Disculpad el largo período de inactividad. En breve, noticias. Antes, sepan que pueden leerme aquí.
La última novela de Javier Marías es una oportunidad maravillosa para entender a ciertos maestros literarios. Es una oportunidad, claro, para sus lectores más aguerridos. Porque es una novela fallida, y no solamente es una novela fallida, sino que es un relato inane que contiene dos grandes novelas perdidas. Pero es también un cambio de estilo. El estilo sigue siendo, en rigor, parecido. No el mismo. No estamos ante las resonancias de sus obras maestras (Corazón tan blanco o Mañana en la batalla piensa en mí) y el narrador, en principio, es tedioso, normal, ordinario, triste. Sí, es esa clase media que siempre anida por sus relatos, pero esta vez es aburrida, desapasionada, voyeur. La protagonista de Los enamoramientos sugiere dos novelas que su autor pierde por el camino. Una es una novela galdosiana sobre una burguesía madrileña llena de amores idiotas y destinos irritantes, poderosa y convenientemente actualizada, otra es una novela sobre la muerte y sus inconvenientes más cotidianos, sobre su aparición banal, por decirlo de alguna manera, un Philip Roth (todo lo cerca que puede estar Marías de Roth que no es tampoco demasiado) a la manera de Marías. Ninguna de las dos aparece. Hay una historia con gotas de humor y gotas de agonía, pero su conclusión no llega a ser tan desafiante, ni tan triste, como se pretende en un principio pues no logra hacernos creer que el amor si existe es por nuestro devenir inoperante.
Hay digresiones acerca de Balzac y Shakespeare, pero ninguna puede aportar nada al relato. El relato contínua, como si tras Tu rostro mañana no quedará otra opción que una historia cotidiana, y uno admira líneas de Marías, piensa en sus párrafos y entiende sus intenciones. Pero habrá que esperar para descubrir al autor tardío, para ver si es capaz de encontrar esa novela otoñal, casi misántropa, que quería escribir.