Buffy no me apasiona. La respeto y me parece medianamente divertida pero no he sufrido esa total conexión con el buffyverso que tanto añoro. Aún así me parece un clásico y no reniego de sus virtudes ni mucho menos del gran Whedon.

Por eso, Verónica Mars supuso mi reconciliación con el buffyverso por otros medios. Estos días completo la primera temporada y me parece netamente absorbente, pero sobretodo tras Brick (¿habrá una cool cult [noir] movie cada año? Ya llevamos dos) incluso añoro una fusión de unos universos tan digamos, paralelos.

¿Se imaginan a The Brain dando pistas a Mars y Wallace? ¿Un duelo entre The Pin, Weevil y Logan? Yo sí, pero al margen de ello me gusta mucho el elemento más ácido de la serie y es la jerarquía que reina en Neptune o sea ausencia de clase media, proporciona momentos muy interesantes y plenamente noir.

Rob Thomas es consciente de que el elemento social ha sido siempre una parte indispensable para el chandleriano / hammetiano noir, sea éste posmoderno o más tradicional. Por eso un personaje tan cargado de rencor y fuera de la ley Weevil, es, por ejemplo, mucho más simpático que la mayoría de los 09ers y es uno de mis preferidos. El hecho de que Mars se alíe con él para descubrir todo el tumulto que hay tras el asesinato de su mejor amiga Lilly (y otros misterios) es una jugada coherente con el excelente concepto de su creador.

Espero que siga así (pronto inicio la segunda temporada!): este noir como verdadero relato social es el que funciona en nuestra sociedad y no el malgastado melodrama realista que nace de la impostura.

martes, enero 09, 2007

REVOLUCIONARIOS Y REVOLTOSOS

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J. siempre me habla de los revolucionarios y revoltosos. Él, kantiano de corazón, me advierte del peligro de los segundos. Oliver Stone siempre ha sido un revoltoso con conciencia moral (lo que no quiere decir nada, porqué el sátiro es, obviously, un moralista de tomo y lomo) como buen budista (Jesús Palacios, dixit) y así lo ha demostrado con World Trade Center. A mi Stone siempre me ha parecido ideal para entroncarlo con Bret Easton Ellis. Y estos días leo también a otro hijo putativo de Ellis: Chuck Palahniuk. Fantasmas no es que me haya defraudado en un sentido estricto pero si que me ha parecido que delata a un autor muy revoltoso más que otra cosa (Fresán decía otro que no ha leído a Ballard) pero que como su maestro tiene raros momentos de verdadera radiografía. Por eso Fantasmas me recuerda tanto a Glamourama: puede ser divertida, ok, pero a mi me agota. Puede ser esa la intención, ok, pero no hay nada mucho más allá de la intencionalidad (que tampoco es que sea gran cosa más allá de la honestidad) de Palahniuk que pasa a convertirse en otro post-King y sale de esa interesante ambivalencia que se podía permitir en otras novelas (y la penúltima esta dentro de esa ambivalencai pese a que digan que hay varias etapas). Y lo digo siendo de los pocos que la atmosférica Diario: Una novela me gustó. Fantasmas es muy divertido pero a Palahniuk le ganan por goleada sus compañeros de generación como el verdaderamente revolucionario Foster Wallace. Quizá este revoltoso tenga piezas interesantes que darnos porqué tampoco conviene pasar a la infravaloración: clásicos los tiene y sin ir más lejos su penúltima novela me parece muy inquietante. Quizá tenga pendiente por escribir la gran novela pos11S como dijo Portnoy, pero ojo que Don DeLillo va a meterse de lleno en la humareda con su nueva novela que llegará en Junio: Falling Man.

Y la última de Ellis es, confirmando mi teoría de los extremos, otra historia muy interesante….

domingo, enero 07, 2007

ZWIGOFF & CLOWES 2

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Art School Confidential se convirtió un poco sin quererlo y visto el irregular resultado de la estimable Ghost World en lo que iba a ser la película definitiva sobre Daniel Clowes, teniendo en cuenta que Terry Zwigoff estaba ya curtido de la novatada y que el autor se encargaba de nuevo del guión.

El resultado es bastante satisfactorio y tiene un elemento un tanto curioso: si el Clowes autor con sus personajes neuróticos y curiosos nos recuerda (puede recordarnos) a algunos neuróticos urbanos de Philip Roth, la película tiene una ironía de una herencia inequívocamente woodyalleniana lo que demuestra otra vez la extraña conexión paralela que hay entre escritor y cineasta.

Art School Confidential es una comedia tan divertida como irónicamente previsible (el tratamiento de la historia tiene ecos muy woodyallenescos, propio de sus primeros libros de relatos o del Allen más desenfrenado de Deconstructing Harry en el que readaptaba muchos de éstos primeros trabajos) y que encuentra sus mejores momentos en sus constantes puyas contra el mundillo artístico y un estupendo reparto dónde sobresalen los actores que están estupendamente aprovechados (¡quién me diría a mi que Matt Kesslar podría estar tan adecuado, o que John Malkovich podría volver a las alturas!). Puede que sorprenda su tono de comedia oscura que adquiere al final pero no pierde ese raro sentido del humor que tan bien caracteriza a Clowes y a diferencia de Ghost World uno no tiene la sensación de que el cómic era m superior (o al menos distinto), a esa percepción ayuda el equilibrio del guión que apuesta por un desarrollo que se dilata un tanto hacia al final del todo. La desaparición de algunos secundarios se hace un tanto repentina y reduce su presencia a meramente anecdótica (pensar en Bardo) aunque hay que reconocer el envidiable trabajo de Clowes adaptando perfectamente a Jerome Platz, perfecto en el andrógino Minghella.

viernes, enero 05, 2007

I'LL WALK ALONE

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Million Dollar Baby me ha parecido con el paso del tiempo y tras caer KO una película enormemente sobrevalorada. La culpa en general habría que atribuirla al guión de Paul Haggis (aunque Eastwood tampoco escatima ciertos toques algo tópicos) de una ramplonería telefílmica. Sin embargo Eastwood no es capaz de ofrecer nunca un producto del todo malo, quizá por su briosa habilidad para construir personajes a través de una sutilidad y tristeza muy similar (que no comparable) a la de autores como Ernest Hemingway o Sam Shepard, que me producen al menos unas sensaciones muy parecidas.

