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martes, agosto 07, 2012

Otra Dimensión

Extraterrestre (2011, Nacho Vigalondo)

La última película de Nacho Vigalondo. Me pregunto hasta qué punto puede su excelso cineasta dar lecciones de guión sin perder ni un ápice del estilo. El estilo, claro, que se piensa de una manera harto intelectual.: es antes un reto de como contar la historia frente al como servir a la historia. ¿Por qué marco esta diferencia? Hay grandes obras maestras cuyo estilo sirve a la historia, la hace resonar. Pensad en Ford o Bergman; pensad en qué sucede si a un vaquero se le arrebatan las panorámicas, los momentos íntimos, las sombras o si eso mismo sucede con un caballero que juega al ajedrez por la muerte. Bergman y Ford son cineastas cargados de maestría, a los que el tiempo les revaloriza, pero que contienen una peculiaridad que en otros cineastas es desdicha. En cambio, Hawks se está preguntando continuamente como contar sus historias. His Girl Friday (1940) es un triunfo de como contar la historia; comparad sino su versión con la de Billy Wilder. Vigalondo pertenece a esa estirpe.: sus historias podrían ser contadas de un modo más convencional o espectacular, y no me refiero a la estructura sino al énfasis y a la puesta en escena, pero su reto permanece.

Vigalondo es, en términos estilísticos, europeo. La pregunta obligada - ¿hay una deliberación? - quedó respondida en su cortometraje Marisas, hecho a la sombra vanguardista de Chris Marker y de Julio Cortázar, dos imaginaciones fértiles en melancolía, en vaciado, en frustración y movimiento. El héroe de esta ficción se llama, y no es esto una pretensión referencial, Julio y está interpretado con una sobriedad discreta por Julián Villagrán, contrastando con las vitalistas actuaciones de Michelle Jenner, Raúl Cimas y Carlos Areces. El resto de personajes se expresa como en una comedia más o menos convencional, estando todos estupendamente matizados por las elecciones de cásting.

Pero Villagrán es reconociblemente vigalondiano: héroe con flato, perfil complicado, relato de periferia existencial. En una escena, mi favorita, da todas las pistas de lo que ha sido su vida y a Vigalondo, que ha entretenido al público con tres filigranas narrativas que no responden exactamente a una última revelación final, no se le admite esa habilidad para bastarse de un plumazo y revelar toda una vida. El personaje de Julián Villagrán es naturalmente antipático por su falta de ambiciones vitales, pero Vigalondo logra transmitir su desconcierto y hacerlo nuestro sin renunciar, por ello, a definirle, ni a que esa definición lo santifique; su melancolía es nuestra y creo que a todo ello contribuye la interpretación de Villagrán y el trazo (difícil) de su cineasta, en un reto incluso mayor que el de su primera película.

La fórmula fue ensayada en forma de sketch. Los Gremlins 3 usaban el recurso como efectismo, aquí, de repente, es todo trabajo dramático (¡y menudo!). Con todo estos detalles personales, la película no busca refugio en los ritmos del cine de arte y ensayo y, en general, transcurre rápidamente, ferozmente atenta a todos y cada uno de sus movimientos.

Estoy convencido de que esta película tiene una relación muy estrecha con Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), más allá de que ambas sean comedias sobre la aceptación del desamor (¡o de que el desamor sucede!) que transcurran al ritmo vertiginoso de un piso y sus madrileños alrededores. Esa relación, que comienza en sus similitudes estructurales si se quiere, está en que tanto Pedro Almodóvar como Nacho Vigalondo están diciendo cosas bastante profundas sobre sus héroes y sobre su condición.

La película de 1988 nos hablaba de una mujer post-franquista que había renunciado ya a la esclavitud del mentiroso galán que tanto prestigio y centralidad había tenido en todas y cada una de las fantasías del imaginario español; la película de Vigalondo asume como heroico el gesto honrado de un hombre, de un amante más bien, que asume su condición prescindible y la desaparición definitiva de toda pasión arrebatada que no sea otra cosa que confusión y malentendidos.

