martes, noviembre 27, 2012
Paisaje después de la batalla
Aquí escribo sobre la cosa-después-de-las-elecciones-catalanas-del-25N.
Y en cambio, acá, entrevisto a Guillermo Zapata sobre eso y la izquierda y lo que nos viene quedando.
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jueves, noviembre 08, 2012
Carne y hueso
En vez de pasarnos el primer día de clase hablando de la lista de lecturas y del planteamiento general de este curso, me gustaría contarles a ustedes algunas cosas sobre mí que nunca antes he divulgado entre mis alumnos. No me guía interés alguno al hacerlo, y hasta que entré en el aula y me senté en mi sitio no estuve seguro de que fuera hacerlo. Y aún puedo cambiar de opinión. Porque ¿cómo justificar esto de desvelarles a ustedes los hechos más íntimos de mi vida privada? Es verdad que vamos a pasar juntos tres horas a la semana durante los dos próximos semestres, hablando de libros; y sé, por experiencia, como lo saben ustedes, que en tales circunstancias pueden desarrollarse fuertes vínculos afectivos. No obstante, también sabemos que ello no me otorga licencia para incurrir en algo que puede constituir impertinencia y ser de pésimo gusto.
Como ya habrán supuesto ustedes - por mi modo de vestir, no menos que por el estilo de mis palabras introductorias-, las convenciones que tradicionalmente rigen la relación entre alumnos y profesores son más o menos las que siempre he respetado, incluso durante las turbulencias de los años más recientes. Según me dicen, soy uno de los pocos profesores que siguen hablando de usted a los alumnos en clase, en vez de tutearlos. Y, vístanse ustedes como se vistan - de mecánicos de coches, de pordiosero, de zíngaro de saltón de té, de cuatrero-, yo sigo prefiriendo, para presentarme ante los alumnos, la chaqueta y la corbata...aunque sean siempre la misma chaqueta y la misma corbata, como cualquier mediano observador tendrá ocasión de comprobar. Y las alumnas que acudan a mi despacho apra alguna consulta podrán ver, si se molestan en mirar, que durante toda la reunión permanecerá abierta al pasillo la puerta del habitáculo en que estamos sentados mano a mano. No faltarán entre ustedes quienes encuentren muy gracioso que me quite el reloj de muñeca, como acabo de hacer, y lo coloque junto a mis notas, al comienzo de cada clase. Ahora mismo no recuerdo cuál de mis profesores solía llevar tan cuidadosa cuenta del transcurso del tiempo, pero no cabe duda de que me dejó su impronta, como muestra de una profesionalidad con la que me place identificarme.
Nada de esto quiere decir que vaya a intentar ocultarles a ustedes el hecho de que soy de carne y hueso y comprendo perfectamente que ustedes también lo sean. Al final de curso puede que ya estén un poco hartos de lo mucho que insisto en la relación entre las novelas de lectura obligatoria, incluidas las más extravagantes y desalentadoras, y lo que hasta ahora saben ustedes de la vida. Descubrirán (y no a todos les parecerá bien) que no soy de la misma opinión que algunos de mis colegas, concretamente los que afirman que la literatura, en sus más valiosos e intrigantes momentos, es "fundamentalmente no referencial". Puedo presentarme ante ustedes con mi chaqueta y mi corbata, puedo llamarles señor y señorita, pero, así y todo, voy a pedirles que se abstengan de mencionar en mi presencia las palabras "estructura", "forma" y "símbolos". Me parece a míq ue muchos de ustedes ya llegan suficientemente intimidados de su primer años de facultad, y hay que dejarlos recuperarse y recuperar la respetabilidad de los intereses y entusiasmos que más que probablemente los llevaron en principio a leer narrativa, y de los que no tienen por qué avergonzarse. A título experimental, incluso podrían ustedes, durante este curso, tratar de vivir sin terminología académica alguna, renunciando a "trama" y a "personaje" junto con esas exaltadísimas palabras con que no pocos de ustedes gustan de solemnizar sus observaciones, como por ejemplo, "epifanía", "personificación" y, por supuesto, "existencial", como modificador de todo lo que existe bajo el sol. Les sugiero esto con la esperanza de que lleguen a hablar de Madame Bovary más o menos como hablarían con su tendero, o con su pareja, situándose así en una relación más íntima, más interesante, quizá incluso pudiéramos decir más referencial, con Flaubert y su heroína.