Creo que Banderas de nuestros padres viene lastrada por un uso abusivo de la voz en off un tanto explícito, y creo que la culpa puede estar de nuevo en Paul Haggis que con su vulgar Crash ya demostró su escaso gusto por la sutilidad y su tic por la machaconería. Lo que me gusta de la película es su gusto total por recrear atmósferas, un don que ya elevaba en muchas ocasiones su anterior película de la vulgaridad y regalaba momentos muy emotivos.

Para mí la clave de la película, está en la escena previa al desembarco en el que subidos en un navío de guerra los soldados esperan nerviosos. Suena primero una pieza de Artie Shaw y luego, la locutora advierte de que no todas las chicas les esperarán. Luego suena I'll walk alone de Dinah Shore.

El resto del film es cine ético (Zizek dixit) de mucha valentía con una estupenda reflexión sobre el heroísmo (entendido como impostura imposible de remediar y mucha sangre que ocultar), Ford y Fuller de la mano, y un personaje inolvidable como es Ira Hayes.

miércoles, enero 03, 2007

GUÍA HOLMESIANA PARA JÓVENES INVESTIGADORES: BIBLIOTECA SELECTA DE LECTURAS SECRETAS (I)

[....]indagar en el siempre inabarcable mundo de los bootlegs, oficiales y oficiosos (ya saben, Holmes se enfrenta a Jack el Destripador, o el doctor Watson es en realidad Arthur Conan Doyle travestido y sin sífilis)
JOHN TONES

El joven detective debe tener como linterna un libro llamado Sherlock Holmes. Biografía del experto maestro Paul M. Viejo que sirve para situarse un poco en el intricado mundo de las cronologías (que él ya aclaró en la primera entrega, por cierto) que rodean al mito. Y después al adentrarse debe tener en cuenta la modernidad de Holmes como icono pop pionero y la modernidad que hay también en sus mismas secuelas no oficiales.

Adrian Conan Doyle, hijo del autor, perpetró las historias según rumores basándose en los papeles ocultos de su progenitor de historias futuras. Lo hizo con la complicidad de John Dickson Carr, un autor de muy reivindicables novelas de misterio con un ojo puesto en los ambientes sobrenaturales clásicos (Inglaterra, historias de fantasmas, crímenes extraños) y el whodunit. A mi lo que me fascina del asunto es lo anticipatorio de su propuesta (no digo original) en el sentido de que se inventan historias ya mencionadas en las que pertenecen al canon, creando y explorando el universo del que son partícipes todos los fans a través de este acceso a los archivos secretos de Watson, o sea los casos que no debían publicarse para evitar escándalos.


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-LA AVENTURA DE LOS SIETE RELOJES.
Recomendada para: ¿Completistas? Todo lo contrario para divertidos investigadores dispuestos a ver más allá del legado continuista y apreciar los valores hiperbólicos y personalísimos del relato. También para jóvenes cronodetectives.
Una madeja enmarañada: Habían llegado hasta mí, de cuando en cuando, ciertos vagos rumores acerca de sus actividades: que lo habían llamado a Odesa cuando el asesinato de Trepoff […]
Un escándalo en Bohemia.
Una joven llamada Miss Forsythe recurre a Holmes para que averigüe el porqué de un tal Charles Hendon que tiene la extraña manía de destruir relojes. Sólo con este punto de partida (completamente trivial como dice Watson o mejor aún, absurdo) ya merecería ser adorado, pero además contiene deliciosos diálogos de doble sentido y muy sugerentes metáforas incorporadas por un Dickson Carr en un estado de gracia monumental deconstruyendo toda la mitología de Holmes con toda la ironía que era necesaria (y sin caer en la gruesa caricatura).
El informe:
—Me desespera el hacerlo, Mr. Holmes, aunque voy a intentarlo. Durante el pasado año, fui muy feliz con mi empleo en casa de Lady Mayo. Debo decirle que mis padres fallecieron, pero que recibí una esmerada educación y las referencias que pude obtener para ocupar la plaza vacante, fueron afortunadamente satisfactorias. Lady Mayo, he de reconocerlo, es en cierto modo de apariencia repelente. Es de la vieja escuela, augusta y severa. Sin embargo, para mí ha sido la amabilidad personificada. Fue ella quien sugirió que tomásemos las vacaciones en Suiza, temiendo que el aislamiento de Groxton Low Hall pudiera deprimirme el ánimo.
En el tren, entre París y Grindelwald, conocimos... a Charles. Debiera decir Mr. Charles Hendon.
Holmes se había retrepado de nuevo en el sillón, juntando las yemas de sus dedos, según era su hábito cuando se hallaba de talante judicial.

—¿Fue esta la primera vez que encontró al caballero?

—¡Oh, sí!

—Ya veo. ¿Y cómo trabaron conocimiento?

—Pues de una manera trivial. Mr. Holmes. Estábamos los tres solos en un compartimiento de primera clase. Los modales de Charles eran tan correctos, su voz tan bella, su sonrisa tan cautivadora...

—No lo dudo pero le ruego que sea precisa en los detalles.

Miss Forsythe abrió de par en par sus grandes ojos azules.

—Creo que fue la ventanilla —dijo—. Charles (debo decirles a usted que tiene unos ojos notables y un poblado bigote color castaño), se inclinó y solicitó de Lady Mayo el permiso para bajar la ventanilla. Ella asintió, y a los pocos momentos nos hallábamos todos charlando como antiguos amigos.

