No ha sido Cesc Gay cineasta de una gran ruta conceptual, pero a veces su filmografía lleva a la confusión. De la vergonzosa comedia inciática Krámpack a la sitcom autonómica Jet Lag, nadie podía esperarse En la ciudad, retrato generacional que podría encajar como un Woody Allen desapasionadísimo: ni rastro de humor, pero eso sí, nadie podrá negarle que la pirueta requería esos modales, fácilmente clasificables de Rohmerianos.
En esta obra, como es habitual en Allen, su tema es el bloqueo creativo. Un cineasta en una crisis creativa acude a desentenderse, suponemos que a la casa de su hermano. Y poca cosa más. La película está narrada en movimientos de cámara laterales y observamos al protagonista continuamente desde su espalda, sin que quede apenas aire en el encuadre. Pronto sugiere el hermano que podría hacer un western. Y la película es, a su manera, un western rural en la Cataluña Contemporánea rodado en la Cerdeña. Alguien podría acudir fácilmente a la ironía de Rohmer, con sus personajes eternamente juguetones.
No es así. Ni Ficción se revela un exquisito vehículo autoindagatorio ni cambia mucho el esquema de los Breves Encuentros. Hay un par de líneas de diálogo francamente bellas (la del final "Está bé enamorar-se de tant en quan" es desoladora) y canciones de Nick Cave, que son la banda sonora ideal para esa generación que ha llegado a la treintena y asume sus fracasos vitales. En el fondo esta película, que no mueve demasiado el esquema moderno configurado por Linklater, Kar-Wai y Coppola, es absolutamente honesta: una crónica de una vida a medio camino a través de una insatisfactoria ficción también a mitad de todo. Era imposible hacerlo de otro modo, como lo es negarle el título de portavoz emocional a Gay.
1 comentario:
joder, que bonita...la escena del bar contiene más tensión que todo X-Men 3
Eduard Fernandez se merece lo que le pase (todo bueno, claro), aunque Javier Cámara no esté a la altura.
Saludos,
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