jueves, noviembre 24, 2016


Parecía triste de una forma sublime, como alguien firmemente decidido a sobrevivir a inviernos persistentes en algún punto septentrional del mapa.

Don DeLillo, Fin de campo. Traducción de Javier Calvo.

jueves, noviembre 17, 2016

El viejo tema de las películas favoritas


Es una suerte contar con las películas favoritas. Pero hay una pregunta previa a este valioso descubrimiento ¿a qué se oponen, por lo general, nuestras películas favoritas? No tanto a las películas que detestamos - ¿recordamos en el fondo todas las películas malas o son las decepciones nuestras anfitrionas en el gusto negativo? - como a las películas que consideramos buenas, necesarias o interesantes pero, por razón alguna, no nos generan debilidad.

Esto podría ser explicado de un modo más sencillo y hasta tradicional. Podría decir que se trata de una separación entre gusto y juicio: puedo juzgar y pensar una película, puedo escribir sobre ella, pero tal vez no me guste demasiado.

Sin embargo, sabemos bien que no es así. Si bien el gusto puede tener inclinaciones, en la lista de películas favoritas habrá razones de las llamadas del tipo sentimental. El tipo sentimental sería una película que dejó una marca indeleble.

Pero en las películas favoritas no puede ser una si no un compromiso renovado, sea con un sentimiento de nostalgia o sea por el simple placer de ir volviendo a ellas. Entonces ¿Dónde aparece la suerte?

Vayamos entonces a un ejemplo práctico. La fiera de mi niña (Bringing Up Baby, Hawks, 1938). Estoy bastante convencido formar parte del nutrido ejército de admiradores que, generación tras generación, renuevan su animosidad y amor por la película. Famílias, amantes, amores: si esta película con Cary Grant y Katherine Hepburn requiriera su colectivo de fans, deberíamos decir que conquista estructuras enteras de amor.

¡Y qué fácil es juzgar la película! Todo se cae, todo sale mal, y el amor es una fuerza anárquica. Ciertamente, podemos decir, Hawks no pensaba igual que Ernst Lubitsch. Ni tampoco pensaba igual que su otra obra maestra de la screwball, Bola de Fuego (Ball of Fire, 1941) ni parece que le interesara mantener diálogo alguno con Frank Capra o George Cukor.

Y sin embargo, Grant y Hepburn cantan desesperados una vieja tonadilla de swing y entonces nosotros no podemos dar ninguna otra cosa excepto amor. Sea diáfana o no la revelación, como ese esqueleto y ese lugar donde todo se tambalea una vez más, no dejaremos de canta. La película tiene entonces su propia música interna. Como el amor.

martes, noviembre 01, 2016

Problemas fronterizos


Todos queremos algo (Everybody wants some, 2015)

¿Existe tal cosa como el cine libre? Casi siempre que se usa ese adjetivo se refiere a una metáfora y de modo estrictamente reactivo: frente a la que sea la forma dominante - pensamos en una narración, en una película que tiene un centro digamos narrativo - el cine libre podría saltar tales reglas y tener otros intereses.

Si asumimos que en 2015 esos presupuestos son algo endebles, cine libre sería también o, fundamentalmente, algún tipo de reacción contra lo que se establece como mayoritario. Pero esto ahora nos sirve poco.

Para empezar, porque la forma de Hollywood es variada tanto en televisión como en cine, y no tiene una característica; y si la tuvo antes, que es dudoso, bien podríamos decir que tenía la reacción algo de ilustrativo de esa forma.

En todo caso, no conviene desdeñar ahora el adjetivo como una discusión del pasado que no vaya a repetirse. O no conviene fingir que el cine es algo impersonal, que no son los espectadores y espectadoras quienes encuentran esa libertad como metáfora de un descubrimiento y como construcción del gusto y también del juicio y la tradición.

Como tales cosas no son fijas, y se discuten ampliamente, vamos a definir que es tal cosa como el cine "libre" de Richard Linklater: suele ser el hecho de que reduzca la escala y a ratos, sus temas parezcan ocultos. Son nítidos, pero ciertamente no hay un personaje que, necesariamente, quiera algo y luche por conseguirlo.

Como hablan y a ratos están, en efecto, dudosos o mirando, eso genera un efecto retórico de no tener la película trama. Pero la tiene, aunque son los énfasis que cambien.

II

Todos queremos algo es, al mismo tiempo, según el propio cineasta, una secuela de Boyhood (2013) y Movida del 76 (Dazed & Confused, 1993). Se centra en un día en la universidad, pero sucede en lo que probablemente fue 1980, un año que Linklater vivió.

Un contemporáneo de Linklater, Quentin Tarantino, ha filmado en 70 mm este año una película del oeste. El formato pretendía evocar casi literalmente a las grandes producciones de antaño, incluyendo una presentación y un descanso.

Dos directores llegando a los cincuenta evocan el tema del tiempo y su mirada al pasado. Con una nostalgia que si no parece gigante, si es al menos lo suficientemente relevante para que condicione sus premisas.

Todos queremos algo es, en realidad, una versión melancólica de las películas adolescentes de los ochenta. Hay rastros de epifanías de su cineasta, pero no resultan profundos: los protagonistas no son entendidos más que como arquetipos de un momento estelar que ya pasó.

Ese momento estelar son los días previos a la clase, donde el héroe, Jake, encarnado por Blake Jenner, ve la llegada de la experiencia universitaria. Si no el cine, al menos Linklater parece temer a los efectos de la educación formal: a la experiencia univeristaria, a una mirada amplia, a lo que se sugiere después de años aprendiendo.

Se ve más confortable en fronteras más estrechas y aquí afectan a la película. Con otra versión más del chico conoce chica propia de su pathos, vemos a actores recitar encantados líneas de guión del flirteo reglamentario. El flirteo suele ser romanticismo mucho más aburrido de lo que admiten sus defensores: cada momento es revelador, cada momento es significativo, con lo cual se hace un romanticismo general, poco lleno de texturas. Esa es la razón por la cual la segunda entrega de su trilogía Antes supuso un paso de madurez, porque era, en general, una historia de amor muy poco romántica durante muchos momentos.

Eric Rohmer, con frecuencia evocado por el cineasta y por los críticos, solía ser un ironista audaz. Dejaba a sus personajes hablar, pero también nos dejaba a nosotros contemplares en sus paradojas. A diferencia de Rohmer, Linklater parece terminarse en la nostalgia, en la vaguedad del sentimiento y en mecernos durante dos horas.