—¡Hum! Ya veo.
—Lady Mayo, a su vez, me presentó a Charles. El viaje a Grindelwald transcurrió rápida y felizmente. Pero no bien hubimos traspasado el umbral del “Hotel Splendide”, cuando ocurrió el primero de los horribles sobresaltos que han hecho desgraciada mi vida desde entonces... A pesar de su nombre, el hotel es más bien pequeño y encantador. Al instante supe que Mr. Hendon era un hombre de alguna importancia, aunque él se había descrito modestamente como un simple caballero que viajaba con sólo un criado. El gerente del hotel, Mr. Branger, se aproximó y se inclinó profundamente ante Lady Mayo y también ante Mr. Hendon. Este cruzó algunas palabras en voz baja con Mr. Branger, quien volvió a repetir la profunda reverencia. Con lo cual Charles se volvió sonriente... y de súbito se alteró toda su compostura...
Aún lo estoy viendo allí de pie, con su larga casaca y su sombrero de copa, y con un grueso bastón de paseo bajo el brazo. Su espalda estaba vuelta un semicírculo ornamental de helechos y siemprevivas que encuadraban una chimenea de baja repisa y sobre la cual se hallaba un reloj suizo de exquisito diseño... Hasta aquel momento yo no había parado mientes en el reloj. Pero Charles, profiriendo un grito ahogado, se abalanzó hacia el hogar. Alzando el pesado bastón de paseo, lo abatió contra el reloj, asestándole golpe tras golpe hasta dar con él, hecho triza, en el suelo...
Luego, giró en redondo y regresó lentamente. Sin media una sola palabra de explicación sacó de su bolsillo la cartera y entregó a Mr. Branger un billete de una cuantía superior a diez veces el precio del reloj, comenzando luego a hablar volublemente de otros asuntos... Ya puede usted imaginarse, Mr. Holmes, que todos los presentes nos quedamos, como es fácil comprender, de una pieza.
Mi impresión era que Lady Mayo estaba asustada, a pesar de toda su aparente dignidad. Sin embargo, juraría que Charles no se había sentido asustado, sino simplemente, furioso y resuelto. En aquel momento me fijé en el criado de Charles, que se encontraba de pie al fondo, en medio del equipaje. Era un hombre pequeño y flaco, cuyo rostro estaba poblado con unas patillas desmesuradas; rostro que traducía tan sólo una expresión de embarazo y, aunque me duela pronunciar la palabra, de profunda vergüenza también... No se pronunció ni una sola palabra, y el incidente fue olvidado. Durante dos días, Charles estuvo tranquilo y sereno, pero a la tercera mañana, cuando nos encontrábamos para desayunar en el comedor, sucedió de nuevo. Las ventanas de la estancia tenían sus cortinones corridos casi por completo para preservarla de la reverberación del sol sobre las primeras nieves. El comedor estaba bastante lleno con otros huéspedes que ya se hallaban tomando su desayuno. Sólo entonces observé que Charles, quien acababa de regresar de un paseo matinal, llevaba todavía en la mano su pesado bastón.

—¡Respire este aire, señora! —estaba diciéndole alegremente a Lady Mayo—. ¡Lo hallará tan vigorizador como cualquier comida o bebida!

En esto hizo una pausa y lanzó su mirada hacia una de las ventanas. Abalanzándose hacia ella golpeó con fuerza en el cortinón y luego lo descorrió a un lado para dejar al de descubierto las ruinas de un gran reloj, cuyo diseño era el de un sonriente sol.
Creo que me hubiese caído desvanecida, de no haberme sostenido Lady Mayo por un brazo... —Miss Forsythe, que se había, despejado de sus guantes, se llevó ahora las manos a las mejillas, oprimiéndolas—. Pero Charles no solamente destrozaba los relojes, sino que los enterraba en la nieve, y hasta los ocultaba en el armario de su habitación.
Sherlock Holmes, que había permanecido todo el tiempo recostado en su sillón, con los ojos cerrados y la cabeza sumida en un cojín, abrió ahora los párpados.

—¿En el armario? —exclamó frunciendo el entrecejo— ¡Esto es aún más singular! ¿Cómo se dio cuenta de tal circunstancia?

—Para mi vergüenza, Mr. Holmes, me vi obliga a interrogar a su criado.

—¿Para su vergüenza?

—Es que no tenía el derecho de hacerlo. En mi humilde posición, Charles nunca hubiera... Quiero decir que yo no podía significar nada par él...¡Yo no tenía derecho!

—Usted tenía todo el derecho del mundo, Miss Forsythe — replicó amablemente Holmes —. Así pues usted interrogó al criado que ha descrito como pequeño, flaco y con patillas desmesuradas. ¿Cuál es su nombre?.

—Su nombre creo que es Trepley. En más de una ocasión oí a Charles dirigirse a él llamándolo “Trep”. Y juraría, Mr. Holmes, que es la criatura más fiel de toda la tierra. Incluso la vista de su tozudo rostro inglés, era un alivio para mí. Él sabía, adivinaba, mi am... mi interés, y por esto me contó que su amo llevaba ya enterrada o escondido, otros cinco relojes. Aunque rehusaba a confesarlo, puedo decir que el pobre hombre compartía mis temores. ¡Pero Charles no está loco! ¡No lo está! Usted mismo debe admitirlo así, a causa del incidente final.

—¿Sí?

—Sucedió solo hace cuatro días. Debe usted saber que el departamento de Lady Mayo en el hotel, incluía una salita con un piano. Yo soy apasionadamente aficionada a la música, y acostumbraba a tocar, después del té, para Lady Mayo y Charles. Había apenas comenzado a hacerlo en aquella ocasión, cuando entró su criado con una carta para Charles.

—¡Un momento! ¿Observó usted el sello?

—Sí; era extranjero. —Miss Forsythe pareció sorprendida—. Pero seguramente la cosa no tendría importancia, puesto que usted...

—¿Puesto que yo...qué?

Una repentina expresión de aturdimiento, se manifestó en el rostro de nuestra clienta, y luego, como para ahuyentar alguna perplejidad, se apresuró a continuar su relato.

—Charles abrió el sobre, leyó el contenido de la misiva y se puso mortalmente pálido. Con una exclamación incoherente, se lanzó fuera de la salita. Cuando nosotras descendimos media hora más tarde, sólo descubrimos que él y Trepley habían partido con su equipaje. No dejó mensaje ni recado alguno. No lo he vuelto a ver desde entonces.

Celia Forsythe inclinó su cabeza, y las lágrimas se deslizaron de sus párpados.

—Ahora Mr. Holmes, yo he sido sincera con usted y quiero que usted lo sea igualmente conmigo. ¿Qué le decía usted en aquella carta?

La pregunta era tan alarmante, que me eché hacia atrás en mi silla. El rostro de Sherlock Holmes no tenía expresión alguna. Sus largos y nerviosos dedos, se hundieron en una tabaquera persa, y comenzó a llenar una pipa de arcilla.