De hecho, una de las razones de que las novelas que deben leer ustedes durante el primer semestre estén relacionadas, en mayor o menor grado de obsesión, con el deseo erótico, es que me ha parecido que las lecturas organizadas en torno a un tema con el que todos ustedes están más o menos familiarizados puede contribuir más aún a localizar a localizar estos libros en el ámbito de la experiencia, cancelando así más rotundamente la tentación de situarlos, los libros, en el manejable submundo de los mecanismos narrativos, los motivos metafóricos y los arquetipos mímiticos. Espero, sobre todo, que leyendo estos libros lleguen ustedes a aparender algo valioso sobre la vida en uno de sus más desconcertantes y enloquecedores aspectos. Y yo también espero aprender algo.
De acuerdo. Ya no cabe diferir más el momento de empezar a revelar lo no revelable, el deseo del profesor y su historia. Lo que pasa es que no puedo, no del todo, aún, hasta que no haya explicado a satisfacción mía, ya que no de sus padres de ustedes, por qué se me pasa siquiera por la cabeza la idea de situarles en el papel de voyeurs y de jurado y de confidentes, por qué he de poner exponer mis secretos a personas a quienes les doblo la edad, a casi ninguna de las cuales conozco de antes, ni siquiera de clase. ¿Por qué busco público, cuando los hombres y las mujeres, en su mayor parte, prefieren mantener estos asuntos para sus capotes o, como máximo, manifestarlos solo a sus confesores de mayor confianza, seglares o religiosos? ¿Qué es lo que hace imperiosamente necesario, o, al menos apropiado, que me presente a ustedes, jóvenes desconocidos, no en mi aspecto de profesor, sino como primer texto del semestre?
Permítanme contestar con una llamada al corazón.
Me encanta enseñar literatura Pocas veces me siento tan feliz y contento como cuando estoy aquí con mis páginas de anotaciones y mis textos llenos de marcas y con personas como ustedes. En mi opinión, no hay en la vida nada que pueda compararse a un aula. A veces, en mitad de un intercambio verbal - digamos, por ejemplo, cuando alguno de ustedes acaba de penetrar, con una sola frase, hasta lo más profundo de un libro-, me viene el impulso de exclamar: "¡Queridos amigos, graben esto a fuego en sus memorias!". Porque una vez salgan de aquí, raro será que alguien les hable o les escuche del modo en que ahora se hablan y se escuchan entre ustedes, incluyéndome a mi, en esta pequeña habitación luminosa y yerma. Ni es tampoco muy probable que encuentren fácilmente en algún otro sitio la oportunidad de expresarse sin embarazo sobre lo que más importaba a hombres en tan buena sintonía con la lucha por la vida como Tolstói, Mann y Flaubert. Dudo que se hagan ustedes una idea de hasta qué punto resulta emocionante oírles hablar, muy en serio y muy sensatamente, sobre la soledad, la enfermedad, la añoranza, el quebranto, el sufrimiento, el desengaño, la esperanza, la pasión, el amor, el terror, la corrupción, las calamidades la muerte...Y es emocionante porque tienen ustedes diecinueve o veiente años, proceden en su mayor parte de confortables hogares de clase media y aún no guardan en su carpeta muchas experiencias de las que provocan debilidad; pero también porque, sorprendentemente, lamentablemente, esta puede ser la última oportunidad que tengan de reflejar de un modo continuado y serio las fuerzas implacables a que pasado el tiempo habrán de enfrentarse, quiéranlo o no.
¿He aclarado algo más por qué me parece que la clase es, de hecho, el lugar más adecuado para hacerles un recuento de mi historia erótica? Lo que acabo de decir, ¿añade legitimidad a mi ocupación futura de su tiempo y su paciencia y su aprendizaje? Para expresarlo del mejor modo posible: lo que la iglesia es para el verdadero creyente, lo es la clase para mí. Hay quienes se postran de rodillas el domingo. Otros se colocan filacterias cada vez que sale el sol...Yo me presento tres veces por semana, con la corbata alrededor del cuello y el reloj encima de la mesa, a enseñarles a ustedes los grandes relatos.
