viernes, enero 27, 2017


Detrás del mostrador de la pastelería hay una banqueta para descanso de las empleadas; pero no es prudente ocuparla demasiado tiempo o repetidas veces: la encargada vigila desde el mostrador de enrente, tiesa, detrás de la caja registradora. El local es "de lo más selecto de Madrid" y exige de sus empleados máxima corrección. El comedimiento y aire distinguido de sus dependientes acreditan un establecimiento tanto como la pureza de sus productos. Las muchachas han de ir y venir detrás del mostrador, erguidas y sonrientes. "¿Qué desea la señora?" Ni una broma con los camareros, ni una frase de mal. gusto. "Ésta es una casa distinguida". Esto de la distinción lo ha oído Matilde muchas veces, en boca de la encargada, durante las tres horas que lleva actuando en el salón. De las cuales ha salido una consecuencia: "El cliente siempre tiene razón". Y otra: "Al cliente hay que sonreírle siempre y engañarle cuando haya ocasión". Y esto, sólo en lo relativo al público. Que es de lo más heterogéneo. El público da color y marca cada hora del establecimiento. Al principio se multiplican en él las sirvientas, con sus cestas de hule; la modista, la mecanógrafa, el empleado, que adquieren su bollo de hojaldre; más tarde, el mozo de almacén, el botones, el continental ("Oiga, un pastel"). Luego la vieja repintada y sus niñas cursis, las beatas, al regreso de la iglesia; la dueña de la pensión modesta, que hace su pedido de las tartas de las más económica, la dueña de la casa, que adquiere sus flanes o su nata.

Luisa Carnés, Tea Rooms Mujeres obreras.

miércoles, enero 18, 2017

El pisito


En los agradecimientos de Anabel figuran un montón de nombres. Amigos y cómplices del escritor y director, Antonio Trashorras, que son también, como él, críticos cinematográficos formados en las exigencias de la prensa de papel y sus transformaciones.

Hay, por supuesto, dibujantes de cómics, escritores. La película, seriamente, termina dedicada a HR Giger. Diré que esto me parece secundario. En los agradecimientos he hallado la pista. Un nombre puede pasar desapercibido. Ése nombre es el de Milton Friedman, el economista de la Escuela Chicago cuyas tesinas construyeron o ayudaron a construir el actual bloque de la derecha ocupada en reducir el estado redistributivo. Friedman se convirtió en piedra de toque del llamado neoliberalismo. Este nombre aparece como una pequeña pista de Trashorras, una indicación discreta.

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Con las inteligencias generosas sucede que es muy fácil sentir como propia las casas que han levantado con cuidado, y éste es el caso de Trashorras. Uno acudía a él esperando criterio y resistencia en sus críticas, y uno vio con simpatía su cortometraje Dos manos zurdas y un racimo de ojos manchado de gris (2009) y su largometraje El Callejón (2011). Trashorras había participado en guiones para otros directores, como el libreto de El espinazo del diablo (2001, junto a David Muñoz) o la estupenda Agnosia (2009) de Eugenio Mira.

Su primera película, una extraña investigación sobre las pasiones propias hecha en una industria en descomposición avanzada, ha envejecido bien y no era una película donde sus talentos se afinaran tan bien como en ésta.

¿De qué trata Anabel? Podemos explicar su argumento y podemos explicar, finalmente, lo que nos termina mostrando. El argumento persigue a un extraño que, con la excusa difícilmente rebatible de que no tiene adonde ir, va a un piso a vivir con dos muchachitas de veintitantos, dos espléndidos arquetipos del madrileño de cambio de siglo: una aspirante a funcionaria y un bosquejo de actriz.

Pero el extraño provocará turbación en la convivencia. ¿Qué emergerá tras su presencia? La película se abre con una cita de Nathaniel Hawthorne y uno puede comprender el por qué. Anabel usa un ropaje de cuento, digamos, neo-gótico urbano donde Trashorras puede permitirnos citar con calma a cierto Polanski por la claustrofobia y la otredad.

La película, no obstante, trata de lo siguiente: una rentista se hace pasar por trabajadora normal y corriente mientras convence a su compañera de piso / inquilina de que eche a una mujer sin recursos. Llevado a cabo el deshaucio, una figura que tal vez sea su padre, aparece para trastocar y vengar la muerte de su hija, poner de relieve esta evidencia. Es, al mismo tiempo, un fantasma y un juez.

Como vemos si el eco es de Hawthorne, la letra de la música es del economista Friedman (o, por decirlo menos humorísticamente, de los inteligentes discípulos de la tradición de los oprimidos). Trashorras tiene la inteligencia de que el cruce de personajes sea también un cruce de maneras de actuar: Enrique Villén es un actor secundario de carácter, Rocío León opta por registros más naturalistas propios del cine low-cost alternativo de donde procede y Ana de Armas usa su carisma escénico para darle una pátina cómica a su personaje.


La película cuenta con tres montadores acreditados y no es ningún secreto que se trata de una película de guerrilla, rodada probablemente en 2013 y en post-producción durante dos años. La música no siempre resulta adecuada y la fotografía es antes un recurso inmediato que cualquier manierismo.

Éste es uno de los más raros ejemplos de gran cine social y de imaginación que hace emerger figuras de su tiempo, por eso mismo el tiempo nos devolverá a Anabel como el fantasma devuelve a las relaciones económicas que sustentan el frágil hogar de los protagonistas.

Se beneficia de que Trashorras con apenas setenta minutos parece disfrutar de los diálogos y los usa para dar siempre pequeños rodeos acerca de quienes pensamos que son los personajes. Se confiesan o se mienten a sí mismos, se hieren a ratos con extraña sinceridad y se persiguen como sombras persiguiendo sombras (por decirlo usando la aforutnada expresión de los Años Felices de Torné).

Gracias a Filmin la película ha encontrado un lugar donde encontrar espectadores sin prisa. Fue proyectada en Abycine y en Sitges y premiada en ambos festivales.