La gente viene a descubrir evidencias: ¡White quiere llamar la atención! El desconocimiento de Pauline Kael es, creo, la clave. Kael fue una revolucionaria de la moral burguesa, alguien que defendió a Penn, DePalma o incluso al Spielberg maltratado cuando nadie lo haría. Su crítica era visceral, pero su visceralidad estaba condicionada por el contexto: el New Yorker (entonces la revista de la clase media-alta), la generación educada en la última Modernidad. Menand lo ha explicado muy bien.
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Descubrí a White hará cosa de dos años. Nacho Vigalondo me puso sobre la pista y enseguida vi el carácter activista de su obra. Es un seguidor obvio de Kael, y así lo ha visto el NY Magazine al titular su reportaje 'No Kiss Kiss, All Bang, Bang'.
El activismo y el mesianismo son conductas unidas. Observen el título de la obra clave de White, The Resistance: Ten Years of Pop Culture that Shook the World (Overlook Press). White es un agitador en busca de la verdad antes que el orden. Sus sentencias sobre el arte son de una epifanía nada proustiana que asegura que el arte debe buscar la humanidad (supongo que porque está hecho de humanos) y la verdad. Sobretodo este concepto, muy espiritual, de la Verdad. Su prosa vive de los terremotos, pero los movimientos sísmicos siempre tienen que llevar a la verdad. Esa verdad no es tanto una cognición absoluta como una epifanía insuperable, de ahí nace todo su alegato a favor de la sátira desalmada del siempre perfectamente distanciado Antonioni.
Una cosa ridícula, así como para resumir su pensamiento, es tratar de centrarse en las películas que gustan a White y las que no gustan. Es una foto muy tierna porque demuestra hasta que punto hay sufridores para tolerar la complejidad del argumento y la obra. Necesitan el letrero que diga Mirad, defiende Transformers y no The Dark Knight. Son versiones domésticas, nocturnas, presumiblemente bobas de los cultos religiosos con una diferencia, que ya detectaba Menand en el impacto de Kael: lo importante no es la obra, sino ellos. Si el cine es importante es porque los espectadores, los críticos y sus ridículas notas y estrellitas lo son. Es un momento de asmático deseo de ser jerarcas. Kael rompió un tabu cuando puso sobre la mesa que la importancia de la recepción era básica para el cine. Es un tabú que rompió con ayuda, quizás, de Nietzsche y de Northrop Frye. El opinador de cine busca la autosatisfacción de estar por encima de la obra, antes que organizar su pensamiento (y limitaciones) sobre ella.
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Por eso mismo resulta difícil encontrar grandes críticos de cine. La mayoría están ocupados, irónicamente, en su satisfacción personal y en sus pequeñas guerras domésticas de puntuaciones o en sus especulaciones infantiles sobre una Industria que conciben con la mira de dibujos animados de sábado con la mañana.
No busca epatarnos porque su mayor activismo es la independencia. Esa es la máxima diferencia con White, y el motivo por el que Rosenbaum ha mantenido un pulso ideológico con Kael a lo largo de los años: White está convencido en la necesidad del activismo y del enfrentamiento concienzudo a la crítica del mainstream. Eso le obliga a no poder ser David Foster Wallace, Fredric Jameson o Roland Barthes: tiene que estar, forzosamente, en la postura de opositor y quedarse ahí, insinuando otros roles (gramático radical, ojeador de anomalías culturales) más interesantes, pero nunca profundizano porque no puede. Eso le condiciona a la boutade. Es evidente que Transporter 3 no es arte kinético, al menos después de que Bordwell lo ha explicara tan bien. Rosenbaum resuelve esta dialéctica con un chiste y deja claro que, la mayoría de veces, es una pérdida de tiempo.