Mis queridos alumnos, he cabalgado a lomos de una gran emoción, este año. También de eso hablaremos. Entretanto si es posible, tolérennme ustedes esta actitud tan amplia y tan capaz. De hecho, lo único que quiero es presentarles mis credenciales para enseñar Literatura 341. Parates de estas revelaciones les parecerán a ustedes de mal gustos, indiscretas, poco profesionales, pero, así y todo, me gustaría, con el permiso de todos ustedes, proceder a continuación a ofrecerles un relato abierto de mi vida anterior como ser humano. Soy un auténtico devoto de la narrativa, y les aseguro a ustedes que a su debido tiempo les contaré todo lo que sobre ella sé, pero, en realidad, nada en mi interior vive tanto como la vida.
Philip Roth, El Profesor del Deseo (traducción de Ramón Buenaventura)
Como ya habrán supuesto ustedes - por mi modo de vestir, no menos que por el estilo de mis palabras introductorias-, las convenciones que tradicionalmente rigen la relación entre alumnos y profesores son más o menos las que siempre he respetado, incluso durante las turbulencias de los años más recientes. Según me dicen, soy uno de los pocos profesores que siguen hablando de usted a los alumnos en clase, en vez de tutearlos. Y, vístanse ustedes como se vistan - de mecánicos de coches, de pordiosero, de zíngaro de saltón de té, de cuatrero-, yo sigo prefiriendo, para presentarme ante los alumnos, la chaqueta y la corbata...aunque sean siempre la misma chaqueta y la misma corbata, como cualquier mediano observador tendrá ocasión de comprobar. Y las alumnas que acudan a mi despacho apra alguna consulta podrán ver, si se molestan en mirar, que durante toda la reunión permanecerá abierta al pasillo la puerta del habitáculo en que estamos sentados mano a mano. No faltarán entre ustedes quienes encuentren muy gracioso que me quite el reloj de muñeca, como acabo de hacer, y lo coloque junto a mis notas, al comienzo de cada clase. Ahora mismo no recuerdo cuál de mis profesores solía llevar tan cuidadosa cuenta del transcurso del tiempo, pero no cabe duda de que me dejó su impronta, como muestra de una profesionalidad con la que me place identificarme.
Nada de esto quiere decir que vaya a intentar ocultarles a ustedes el hecho de que soy de carne y hueso y comprendo perfectamente que ustedes también lo sean. Al final de curso puede que ya estén un poco hartos de lo mucho que insisto en la relación entre las novelas de lectura obligatoria, incluidas las más extravagantes y desalentadoras, y lo que hasta ahora saben ustedes de la vida. Descubrirán (y no a todos les parecerá bien) que no soy de la misma opinión que algunos de mis colegas, concretamente los que afirman que la literatura, en sus más valiosos e intrigantes momentos, es "fundamentalmente no referencial". Puedo presentarme ante ustedes con mi chaqueta y mi corbata, puedo llamarles señor y señorita, pero, así y todo, voy a pedirles que se abstengan de mencionar en mi presencia las palabras "estructura", "forma" y "símbolos". Me parece a míq ue muchos de ustedes ya llegan suficientemente intimidados de su primer años de facultad, y hay que dejarlos recuperarse y recuperar la respetabilidad de los intereses y entusiasmos que más que probablemente los llevaron en principio a leer narrativa, y de los que no tienen por qué avergonzarse. A título experimental, incluso podrían ustedes, durante este curso, tratar de vivir sin terminología académica alguna, renunciando a "trama" y a "personaje" junto con esas exaltadísimas palabras con que no pocos de ustedes gustan de solemnizar sus observaciones, como por ejemplo, "epifanía", "personificación" y, por supuesto, "existencial", como modificador de todo lo que existe bajo el sol. Les sugiero esto con la esperanza de que lleguen a hablar de Madame Bovary más o menos como hablarían con su tendero, o con su pareja, situándose así en una relación más íntima, más interesante, quizá incluso pudiéramos decir más referencial, con Flaubert y su heroína.
De hecho, una de las razones de que las novelas que deben leer ustedes durante el primer semestre estén relacionadas, en mayor o menor grado de obsesión, con el deseo erótico, es que me ha parecido que las lecturas organizadas en torno a un tema con el que todos ustedes están más o menos familiarizados puede contribuir más aún a localizar a localizar estos libros en el ámbito de la experiencia, cancelando así más rotundamente la tentación de situarlos, los libros, en el manejable submundo de los mecanismos narrativos, los motivos metafóricos y los arquetipos mímiticos. Espero, sobre todo, que leyendo estos libros lleguen ustedes a aparender algo valioso sobre la vida en uno de sus más desconcertantes y enloquecedores aspectos. Y yo también espero aprender algo.