—En la carta, ha dicho usted... —, confirmó él más que preguntó.

—¡Sí! Usted escribió aquella carta. Vi su firma. Es por esta razón que estoy aquí.

—¡Válgame Dios! —observó Holmes. Permaneció silencioso durante unos minutos, envuelto en el humo azul de su pipa y con la mirada fija y como ausente, posada sobre el reloj de la repisa.

—Hay ocasiones, Miss Forsythe —dijo por fin—, en las que uno debe reservarse sus respuestas. Sólo tengo una pregunta más que hacerle.

—Diga, Mr. Holmes.

—A pesar de todo, ¿mantuvo Lady Mayo su amistad con Mr. Charles Hendon?

—¡Oh, sí! Incluso intimó mayormente con él. Más de una vez la oí que lo llamaba Alec... seguramente era un apelativo intimo... —Miss Forsythe hizo una pausa, con aire de duda y hasta de sospecha— ¿Qué es lo que ha querido usted dar a entender con esa pregunta?

Holmes se puso en pie.

—Tan sólo, señorita, que me agradará mucho intervenir, en este asunto por usted. Según tengo entendido, usted regresa a Groxton Low Hall esta noche...

—Sí. Pero seguramente usted tiene otras cosas que decirme además de esto... ¡Aún no ha contestado a ninguna de mis preguntas!

—¡Bien, bien...! Tengo mis métodos, conforme Watson puede decirle. Pero, ¿le parecería conveniente acudir aquí, pongamos por caso, dentro de una semana, a partir de hoy, a las nueve de la noche? Gracias. Espero tener entonces algunas noticias para usted.

Era claramente una despedida. Miss Forsythe se puso en pie y lo miró con tal aire de desamparo, que yo sentí la necesidad de prodigarle alguna palabra de consuelo.

—¡Cobre ánimo, señorita! —exclamé, tomando suavemente su mano entre las mías—. Debe usted depositar toda su confianza en mi amigo Mr. Holmes y, si puedo decir esto, también en mi.


Con lupa:
Me abstuve de interrumpirlo, para no aguijonear su mordacidad.

—¿Dónde está el crimen Watson? ¿Dónde esta la fantasía, dónde ese toque de lo outré* sin el cual un problema en sí es como arena y hierba seca? ¿Acaso los hemos perdido para siempre?
—¡Mr. Holmes! —prorrumpió, sin preámbulos—. ¡Charles está en Inglaterra!

<<—¡Qué imbécil soy! —Exclamó Holmes dando un puñetazo sobre el escritorio—. Creo que habló usted algo de lo aislado que está este lugar. Watson ¿quiere hacer el favor de alcanzarme ese plano de Surrey?...Gracias. —Su voz se tornó más áspera— ¿Qué es esto...qué es esto? <<—¡Santo Dios, Mr. Holmes! —exclamó Lady Mayo—. ¡No me acordaba de que ya soy muy vieja! Mi juventud fue la época de conducir velozmente, ay, y de vivir aprisa, también. —¿Fue también la época de morir pronto? —preguntó mi amigo—. ¿De una muerte, por ejemplo, como la que puede sorprender a nuestro amigo Charles Hendon esta noche?

Lecturas recomendadas: Historia (winrar).

martes, enero 02, 2007

GUIA HOLMESIANA PARA JÓVENES INVESTIGADORES: EL CANON DE LECTURAS (II)

Las aventuras de Sherlock Holmes (I)
Una base que me fascina: presentar a un personaje como si perteneciera a un inexistente serial al que el espectador está enganchado.
JOHN TONES


Hay que entender este primer volumen de cuentos como una estricta definición de paradigma, de lo que Borges admitió plenamente como el logro absoluto de la creación del personaje (según él sólo un escritor como Conan Doyle lo había logrado, después el pícaro ciego añadió que Barrie casi lo consigue). Es lo que dice la cita de ahí arriba: al acercarse a estas historias ya han empezado por lo que aparente independencia (que luego se relaciona, claro) de los cuentos es fabulosa.