Ambas descubren que tras la imagen tradicional, hay sentimientos bastante más profundos y cercanos a través de la configuración de la vida íntima de la persona deseada.: la heroína almodovariana descubre con desencanto quien es el galán masculino cuando conoce a su hijo y atisba una vida privada distinta a la de su voz y sus promesas, el héroe vigalondiano descubre en la figura del novio de su amada una relación compleja y madura, estropeada por errores de comunicación antes que por sentimientos que han desaparecido. De hecho, las interpretaciones de Maura y Villagrán son bastante complejas, pese a que sean de tonos y ritmos muy distintos. Ambos cineastas quieren colocarnos en una posición nada condescendiente sin dar a sus héroes un exceso de virtud; estimo que esa cualidad la poseen muy pocos cineastas y que Vigalondo lleva una carrera exquisita en ese aspecto, ascendente.

Matizando a sus héroes respecto a su papel vital, ambos cineastas han conseguido dos ejemplos rarísimos de alta comedia.

lunes, diciembre 06, 2010

En los viajes en el tiempo empiezan las responsabilidades


Los Cronocrímenes (2007, Nacho Vigalondo)

Esta es una película extrañamente literaria. Dos me parecen las principales influencias: Robert Louis Stevenson y Alfredo Bioy Casares. La invención de Morel era ya una novela stevensoniana, pero su fulgor poético, su rara imagen final descubrieron a un autor preocupado por la naturaleza de los sueños. Varios me parecen los préstamos que la película lleva implícitos, incluyendo a Robert A. Heinlein y Philip K. Dick, este último conocido en profundidad por su director y guionista, pero sorprendentemente secundario en el film que nos ocupa.

Donde la película conserva intacta una riqueza fenomenal es como experiencia estética. Vigalondo usa la cámara en mano, planos secos para el dolor, pero se confirma como narrador solvente y, sobre todo, como un cineasta especialmente dotado para devolver expresividad a su lenguaje sin demasiado énfasis.






Un elemento muy interesante para discutir esta película
es su ansiedad de la influencia. Hemos hablado ya de sus modelos literarios, pero conviene entender que Vigalondo, con una interesante escritura cinematográfica desarrollada en su blog, tiene una ansiedad de la influencia de la que habla poco y sospecho que sabe mucho.: Martin Scorsese. Scorsese me parece no solamente un gran cineasta, sino, algo cada vez más extraño, un teórico legítimo. Resulta visible que la película puede partir de Rear Window y Body Double, pero quiero detenerme en esa línea temporal por último, cuando tomemos las consideraciones filosóficas o éticas que implican cada una, obra de un moralista (Hitchcock) y de un cínico leve (DePalma).



Scorsese tiene un poder importante en la obra de Vigalondo. Podría citar películas que seguramente han influido en su obra: The King of Comedy (1981) y After Hours (1984) serían dos de las más relevantes, indudablemente. Pero el ejemplo emblemático más interesante es Taxi Driver (1976), todavía hoy una película problemática.

Sospecho que Vigalondo está lejos de ser un moralista; seguramente por eso considero pertinente destacar su duelo con Scorsese, que, a diferencia del más idealista DePalma (su belleza y su feísmo no son solamente barrocos sino ideales extremos, absolutos que contagian sus mundos o sus imágenes), está enfrentado a la realidad con cierta violencia neorrealista, cierto choque que el director no quiere perder y, como Scorsese, es una responsabilidad que nace, justamente, del voyeur, de la mirada. DePalma es un formalista, y escribo esto como piropo, porque su poética está hecha de memoria cinéfila y de sensorialidad extremada, pero Scorsese ha hecho de su cine una experiencia de oposición. Hay muchos ejemplos claros en sus películas, bastantes en Goodfellas (1990), baste comparar el seductor plano secuencia que propone un cambio de narrador con el violento y paranoico clímax cocainómano de la película. Puede alegarse que la historia exige tamañas oposiciones, pero baste ver el relato fatídico de DePalma (Carlito’s Way) para comprobar hasta qué punto es visible esta diferencia entre teórico y formalista.

Volviendo, pues, a la línea de Rear Window, parece hoy muy claro que Hitchcock era, incuestionablemente, un gran moralista: es la mirada de Stewart lo que, en última instancia, señala y acusa. También que DePalma era un cínico leve: presentando un trauma de represión, es a través del simulacro que el protagonista lo supera, a través de la asunción de otro yo que está ocupado convirtiéndose en monstruo y hurdiendo el crimen perfecto. La cura del protagonista de Body Double pasa por una idea de la seducción, digna de Jean Baudrillard, basada en el equívoco, algo que no es motivo de farsa sino de leve cinismo con el optimismo del final.

