viernes, noviembre 30, 2007

Los últimos testigos

A día de hoy The Insider sigue siendo un auténtico misterio para mi historia personal como espectador. Es una película que rompe dos reglas que nunca hay que seguir: está basada en una historia real (sic) y dura más de dos horas con una historia fácilmente sintetizable (re-sic). ¿El secreto? Bueno, podemos atribuirlo a sus actores protagonistas o a la verdadera cumbre estilística de Mann (Ali fue un paréntesis épico en su forma de rodar) que en 1999, antes de sus filigranas de Collateral, rodó cámara en mano (enfatizando las mejores maneras de los setenta, antes de la escuela hiperrealista de Greengrass) y con una puesta en escena completamente heredada del cine negro (a saber: dos personajes, espacios cerrados, tensión y angustia en una historia DE TELEFILM) una película que logra subirse por encima de su mediocre historia.

Michael Clayton, el debut de Tony Gilroy, parece estar condenada a exactamente lo mismo: la denuncia de las cloacas del sistema mediante una historia que podría ser tranquilamente la misma. Igual que en la película de Mann el peso recae sobre dos actores en estado titánico, esta vez George Clooney y Tom Wilkinson. A diferencia de la cinta de Mann los tiempos han cambiado: ahora es muy díficil, pese a las críticas obtenidas en Estados Unidos y a la nada despreciable cifra de box office, que se hable de una película como ésta. Igual que The Insider, Michael Clayton no es tanto una denuncia política sino una película sobre la ética, que más allá de su relato evidentemente desencantado de los sistemas judiciales y su relación con las empresas, es sobre tomar una decisión.

Hay que esquivar completamente la expresión: una película necesaria. La ficción no es siempre la herramienta necesaria para denunciar las injusticias y la intención no la convierte en brillante. The Insider está predestinada al fracaso y de no ser por la mano de Gilroy, Michael Clayton hubiera sido un maremoto de previsibilidad adoctrinante. Su debut como director presenta una capacidad para crear una atmósfera absorbente realmente inusual: esquivando el estilo enfático de la cámara en mano o el documentalismo, el realismo de Gilroy se construye con la complicidad de un Robert Elswitt en estado de gracia, que parece obesesionado con elt ratamiento de las luces y las urbes, huyendo de su labor en Syriana absolutamente naturalista y rebuscando en un cromatismo no demasiado vulgar. En la historia, Gilroy como hizo ya en su labor como guionista de los Bourne bajo la tutela de los directores, ha rescatado parte de la historia del thriller reciente, en este caso el de los años setenta: la presencia del productor/actor Sydney Pollack no debería llevarnos al engaño. Michael Clayton es un nuevo clásico que sigue con la tradición de los Tres días del Condor o del Parallax View. ¿La diferencia? Los espías y las conspiraciones están en los bufetes de Nueva York.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gustó Michael Clayton. No es el peliculón del año, está claro, pero mantiene el interés, lo cual no es poco. Lo más destacable, el conseguir dar esa atmosfera asfixiante en la que está metido el protagonista y de la que, al fín y al cabo, no sale ni al final.
Me encantó el plano largo final