Extraterrestre (2011, Nacho Vigalondo)
La última película de Nacho Vigalondo. Me pregunto hasta qué punto puede su excelso cineasta dar lecciones de guión sin perder ni un ápice del estilo. El estilo, claro, que se piensa de una manera harto intelectual.: es antes un reto de como contar la historia frente al como servir a la historia. ¿Por qué marco esta diferencia? Hay grandes obras maestras cuyo estilo sirve a la historia, la hace resonar. Pensad en Ford o Bergman; pensad en qué sucede si a un vaquero se le arrebatan las panorámicas, los momentos íntimos, las sombras o si eso mismo sucede con un caballero que juega al ajedrez por la muerte. Bergman y Ford son cineastas cargados de maestría, a los que el tiempo les revaloriza, pero que contienen una peculiaridad que en otros cineastas es desdicha. En cambio, Hawks se está preguntando continuamente como contar sus historias. His Girl Friday (1940) es un triunfo de como contar la historia; comparad sino su versión con la de Billy Wilder. Vigalondo pertenece a esa estirpe.: sus historias podrían ser contadas de un modo más convencional o espectacular, y no me refiero a la estructura sino al énfasis y a la puesta en escena, pero su reto permanece.
Vigalondo es, en términos estilísticos, europeo. La pregunta obligada - ¿hay una deliberación? - quedó respondida en su cortometraje Marisas, hecho a la sombra vanguardista de Chris Marker y de Julio Cortázar, dos imaginaciones fértiles en melancolía, en vaciado, en frustración y movimiento. El héroe de esta ficción se llama, y no es esto una pretensión referencial, Julio y está interpretado con una sobriedad discreta por Julián Villagrán, contrastando con las vitalistas actuaciones de Michelle Jenner, Raúl Cimas y Carlos Areces. El resto de personajes se expresa como en una comedia más o menos convencional, estando todos estupendamente matizados por las elecciones de cásting.
Pero Villagrán es reconociblemente vigalondiano: héroe con flato, perfil complicado, relato de periferia existencial. En una escena, mi favorita, da todas las pistas de lo que ha sido su vida y a Vigalondo, que ha entretenido al público con tres filigranas narrativas que no responden exactamente a una última revelación final, no se le admite esa habilidad para bastarse de un plumazo y revelar toda una vida. El personaje de Julián Villagrán es naturalmente antipático por su falta de ambiciones vitales, pero Vigalondo logra transmitir su desconcierto y hacerlo nuestro sin renunciar, por ello, a definirle, ni a que esa definición lo santifique; su melancolía es nuestra y creo que a todo ello contribuye la interpretación de Villagrán y el trazo (difícil) de su cineasta, en un reto incluso mayor que el de su primera película.
La fórmula fue ensayada en forma de sketch. Los Gremlins 3 usaban el recurso como efectismo, aquí, de repente, es todo trabajo dramático (¡y menudo!). Con todo estos detalles personales, la película no busca refugio en los ritmos del cine de arte y ensayo y, en general, transcurre rápidamente, ferozmente atenta a todos y cada uno de sus movimientos.
Estoy convencido de que esta película tiene una relación muy estrecha con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), más allá de que ambas sean comedias sobre la aceptación del desamor (¡o de que el desamor sucede!) que transcurran al ritmo vertiginoso de un piso y sus madrileños alrededores. Esa relación, que comienza en sus similitudes estructurales si se quiere, está en que tanto Pedro Almodóvar como Nacho Vigalondo están diciendo cosas bastante profundas sobre sus héroes y sobre su condición.
La película de 1988 nos hablaba de una mujer post-franquista que había renunciado ya a la esclavitud del mentiroso galán que tanto prestigio y centralidad había tenido en todas y cada una de las fantasías del imaginario español; la película de Vigalondo asume como heroico el gesto honrado de un hombre, de un amante más bien, que asume su condición prescindible y la desaparición definitiva de toda pasión arrebatada que no sea otra cosa que confusión y malentendidos.
Ambas descubren que tras la imagen tradicional, hay sentimientos bastante más profundos y cercanos a través de la configuración de la vida íntima de la persona deseada.: la heroína almodovariana descubre con desencanto quien es el galán masculino cuando conoce a su hijo y atisba una vida privada distinta a la de su voz y sus promesas, el héroe vigalondiano descubre en la figura del novio de su amada una relación compleja y madura, estropeada por errores de comunicación antes que por sentimientos que han desaparecido. De hecho, las interpretaciones de Maura y Villagrán son bastante complejas, pese a que sean de tonos y ritmos muy distintos. Ambos cineastas quieren colocarnos en una posición nada condescendiente sin dar a sus héroes un exceso de virtud; estimo que esa cualidad la poseen muy pocos cineastas y que Vigalondo lleva una carrera exquisita en ese aspecto, ascendente.
Matizando a sus héroes respecto a su papel vital, ambos cineastas han conseguido dos ejemplos rarísimos de alta comedia.