Es cierto que Los Cronocrímenes es la película más pesimista de su autor en la medida en que narra el deseo brutal y súbito, la construcción delicada de mismo y la súbita enmienda de este. Pese a estos indicativos, no creo que Vigalondo sea un conservador (y cuando digo conservardor me refiero a quien no cree en la capacidad de cambio del ser humano), quizá por el resignado tono que adquiere su monstruo en el último momento de su historia. Esa resignación es también autoconciencia, sobre todo en la memorable despedida del objeto de deseo y el corte de pelo, interesante tanto por esta noción de romanticismo como por la falsificación que supone. La falsificación que le sitúa en la misma escala que Hitchcock y DePalma y a su vez le diferencia de ambos. Pero la conciencia de monstruo de su acto, su traspaso de valores, su gestación moral y su gesto lleno de aplomo, en el memorable cierre de la película dejan muchas preguntas en el aire.

Tal vez como será el mundo tras ese descubrimiento, como será el matrimonio tras esos crímenes, o como la policía logrará interpretar todos los hechos. Es una imagen inquietante, por supuesto. Vigalondo no es dostoievskiano y con esto no implico otra cosa que el centro en climas morales que desvelen personajes que sean persuasivos por sus paradojas brutales. Héctor cambia, pero, al final, es una versión un poco más magullada e inquietante del hombre aburrido del principio. Lo sabían Albert Camus y George Steiner, ambos a propósito de Kafka, pero el poder de generar imágenes frecuentemente inquietantes y al borde del delirio, si suele corresponder a las mejores ficciones que pretenden de alguna manera filosofar.

Y esta lo hace.


**



Esta película empieza donde termina la obra anterior, el cortometraje Choque. No es un detalle al azar. Tal y como yo lo veo, Choque es un ejercicio formal casi impecable. En Choque, detectaba la brutal inteligencia de Roberto Alcover Oti una inmersión en los códigos genéricos del cine de acción y aventuras y un homenaje al western en los duelos. Estoy de acuerdo.

También apunta Alcover Oti que el cine de Vigalondo contiene un discurso muy elaborado sobre el fracaso del macho contemporáneo, lo que me parece estrictamente cierto ya que, a excepción quizás de Tres relatos de ciencia ficción, la mayor parte del grueso de su obra (incluyendo Marisas y 7.35) versa sobre una virilidad en un conflicto casi autista con su propio deseo y con sus respectivas relaciones amorosas.

El plano final de choque es un hombre humillado. Pero, sobre todo, es un hombre humillado por todas las razones que él no es capaz de percibir. No tanto por el fracaso de su delirante defensa de la mujer, sino por quién conduce. Es un detalle formidable.

***

Conviene recuperar las citas de Eugenio Trías sobre Vértigo. Pero hay un fragmento igual de interesante en La literatura y el mal de Georges Bataille, en concreto en el análisis superlativo de Cumbres Borrascosas de Emily Brönte:

“El erotismo es, creo yo, la ratificación de la vida hasta en la muerte. La sexualidad implica la muerte no sólo porque los recién llegados prolongan y sustituyen a los desaparecidos, sino además porque la sexualidad pone en juego la vida del ser que se reproduce. Reproducirse es desaparecer, y los seres asexuados más simples desaparecen al reproducirse. No mueren, si por muerte se entiende el paso de la vida a la descomposición, pero el que era, al reproducirse, deja de ser aquel que era (ya que se hace doble). La muerte individual no es más que un aspecto del exceso proliferador del ser. La reproducción sexuada no es, asu vez, más que un aspecto, el más complicado, de la inmortalidad de la vida que entraba en juego en la reproducción asexuada: de la inmortalidad, pero, al mismo tiempo, de la muerte individual.”

El de Héctor es un matrimonio sin hijos y por lo tanto aburrido. Jordi Costa ha apuntado que “los cimientos de toda felicidad conyugal (o familiar) se asientan sobre el sepulcro de una fantasía erótica que ha tenido que ser aniquilada”. Es una descripción precisa y brillante, pero eso convertiría a la película en un objeto puramente pesimista.

Esa falta de interés, esa cautivadora reescenificación de la vulgaridad sometida ante una protección ante la tormenta sirve para ampliar al hombre que no conducía de Choque y que pasa de ser un pasivo (y tedioso) hombre de família a un auténtico Hombre Protector que recomienda no echar la vista atrás. Vigalondo comete la audacia de convertir al único referente moral de la película, un científico encarnado por él mismo, en un torpe reactor de acontecimientos, en un infantil jugador de un invento que le supera. Es por eso que su película no gira en torno a una humanidad condenada sino sobre una tenebrosa, oculta tras el bostezo cuando no es otra, torpe, fallida y poco recomendable. O tal vez sean solamente hombres.