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-UN ESCÁNDALO EN BOHEMIA.
Recomendada para: Está claro que para cualquier detective que sepa valorar la capacidad anticipatoria y tenga dos dedos de frente con los que agarrarse porqué esta es una de las más logradas variaciones del esquema de las stories.
Una madeja enmarañada: Un hombre que se llamar Conde Von Kramm se presenta a Holmes (si, es el rey de Bohemia y nuestro héroe lo deducirá) con un caso de pasiones sentimentales rotas: a punto de casarse el rey encuentra en una foto junto a Irene Adler un peligro para su estatus, así que le pide a Holmes que recupere la foto con la que Adler pretende hacerle chantaje. Lo grandioso de este cuento es la peculiar relación de Adler-Holmes (¿el amor de Holmes? Yo desde luego disiento con la asexualidad del personaje y prefiero la zona de misterio) y su final no satisfactorio.
El informe:
—He aquí los hechos, brevemente expuestos: Hará unos cinco años, y en el transcurso de una larga estancia mía en Varsovia, conocí a la célebre aventurera Irene Adler. Con seguridad que ese nombre le será familiar a usted.
—Doctor, tenga la amabilidad de buscarla en el índice—murmuró Holmes sin abrir los ojos.
Venía haciendo extractos de párrafos referentes a personas y cosas, Y era difícil tocar un tema o hablar de alguien sin que él pudiera suministrar en el acto algún dato sobre los mismos. En el caso actual encontré la biografía de aquella mujer, emparedada entre la de un rabino hebreo y la de un oficial administrativo de la Marina, autor de una monografía acerca de los peces abismales.
—Déjeme ver —dijo Holmes—. ¡Ejem! Nacida en Nueva Jersey el año mil ochocientos cincuenta y ocho. Contralto. ¡Ejem! La Scala. ¡Ejem! Prima donna en la Opera Imperial de Varsovia... Eso es... Retirada de los escenarios de ópera, ¡Ajá! Vive en Londres... ¡Justamente!... Según tengo entendido, su majestad se enredó con esta joven, le escribió ciertas cartas comprometedoras, y ahora desea recuperarlas.
—Exactamente... Pero ¿cómo?.
—¿Hubo matrimonio secreto?.
—En absoluto.
—¿Ni papeles o certificados legales?.
—Ninguno.
—Pues entonces, no alcanzo a ver adónde va a parar su majestad. En el caso de que esta joven exhibiese cartas para realizar un chantaje, o con otra finalidad cualquiera, ¿cómo iba ella a demostrar su autenticidad?
—Esta la letra.
—¡Puf! Falsificada.
—Mi papel especial de cartas.
—Robado.
—Mi propio sello.
—Imitado.
—Mi fotografía.
—Comprada.
—En la fotografía estamos los dos.
—¡Vaya, vaya! ¡Esto sí que está mal! Su majestad cometió, desde luego, una indiscreción.
—Estaba fuera de mí, loco.
—Se ha comprometido seriamente.
—Entonces yo no era más que príncipe heredero. Y, además, joven. Hoy mismo no tengo sino treinta años.
—Es preciso recuperar esa fotografía.
—Lo hemos intentado y fracasamos.
—Su majestad tiene que pagar. Es preciso comprar esa fotografía.
—Pero ella no quiere venderla.
—Hay que robársela entonces.
—Hemos realizado cinco tentativas. Ladrones a sueldo mío registraron su casa de arriba abajo por dos veces. En otra ocasión, mientras ella viajaba, sustrajimos su equipaje. Le tendimos celadas dos veces más. Siempre sin resultado.
—¿No encontraron rastro alguno de la foto?
—En absoluto.
Holmes se echó a reír y dijo:
—He ahí un problemita peliagudo.
—Pero muy serio para mí —le replicó en tono de reconvención el rey.
—Muchísimo, desde luego. Pero ¿qué se propone hacer ella con esa fotografía?
—Arruinarme.
—¿Cómo?
—Estoy en vísperas de contraer matrimonio.
—Eso tengo entendido.
—Con Clotilde Lothman von Saxe Meningen. Hija segunda del rey de Escandinavia. Quizá sepa usted que es una familia de principios muy estrictos. Y ella misma es la esencia de la delicadeza. Bastaría una sombra de duda acerca de mi conducta para que todo se viniese abajo
—¿ Y qué dice Irene Adler?
—Amenaza con enviarles la fotografía. Y lo hará. Estoy seguro de que lo hará. Usted no la conoce. Tiene un alma de acero. Posee el rostro de la más hermosa de las mujeres y el temperamento del más resuelto de los hombres. Es capaz de llegar a cualquier extremo antes de consentir que yo me case con otra mujer.
—¿Esta seguro de que no la ha enviado ya?
—Lo estoy.
—¿ Por qué razón?
—Porque ella aseguró que la enviará el día mismo en que se haga público el compromiso matrimonial. Y eso ocurrirá el lunes próximo
—Entonces tenemos por delante tres días aún —exclamó Holmes, bostezando—. Es una suerte, porque en este mismo instante traigo entre manos un par de asuntos de verdadera importancia, Supongo que su majestad permanecerá por ahora en Londres, ¿no es así?
—Desde luego. Usted me encontrará en el Langham, bajo el nombre de conde von Kramm.
—Le haré llegar unas líneas para informarle de cómo llevamos el asunto
—Hágalo así, se lo suplico, porque vivo en una pura ansiedad.
—Otra cosa. ¿Y la cuestión dinero?
—Tiene usted carte blanche.
—¿Sin limitaciones?
—Le aseguro que daría una provincia de mi reino por tener en mi poder la fotografía.
—¿Y para gastos de momento?
El rey sacó de debajo de su capa un grueso talego de gamuza, y lo puso encima de la mesa, diciendo:
—Hay trescientas libras en oro y setecientas en billetes.
Holmes garrapateó en su cuaderno un recibo, y se lo entregó.
—¿Y la dirección de esa señorita? —preguntó.
—Pabellón Briony. Serpentine Avenue, St. John's Wood.
Holmes tomó nota, y dijo:
—Otra pregunta: ¿era la foto de tamaño exposición?
—Sí que lo era.
—Entonces, majestad, buenas noches, y espero que no tardaremos en tener alguna buena noticia para usted. Y a usted también, Watson, buenas noches —agregó así que rodaron en la calle las ruedas del brougham real—. Si tuviese la amabilidad de pasarse por aquí mañana por la tarde, a las tres, me gustaría charlar con usted de este asuntito.
Con lupa:
Ella es siempre, para Sherlock Holmes, la mujer Rara vez le he oído hablar de ella aplicándole otro nombre. A los ojos de Sherlock Holmes, eclipsa y sobrepasa a todo su sexo. No es que haya sentido por Irene Adler nada que se parezca al amor. Su inteligencia fría, llena de precisión, pero admirablemente equilibrada, era en extremo opuesta a cualquier clase de emociones. Yo le considero como la máquina de razonar y de observar más perfecta que ha conocido el mundo; pero como enamorado, no habría sabido estar en su papel. Si alguna vez hablaba de los sentimientos más tiernos, lo hacía con mofa y sarcasmo. Admirables como tema para el observador, excelentes para descorrer el velo de los móviles y de los actos de las personas
—¿De verdad que se apoderó usted de ella? —exclamó agarrando a Sherlock Holmes por los dos hombros, y clavándole en la cara una ansiosa mirada.
—Todavía no.
—Pero ¿confía en hacerlo?
—Confío.
—Vamos entonces. Ya estoy impaciente por ponerme en camino.
—Necesitamos un carruaje.
—No, tengo esperando mi brougham
—Eso simplifica las cosas.
Lecturas recomendadas.: Historia + Ilustraciones originales de Sidney Paget.

