miércoles, octubre 14, 2009

La aventura está en la esquina


El castillo de Fu-Manchú (1969, Jesús Franco)


Está el microcosmos infantil como lugar de temores hondamente adultos, como nos demostró Charles M. Schulz en su gran obra Peanuts. Luego está el espacio inverso, tal vez fundado por Orson Welles, en el que los adultos forman parte de un inmenso parque de juegos. En ese lugar transcurre El castillo de Fu-Manchú que tiene un acierto sublime, por encima de los otros, al convertir el Parque Güell de Antoni Gaudí en el legendario palacio de un traficante de opio de Estambul, en la guarida de un supervillano que Fu-Manchú sitiará.


Hay un problema básico con Jesús Franco y es su condición desclasada. Esto viene dado por muchos motivos, entre los cuales sobresale la escasa difusión de calidad de sus obras y la irregularidad de las películas que se han distribuido. En esta condición desclasada se ha creado una crítica que trata de reivindicarle, pero al final lo que ha perdurado es la imagen de un cineasta freak y siempre zetoso. Esta imagen se ha visto más o menos confirmada por Killer Barbys, la incorporación de Santiago Segura como patrón de lujo en el Universo Franco, y por las películas del autodenominado discípulo Pedro Temboury. Es una imagen equivocada, aunque hay lugares en los que lo prolífico de su obra se explica con generosa sabiduría y detalles. Siendo sintético podríamos decir que hay dos Jesús Franco, que pueden, por supuesto, encontrarse: el vanguardista y surreal, que parte de presupuestos puramente sadianos, y el feliz autor de clásicos genuinamente pop como Cartas Boca Arriba (1966) o Lucky El Intrépido (1967).


Sax Rohmer creó y popularizó al supervillano Fu-Manchú, diabólico científico tradicional y arquetipo pulp que representaba la peligrosa (y desconocida) tradición asiática para terror de una Inglaterra en plena fiebre colonial. Lo grande del ciclo de Fu-Manchú y de esta, su mejor y más divertida película, es que Sir Dennis Nayland Smith y Petrie funcionaban como antagonistas también de carisma y que Rohmer se instalaba en el puro folletín francés, siendo el villano el protagonista más apasionante y perdurable de su aportación antes que el lado del Bien, una versión aburrida y siempre atolondrada del clásico esquema de Sherlock Holmes y el Dr. Watson.


Esto funciona perfectamente en esta película, en la que Fu-Manchú se enfrenta a Omar Pashu y Nayland Smith queda en un agradablísimo segundo plano. Hay momentos maravillosos e imaginativos, como los enmascarados secuestrando usando ataúdes, o el poderío narrativo que Franco usa en muchas escenas, como el prólogo, con el barco hundiéndose y con miles de contratiempos inesperados y un hombre rebelde y se percibe su sello en las raras escenas de experimentación, absolutamente alargadas y fascinadas, o en las que vemos la extrañeza de las celdas.


Al final, Nayland Smith mira y se superpone la voz de Fu-Manchú que está vivo y listo para otra aventura: pocas películas consiguen concebir todos sus elementos, incluyendo una ingenua historia de amor entre un científico y su secretario (ella nunca se declaró para que él jamás perdiera el interés en el mundo científico), de un modo tan descaradamente infantil y bello y todo esto otorgando un nada perverso protagonismo al Mad Doctor, estrella de la función acompañado de una magnética Tsai Chin encarnando a su hija Lin Tang. El mundo de El Castillo de Fu-Manchú está repleto de traiciones inesperadas, de alianzas imposibles, de policías ineptos, de planes diabólicos a gran escala irresistibles (congelar todo el mar del mundo) y de un incansable bueno condenado a enfrentarse a su villano. En definitiva, de unas connotaciones míticas, inocentes e imposibles en las que el propio cine es el mayor juguete que sirve para orquestar una aventura pluscuamperfecta.

4 comentarios:

VENGA MONJAS dijo...

Singer, nanu, te vimos ayer muy entregado y nos hizo mucho ilusión. Pero una vez más te diste a la fuga!
Acércate, no mordemos!

Un beso chico.

Portnoy dijo...

El Parque Güell y el de la Ciutadella, Alvy... si no recuerdo mal (ah, cuantos años, hijo mío... ésta la vi en el cine) cuando se fugan del castillo lo hacen por la estatua del mamut.
:-)

aleXz dijo...

Como dices al final, el cine es el verdadero tema que cruza la filmografía del tío Jess. Por eso se lleva también con Sade, porque como dice Jorge Carrión en ese texto genial (gracias por el link!) su cine es radicalmente retórico, es puro lenguaje.

"El libertinaje como un acto de lenguaje" La frase de Barthes podría ser el título de toda la obra de Franco. ¡Ojalá Barthes hubiera visto su obra!

aleXz dijo...

Ah, gracias por los comentarios sobre el Franconomicon ;)