martes, marzo 29, 2016


Desesperado, se vuelve hacia el turismo. Entra a formar parte del mercado. Vende lo único que posee. Las historias que su cuerpo sabe contar.

Se convierte en un Toque Regional.

En el corazón de las tinieblas, los turistas, instalados en su ociosa desnudez y en su interés escaso y de importación, le hacen sentirse ridículo. Pero contiene su rabia y baila para ellos. Cobra sus honorarios. Se emborracha. O se fuma un canuto. Buena hierba de Kerala que le hace reír. Y después hace un alto en el templo de Ayemenm, él y los que van con él, y bailan para implorar el perdón de los dioses.

Arundhati Roy, El dios de las pequeñas cosas. Traducción de Cecilia Ceriani y Txaro Santoro.

viernes, marzo 25, 2016


166. El tiempo se acelera

Ahora que habia tanto trabajo, ahora que en esencia su vida entera se había convertido en trabajo, Natalie Blake sentía una calma y una satisfacción que antes únicamente había experimentado durante el período previo a los exámenes universitarios o bien durante los preliminares de los juicios. ¡Ojalá pudiera hacer que todo pasara más despacio! Había tenido ocho años de edad durante un siglo. Se acordaba muy a menudo de un diagrama hecho a tiza sobre una pizarra, mucho tiempo atrás, cuando las cosas todavía se movían a un ritmo razonable. La esfera de un reloj que representaba la historia del universo en un lapso de once horas. El bing bang era a mediodía. Los dinosaurios llegaban en algún momento a primera hora de la tarde. Todo lo relacionado con los seres humanos tenía lugar en los cinco minutos previos a la medianoche.

Zadie Smith, NW. Traducción de Javier Calvo.

(Do not disturb) Quien dice que hay que estar a la altura de los tiempos o ir con el signo de los tiempos, sabiendo que nadie puede sustraerse a la servidumbre de tener que sufrirlos y aguantarlos, está movido al cabo por un temor rastrero que le impulsa a evitarles a los tiempos hasta una mala cara, un gesto de impaciencia, o aun el más leve ruido que les turbe el sueño; como el gerente de un hotel de lujo, servilmente aterrado ante la posibilidad de la más pequeña queja por parte del millonario americano, se afana sin descanso para que todos, unánimemente, sonrían a los tiempos, tal vez para evitar que alguien acabe induciendo en él la turbación de empezar él mismo a sospechar de ellos y de su autoridad, lo cual podría ser la fatídica señal que desatase finalmente la instrucción de la causa, cuya urgencia ya está clamando al cielo, del proceso a los tiempos, es decir, a la Historia Universal.

Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos.

jueves, marzo 17, 2016


Si mi mirada fuese como la de Gabriel me conformaría pensando que todas esas construcciones son asentamientos donde los hombres se protegen de las inclemencias y se unen para fecundar y concebibir, sobrevivir y relevarse. Pero en mi mirada quedan restos de la lesión y he reservado un espacio para los espíritus. Cada una de las luces prendidas está envuelta por una ida de hogar, ecos de los dioses tutelares. Desde que nací la idea de una casa donde vivir por mí misma, con quien yo (yo, yo) elija, ondea sus plumas resplandecientes al fondo de la imaginación. He vivido en varias desde que abandone el piso de nuestros padres: en Londres, en Diagonal Mar, en la Barceloneta, en Balmes, he pasado largas temporadas en Tredòs, cada espacio está asociado a mis vivencias, no hay nada abstracto en las habitaciones, en los techos, en las camas. Han envuelto mi vida. Pero ninguna se ha convertido en mi hogar. A veces era por vosotros, otras por Joan-Marc, por las personitas que durante el periplo londinense se metían entre mis sábanas, ahora es mi propia soledad la que me impide ver esta habitación como algo definitivo. Ni siquiera me ha rozado la estabilidad que se apreciaba en casa de los adultos. Las encontré allí y pensé que estaban allí desde siempre, que las habían proyectado y que respondían a lo que habían querido proyectar. Mi ojo infantil no me dejaba apreciar laf luidez de los cimientos de la casa de los Llort, de los Selma, de los Anglés. Su precariedad era como la mía. Recogieron los materiales de donde pudieron, la gente que nos acompaña tiene sus propios ideas. La amargura de la vida consistente en que levantamos casas con las manos de la mente pero nadie quiere vivir en ellas.

Gonzalo Torné, Hilos de sangre.