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-LA AVENTURA DE LA LIGA DE LOS PELIRROJOS
Recomendada para: Hurgadores y curiosos que aprecien el valor de lo delirante (en un sentido abstracto) en las tramas del más racionalista personaje (en un sentido ficticio). Además, y con toda razón (incluso Conan Doyle reciclaría el esquema a posteriori) es la segunda historia favorita del Baker Street Journal.
Una madeja enmarañada: Jabez Wilson llega a pedir ayuda a Holmes por el misterioso y repentino cierre de la Liga de los pelirrojos, justo después de su admisión en esta y de que le pagaran por copiar la Enciclopedia Británica. Pero hay más en este relato: ¡las típicas puntilladas victorianas acerca del sexo! ¡un malvado que se hace apodar… Spaulding!
El informe:
—Sí, señor. Yo soy viudo, nunca tuve hijos, y en la actualidad componen mi casa él y una chica de catorce años, que sabe cocinar algunos platos sencillos y hacer la limpieza. Los tres llevamos una vida tranquila, señor; y gracias a eso estamos bajo techado, pagamos nuestras deudas, y no pasamos de ahí. Fue el anuncio lo que primero nos sacó de quicio. Spauling se presentó en la oficina, hoy hace exactamente ocho semanas, con este mismo periódico en la mano, y me dijo: «¡Ojalá Dios que yo fuese pelirrojo, señor Wilson!» Yo le pregunté: «¿De qué se trata?» Y él me contestó: «Pues que se ha producido otra vacante en la Liga de los Pelirrojos. Para quien lo sea equivale a una pequeña fortuna, y, según tengo entendido, son más las vacantes que los pelirrojos, de modo que los albaceas testamentarios andan locos no sabiendo qué hacer con el dinero. Si mi pelo cambiase de color, ahí tenía yo un huequecito a pedir de boca donde meterme.» «Pero bueno, ¿de qué se trata?», le pregunté. Mire, señor Holmes, yo soy un hombre muy de su casa. Como el negocio vino a mí, en vez de ir yo en busca del negocio, se pasan semanas enteras sin que yo ponga el pie fuera del felpudo de la puerta del local. Por esa razón vivía sin enterarme mucho de las cosas de fuera, y recibía con gusto cualquier noticia. «¿Nunca oyó usted hablar de la Liga de los Pelirrojos?», me preguntó con asombro. «Nunca.» «Sí que es extraño, siendo como es usted uno de los candidatos elegibles para ocupar las vacantes.» «Y ¿qué supone en dinero?», le pregunté. «Una minucia. Nada más que un par de centenares de libras al año, pero casi sin trabajo, y sin que le impidan gran cosa dedicarse a sus propias ocupaciones.» Se imaginará usted fácilmente que eso me hizo afinar el oído, ya que mi negocio no marchaba demasiado bien desde hacía algunos años, y un par de centenares de libras más me habrían venido de perlas. «Explíqueme bien ese asunto», le dije. «Pues bien —me contestó mostrándome el anuncio—: usted puede ver por sí mismo que la Liga tiene una vacante, y en el mismo anuncio viene la dirección en que puede pedir todos los detalles. Según a mí se me alcanza, la Liga fue fundada por un millonario norteamericano, Ezekiah Hopkins, hombre raro en sus cosas. Era pelirrojo, y sentía mucha simpatía por los pelirrojos; por eso, cuando él falleció, se vino a saber que había dejado su enorme fortuna encomendada a los albaceas, con las instrucciones pertinentes a fin de proveer de empleos cómodos a cuantos hombres tuviesen el pelo de ese mismo color. Por lo qué he oído decir, el sueldo es espléndido, y el trabajo, escaso.» Yo le contesté: «Pero serán millones los pelirrojos que los soliciten.» «No tantos como usted se imagina —me contestó—. Fíjese en que el ofrecimiento está limitado a los londinenses, y a hombres mayores de edad. El norteamericano en cuestión marchó de Londres en su juventud, y quiso favorecer a su vieja y querida ciudad. Me han dicho, además, que es inútil solicitar la vacante cuando se tiene el pelo de un rojo claro o de un rojo oscuro; el único que vale es el color rojo auténtico, vivo, llameante, rabioso. Si le interesase solicitar la plaza, señor Wilson, no tiene sino presentarse; aunque quizá no valga la pena para usted el molestarse por unos pocos centenares de libras.» La verdad es, caballeros, como ustedes mismos pueden verlo, que mi pelo es de un rojo vivo y brillante, por lo que me pareció que, si se celebraba un concurso, yo tenía tantas probabilidades de ganarlo como el que más de cuantos pelirrojos había encontrado en mi vida. Vicente Spaulding parecía tan enterado del asunto, que pensé que podría serme de utilidad; de modo, pues, que le di la orden de echar los postigos por aquel día y de acompañarme inmediatamente. Le cayó muy bien lo de tener un día de fiesta, de modo, pues, que cerramos el negocio, y marchamos hacia la dirección que figuraba en el anuncio. Yo no creo que vuelva a contemplar un espectáculo como aquél en mi vida, señor Holmes. Procedentes del Norte, del Sur, del Este y del Oeste, todos cuantos hombres tenían un algo de rubicundo en los cabellos se habían largado a la City respondiendo al anuncio. Fleet Street estaba obstruida de pelirrojos, y Pope's Court producía la impresión del carrito de un vendedor de naranjas. Jamás pensé que pudieran ser tantos en el país como los que se congregaron por un solo anuncio. Los había allí de todos los matices: rojo pajizo, limón, naranja, ladrillo, cerro setter, irlandés, hígado, arcilla. Pero, según hizo notar Spaulding, no eran muchos los de un auténtico rojo, vivo y llameante. Viendo que eran tantos los que esperaban, estuve a punto de renunciar, de puro desánimo; pero Spaulding no quiso ni oír hablar de semejante cosa. Yo no sé cómo se las arregló, pero el caso es que, a fuerza de empujar a éste, apartar al otro y chocar con el de más allá, me hizo cruzar por entre aquella multitud, llevándome hasta la escalera que conducía a las oficinas.
—Fue la suya una experiencia divertidísima —comentó Holmes, mientras su cliente se callaba y refrescaba su memoria con un pellizco de rapé—. Prosiga, por favor, el interesante relato.