Lecturas Requeridas:
-Reseña de Rubén Lardín.
-Crítica de Roberto Alcover Oti.
-Reseña de Jordi Costa.

viernes, agosto 27, 2010

La semilla de lo real


Código 7 Trilogía (2002, Nacho Vigalondo)

Dos de las más perfectas novelas de Philip K. Dick son Ubik y El hombre en el castillo, pues sus ideas inflaman de tal manera la estructura del relato (y del texto) que es imposible resistirse a admirar con los ojos abiertos su lectura. Jeff Leister ha contado muy bien como esas estructuras interminables sirven para crear distintos y sugerentes niveles de realidad. Y como estos afectan a los tres cortometrajes Código 7 del realizador cántabro Nacho Vigalondo.

El proyecto bien podría tener una intención, teórica o practica: una trilogía con la que pretende sellar su palabra definitiva sobre uno de sus artistas de cabecera, Dick, al menos en lo que respecta a influencia directa (y esto puede verse con el sugerente rumbo que ha tomado la filmografía de Vigalondo, en todos sus cortos subsiguientes). Lo que me interesa de esta trilogía es la ruta que emprende a través de la lectura de Dick. Y adonde llega.

El primer episodio es una farsa desternillante. Sirve como comentario más o menos ingenioso sobre la pasmosa facilidad de la ciencia ficción por moverse en escenarios o en lugares más o menos camp, también por la necesidad de la ciencia ficción por transitar por esos clichés y las imágenes de Alejandro Tejería preparándose el café sirven como motor de la hilaridad.

El segundo capítulo es el grado barroco de esa misma farsa, llevando a la historia a una deriva sentimental brutal e inesperada por parte de unos personajes y usando, de nuevo, el clímax de la cafetera como comentario al cine de acción.

Pero el tercero. En el tercero, queda poco menos que el acto creativo: el artificio desvelado de manera casi insensata, el actor que cuenta que su vida es una porquería y la experiencia de la creación a partir de un momento no solamente cotidiano, sino tedioso y prosaico (lo cual es una dimensión más concreta de lo cotidiano).

Coda:


*

Ciencia ficción…ya podía ser mi vida de ciencia ficción y no esta puta mierda.

La semilla de la realidad, recién plantada por Vigalondo. Es curioso que Kaufman hable de lo mismo en términos de construcción: el suyo es el drama del creador. Vigalondo lo hace en términos de escenario, así la conexión es inevitable, pero son las identidades autorales las que levantan la diferencia. También que el tercero sea el que ofrezca la mayor pista y el comentario más elocuente sobra la obra de Dick: toda la campiness, eterno reproche o elemento que reaperece en la crítica hacia su obra, es secundaria en el grueso de su obra. El gran comentario es acerca de la realidad. La lectura descubre que no es solamente la desconfianza o la sospecha de las penúltimas verdades, algo que encontraría cierta vigencia en el sujeto cartesiano (o que prolongaría su discurso), sino su misma percepción.

jueves, diciembre 17, 2009

Un canon cinematográfico español noughtie

Después del excelente repaso de Cine 365, completo para ustedes mi canon de cine español de la década. Incluye cortometrajes, por supuesto, y en algunos casos un par de obras por indecisión. En fin, lamenten ausencia, añadan lo suyo y demás.

-Hable con ella (2002) y Volver (2006, Pedro Almodóvar)

Un triunfo de Almodóvar: el regreso simbólico a los terrenos que pisa uno de los grandes maestros del cine (Buñuel) es, en realidad, un sofisticado mecanismo que oculta la apropiación de materias pioneras para convertirlas en voz intransferible y en expansión que contiene la mejor reescritura que ha rodado Almodóvar en su filmografía. Un paseo bizarro por los laberintos del deseo y un triunfo ambicioso tras el Fassbinder para todos los públicos de Todo sobre mi madre. Con Volver propuso un melodrama a la vieja usanza de Rossellini, pero, más interesante, una posibilidad de conciliar su antiguo yó neorrealista con el de cronista sórdido de la primera etapa y con Carmen Maura ejerciendo de espíritu. Además, es el mejor cuento de fantasmas de la cinematografía nacional.