De acuerdo. Ya no cabe diferir más el momento de empezar a revelar lo no revelable, el deseo del profesor y su historia. Lo que pasa es que no puedo, no del todo, aún, hasta que no haya explicado a satisfacción mía, ya que no de sus padres de ustedes, por qué se me pasa siquiera por la cabeza la idea de situarles en el papel de voyeurs y de jurado y de confidentes, por qué he de poner exponer mis secretos a personas a quienes les doblo la edad, a casi ninguna de las cuales conozco de antes, ni siquiera de clase. ¿Por qué busco público, cuando los hombres y las mujeres, en su mayor parte, prefieren mantener estos asuntos para sus capotes o, como máximo, manifestarlos solo a sus confesores de mayor confianza, seglares o religiosos? ¿Qué es lo que hace imperiosamente necesario, o, al menos apropiado, que me presente a ustedes, jóvenes desconocidos, no en mi aspecto de profesor, sino como primer texto del semestre?
Permítanme contestar con una llamada al corazón.
Me encanta enseñar literatura Pocas veces me siento tan feliz y contento como cuando estoy aquí con mis páginas de anotaciones y mis textos llenos de marcas y con personas como ustedes. En mi opinión, no hay en la vida nada que pueda compararse a un aula. A veces, en mitad de un intercambio verbal - digamos, por ejemplo, cuando alguno de ustedes acaba de penetrar, con una sola frase, hasta lo más profundo de un libro-, me viene el impulso de exclamar: "¡Queridos amigos, graben esto a fuego en sus memorias!". Porque una vez salgan de aquí, raro será que alguien les hable o les escuche del modo en que ahora se hablan y se escuchan entre ustedes, incluyéndome a mi, en esta pequeña habitación luminosa y yerma. Ni es tampoco muy probable que encuentren fácilmente en algún otro sitio la oportunidad de expresarse sin embarazo sobre lo que más importaba a hombres en tan buena sintonía con la lucha por la vida como Tolstói, Mann y Flaubert. Dudo que se hagan ustedes una idea de hasta qué punto resulta emocionante oírles hablar, muy en serio y muy sensatamente, sobre la soledad, la enfermedad, la añoranza, el quebranto, el sufrimiento, el desengaño, la esperanza, la pasión, el amor, el terror, la corrupción, las calamidades la muerte...Y es emocionante porque tienen ustedes diecinueve o veiente años, proceden en su mayor parte de confortables hogares de clase media y aún no guardan en su carpeta muchas experiencias de las que provocan debilidad; pero también porque, sorprendentemente, lamentablemente, esta puede ser la última oportunidad que tengan de reflejar de un modo continuado y serio las fuerzas implacables a que pasado el tiempo habrán de enfrentarse, quiéranlo o no.
¿He aclarado algo más por qué me parece que la clase es, de hecho, el lugar más adecuado para hacerles un recuento de mi historia erótica? Lo que acabo de decir, ¿añade legitimidad a mi ocupación futura de su tiempo y su paciencia y su aprendizaje? Para expresarlo del mejor modo posible: lo que la iglesia es para el verdadero creyente, lo es la clase para mí. Hay quienes se postran de rodillas el domingo. Otros se colocan filacterias cada vez que sale el sol...Yo me presento tres veces por semana, con la corbata alrededor del cuello y el reloj encima de la mesa, a enseñarles a ustedes los grandes relatos.
Mis queridos alumnos, he cabalgado a lomos de una gran emoción, este año. También de eso hablaremos. Entretanto si es posible, tolérennme ustedes esta actitud tan amplia y tan capaz. De hecho, lo único que quiero es presentarles mis credenciales para enseñar Literatura 341. Parates de estas revelaciones les parecerán a ustedes de mal gustos, indiscretas, poco profesionales, pero, así y todo, me gustaría, con el permiso de todos ustedes, proceder a continuación a ofrecerles un relato abierto de mi vida anterior como ser humano. Soy un auténtico devoto de la narrativa, y les aseguro a ustedes que a su debido tiempo les contaré todo lo que sobre ella sé, pero, en realidad, nada en mi interior vive tanto como la vida.
Philip Roth, El Profesor del Deseo (traducción de Ramón Buenaventura)
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