—En la oficina no había sino un par de sillas de madera y una mesa de tabla, a la que estaba sentado un hombre pequeño, y cuyo pelo era aún más rojo que el mío. Conforme se presentaban los candidatos les decía algunas palabras, pero siempre se las arreglaba para descalificarlos por algún defectillo. Después de todo, no parecía cosa tan sencilla el ocupar una vacante. Pero cuando nos llegó la vez a nosotros, el hombrecito se mostró más inclinado hacia mí que hacia todos los demás, y cerró la puerta cuando estuvimos dentro, a fin de poder conversar reservadamente con nosotros. «Este señor se llama Jabez Wilson —le dijo mi empleado—, y desearía ocupar la vacante que hay en la Liga.» «Por cierto que se ajusta a maravilla para el puesto —contestó el otro—. Reúne todos los requisitos. No recuerdo desde cuándo no he visto pelo tan hermoso.» Dio un paso atrás, torció a un lado la cabeza, y me estuvo contemplando el pelo hasta que me sentí invadido de rubor. Y de pronto, se abalanzó hacia mí, me dio un fuerte apretón de manos y me felicitó calurosamente por mi éxito. «El titubear constituiría una injusticia —dijo—. Pero estoy seguro de que sabrá disculpar el que yo tome una precaución elemental.» Y acto continuo me agarró del pelo con ambas manos, y tiró hasta hacerme gritar de dolor. Al soltarme, me dijo: «Tiene usted lágrimas en los ojos, de lo cual deduzco que no hay trampa. Es preciso que tengamos sumo cuidado, porque ya hemos sido engañados en dos ocasiones, una de ellas con peluca postiza, y la otra, con el tinte. Podría contarle a usted anécdotas del empleo de cera de zapatero remendón, como para que se asquease de la condición humana.» Dicho esto se acercó a la ventana, y anunció a voz en grito a los que estaban debajo que había sido ocupada la vacante. Se alzó un gemido de desilusión entre los que esperaban, y la gente se desbandó, no quedando más pelirrojos a la vista que mi gerente y yo. «Me llamo Duncan Ross —dijo éste—, y soy uno de los que cobran pensión procedente del legado de nuestro noble bienhechor. ¿Es usted casado, señor Wilson? ¿Tiene usted familia?» Contesté que no la tenía. La cara de aquel hombre se nubló en el acto, y me dijo con mucha gravedad: «¡ Vaya por Dios, qué inconveniente más grande! ¡Cuánto lamento oírle decir eso! Como es natural, la finalidad del legado es la de que aumenten y se propaguen los pelirrojos, y no sólo su conservación. Es una gran desgracia que usted sea un hombre sin familia.» También mi cara se nubló al oír aquello, señor Holmes, viendo que, después de todo, se me escapaba, la vacante; pero, después de pensarlo por espacio de algunos minutos, sentenció que eso no importaba. «Tratándose de otro —dijo—, esa objeción podría ser fatal; pero estiraremos la cosa en favor de una persona de un pelo como el suyo. ¿Cuándo podrá usted hacerse cargo de sus nuevas obligaciones?» «Hay un pequeño inconveniente, puesto que yo tengo un negocio mío», contesté. «¡Oh! No se preocupe por eso, señor Wilson —dijo Vicente Spaulding—. Yo me cuidaré de su negocio.» «¿Cuál será el horario?», pregunté. «De diez a dos.» Pues bien: el negocio de préstamos se hace principalmente a eso del anochecido, señor Holmes, especialmente los jueves y los viernes, es decir, los días anteriores al de paga; me venía, pues, perfectamente el ganarme algún dinerito por las mañanas. Además, yo sabía que mi empleado es una buena persona y que atendería a todo lo que se le presentase. «Ese horario me convendría perfectamente —le dije—. ¿Y el sueldo?» «Cuatro libras a la semana.» «¿En qué consistirá el trabajo?» «El trabajo es puramente nominal.» «¿Qué entiende usted por puramente nominal?» «Pues que durante esas horas tendrá usted que hacer acto de presencia en esta oficina, o, por lo menos, en este edificio. Si usted se ausenta del mismo, pierde para siempre su empleo. Sobre este punto es terminante el testamento. Si usted se ausenta de la oficina en estas horas, falta a su compromiso.» «Son nada más que cuatro horas al día, y no se me ocurrirá ausentarme», le contesté. «Si lo hiciese, no le valdrían excusas —me dijo el señor Duncan Ross—. Ni por enfermedad, negocios, ni nada. Usted tiene que permanecer aquí, so pena de perder la colocación.» «¿Y el trabajo?» «Consiste en copiar la Enciclopedia Británica. En este estante tiene usted el primer volumen. Usted tiene que procurarse tinta, plumas y papel secante; pero nosotros le suministramos esta mesa y esta silla. ¿Puede usted empezar mañana?» «Desde luego que sí», le contesté. «Entonces, señor Jabez Wilson, adiós, y permítame felicitarle una vez más por el importante empleo que ha tenido usted la buena suerte de conseguir.» Se despidió de mí con una reverencia, indicándome que podía retirarme, y yo me volví a casa con mi empleado, sin saber casi qué decir ni qué hacer, de tan satisfecho como estaba con mi buena suerte. Pues bien: me pasé el día dando vueltas en mi cabeza al asunto, y para cuando llegó la noche, volví a sentirme abatido, porque estaba completamente convencido de que todo aquello no era sino una broma o una superchería, aunque no acertaba a imaginarme qué finalidad podían proponerse. Parecía completamente imposible que hubiese nadie capaz de hacer un testamento semejante, y de pagar un sueldo como aquél por un trabajo tan sencillo como el de copiar la Enciclopedia Británica. Vicente Spaulding hizo todo cuanto le fue posible por darme ánimos, pero a la hora de acostarme había yo acabado por desechar del todo la idea. Sin embargo, cuando llegó la mañana resolví ver en qué quedaba aquello, compré un frasco de tinta de a penique, me proveí de una pluma de escribir y de siete pliegos de papel de oficio, y me puse en camino para Pope's Court. Con gran sorpresa y satisfacción mía, encontré las cosas todo lo bien que podían estar. La mesa estaba a punto, y el señor Duncan Ross, presente para cerciorarse de que yo me ponía a trabajar. Me señaló para empezar la letra A, y luego se retiró; pero de cuando en cuando aparecía por allí para comprobar que yo seguía en mi sitio. A las dos me despidió, me felicitó por la cantidad de trabajo que había hecho, y cerró la puerta del despacho después de salir yo. Un día tras otro, las cosas siguieron de la misma forma, y el gerente se presentó el sábado, poniéndome encima de la mesa cuatro soberanos de oro, en pago del trabajo que yo había realizado durante la semana. Lo mismo ocurrió la semana siguiente, y la otra. Me presenté todas las mañanas a las diez, y me ausenté a las dos. Poco a poco, el señor Duncan Ross se limitó a venir una vez durante la mañana, y al cabo de un tiempo dejó de venir del todo. Como es natural, yo no me atreví, a pesar de eso, a ausentarme de la oficina un sólo momento, porque no tenía la seguridad de que él no iba a presentarse, y el empleo era tan bueno, y me venía tan bien, que no me arriesgaba a perderlo. Transcurrieron de idéntica manera ocho semanas, durante las cuales yo escribí lo referente a los Abades, Arqueros, Armaduras, Arquitectura y Ática, esperanzado de llegar, a fuerza de diligencia, muy pronto a la b. Me gasté algún dinero en papel de oficio, y ya tenía casi lleno un estante con mis escritos. Y de pronto se acaba todo el asunto.
—¿Que se acabó?
—Sí, señor. Y eso ha ocurrido esta mañana mismo. Me presenté, como de costumbre, al trabajo a las diez; pero la puerta estaba cerrada con llave, y en mitad de la hoja de la misma, clavado con una tachuela, había un trocito de cartulina. Aquí lo tiene, puede leerlo usted mismo.
Nos mostró un trozo de cartulina blanca, más o menos del tamaño de un papel de cartas, que decía lo siguiente:
HA QUEDADO DISUELTA
LA LIGA DE LOS PELIRROJOS
9 OCTUBRE 1890

Sherlock Holmes y yo examinamos aquel breve anuncio y la cara afligida que había detrás del mismo, hasta que el lado cómico del asunto se sobrepuso de tal manera a toda otra consideración, que ambos rompimos en una carcajada estruendosa.
—Yo no veo que la cosa tenga nada de divertida —exclamó nuestro cliente sonrojándose hasta la raíz de sus rojos cabellos—. Si no pueden ustedes hacer en favor mío otra cosa que reírse, me dirigiré a otra parte.
—No, no —le contestó Holmes empujándolo hacia el sillón del que había empezado a levantarse—. Por nada del mundo me perdería yo este asunto suyo. Se sale tanto de la rutina, que resulta un descanso. Pero no se me ofenda si le digo que hay en el mismo algo de divertido. Vamos a ver, ¿qué pasos dio usted al encontrarse con ese letrero en la puerta?
—Me dejó de una pieza, señor. No sabía qué hacer. Entré en las oficinas de al lado, pero nadie sabía nada. Por último, me dirigí al dueño de la casa, que es contador y vive en la planta baja, y le pregunté si podía darme alguna noticia sobre lo ocurrido a la Liga de los Pelirrojos. Me contestó que jamás había oído hablar de semejante sociedad. Entonces le pregunté por el señor Duncan Ross, y me contestó que era la vez primera que oía ese nombre. «Me refiero, señor, al caballero de la oficina número cuatro», le dije. «¿Cómo? ¿El caballero pelirrojo?» «Ese mismo.» «Su verdadero nombre es William Morris. Se trata de un procurador, y me alquiló la habitación temporalmente, mientras quedaban listas sus propias oficinas. Ayer se trasladó a ellas.» «Y ¿dónde podría encontrarlo?» «En sus nuevas oficinas. Me dió su dirección. Eso es, King Edward Street, número diecisiete, junto a San Pablo.» Marché hacia allí, señor Holmes, pero cuando llegué a esa dirección me encontré con que se trataba de una fábrica de rodilleras artificiales, y nadie había oído hablar allí del señor William Morris, ni del señor Duncan Ross.
—Y ¿qué hizo usted entonces? —le preguntó Holmes.
—Me dirigí a mi casa de Saxe-Coburg Square, y consulté con mi empleado. No supo darme ninguna solución, salvo la de decirme que esperase, porque con seguridad que recibiría noticias por carta. Pero esto no me bastaba, señor Holmes. Yo no quería perder una colocación como aquélla así como así; por eso, como había oído decir que usted llevaba su bondad hasta aconsejar a la pobre gente que lo necesita, me vine derecho a usted.
—Y obró usted con gran acierto —dijo Holmes—.
El caso de usted resulta extraordinario, y lo estudiaré con sumo gusto. De lo que usted me ha informado, deduzco que aquí están en juego cosas mucho más graves de lo que a primera vista parece.
—¡Que si se juegan cosas graves! —dijo el señor Jabez Wilson—. Yo, por mi parte, pierdo nada menos que cuatro libras semanales.
—Por lo que a usted respecta —le hizo notar Holmes—, no veo que usted tenga queja alguna contra esta extraordinaria Liga. Todo lo contrario; por lo que le he oído decir, usted se ha embolsado unas treinta libras, dejando fuera de consideración los minuciosos conocimientos que ha adquirido sobre cuantos temas caen bajo la letra A. A usted no le han causado ningún perjuicio.
—No, señor. Pero quiero saber de esa gente, enterarme de quiénes son, y qué se propusieron haciéndome esta jugarreta, porque se trata de una jugarreta. La broma les salió cara, ya que les ha costado treinta y dos libras.

Con lupa:
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—Comienzo a creer, Watson —dijo Holmes—, que es un error de parte mía el dar explicaciones. Omne ignotum pro magnifico, como no ignora usted, y si yo sigo siendo tan ingenuo, mi pobre celebridad, mucha o poca, va a naufragar.
—Seguramente que querrá usted ir a su casa, doctor —me dijo cuando salíamos.
—Sí, no estaría de más.
—Y yo tengo ciertos asuntos que me llevarán varias horas. Este de la plaza de Coburg es cosa grave.
—¿Cosa grave? ¿Por qué?
—Está preparándose un gran crimen. Tengo toda clase de razones para creer que llegaremos a tiempo de evitarlo. Pero el ser hoy sábado complica bastante las cosas. Esta noche lo necesitaré a usted.
—¿A qué hora?
—Con que venga a las diez será suficiente.
—Estaré a las diez en Baker Street.
—Perfectamente. ¡Oiga, doctor! Échese el revólver al bolsillo, porque quizá la cosa sea peligrosilla.
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