-Avant Pétalos Grillados (2006, César Velasco Broca)

César Velasco Broca convoca a muchos espectros en sus imágenes, pero en esta película cada una de ellas tiene una resonancia distinta. Particularmente interesante en su imprevisible invocación de Kubrick y Fellini, esta película toma elementos de la ciencia ficción y del viejo underground norteamericano visionario, como el resto de su filmografía, para terminar destruyendo la posibilidad de los géneros. Su mejor obra hasta la fecha, llena de inventiva imagen a imagen.

-800 balas (2002, Alex de la Iglesia)

El testamento fílmico de un cineasta que ahora ha decidido neutralizar su personalidad hasta límites insospechados. También es su mejor película. La idea del cine como archivo y como lugar (como resquicio) y el modo en que el decorado adquiere todas las resonancias son precusoras claras de muchas ideas posteriores del mejor Quentin Tarantino. Pero también es, ante todo, una historia necia de heroísmo, con un salvaje y esperpéntico romanticismo sacado del Johnny Guitar de Nicholas Ray.

-En la ciudad de Sylvia (2007, José Luis Guerín)

Guerín realiza un remake de Vértigo como si se tratara de un paseo por una ciudad que es mitad abandono, mitad construcción. Esa parece ser la idea del cineasta para localizar de nuevo la obsesión y el olvido que predestinaron la gran película de Hitchcock: concentrarse en el espacio. Este poderoso experimento, dueño de una tristeza liviana, redescubre a lo mejor del discurso anterior de su cineasta y lo une con uno original en el sentido orteguiano, es decir, hitchockiano.

-Nómadas (2001, Gonzalo López Gallego)

Poderosa película con algún momento irregular, pero la cima de un cineasta potentísimo como es López Gallego. Capaz de filtrar los logros espaciales y cromáticos del último Lynch con una sensibilidad europea y extraviada, consigue una imposible historia de contrapesos emocionales sin apenas textura de fábula moral.

-Choque (2006) y Los Cronocrímenes (2007, Nacho Vigalondo)

Dos estupendos trabajos de Nacho Vigalondo. El primero es un cortometraje que examina los peligros de la relación en una onda maravillosamente cercana a la de uno de los maestros de su director, el Martin Scorsese imprevisible de After Hours (1985). Su debut, una potentísima narrativa en loop ideal para los tiempos de Lost, demostraba que era posible combinar high concepts con una visión sugerente y rabiosamente cerebral sobre la posibilidad y el fracaso de construir un deseo.

-La Soledad (2007) y Tiro en la cabeza (2008, Jaime Rosales)

Las dos últimas películas de Jaime Rosales son dos experimentos condicionados, aparentemente, por una decisión formal irreversible. Pero, creo, que no se trata de reglas rígidas como de una idea de crear una nueva lengua para contar según qué cosas. Se atreve primero a articular una narrativa para una España desolada, post-11M y con un dolor contenido, silencioso, y luego a hablar de la banalidad del Mal que anunciara Arendt esquivando casi todo sonido.

-Honor de cavalleria (2006, Albert Serra)

Siendo su interesantísima El cant dels ocells una vindicación menor de Dreyer, lo que encontramos en Honor de cavalleria es una lectura personal, libérrima del clásico cervantino con escenas de una gran belleza, un carácter imprevisible alejado de una fidelidad poco recomendable al texto y con una poesía que se diría nacida en Pasolini, pero desarrollada con el Buñuel de la etapa mexicana.

-La gran aventura de Mortadelo y Filemón (2003, Javier Fesser)

No es una película perfecta, pero lo parece porque Fesser saca alma (o sencillamente vuelve a él antes que a la lectura) a los personajes de Francisco Ibáñez y el Rompetechos facha, las primeras transiciones visuales, el padre ausente y el espectacular tour de force compensan una narrativa irregular, pero única, bizarra, arriesgadísima a cada escena.


-Torremolinos 73 (2003, Pablo Berger)

Melancólica crónica de la llegada de la explotación (porno) y de un quijotesco cineasta que rueda subproductos X aún obsesionado por los dilemas schopenhaurianos del cine de Bergman, Finalmente, Berger sacará una lectura potentísima de todas las películas de Bergman y dará a sus personajes una triste tregua para solucionar sus problemas. El referente es, también, Fanny y Alexander.

-The Birthday (2004, Eugenio Mira)

Una película barroca en el sentido que apuntó Borges: agotar todas sus posibilidades. Una película que las posibilidades que quiere agotar es la de un cierto fantástico posmoderno y cuasi enteramente norteamericano que tuvo su recepción y desarrollo en la crítica y creación audiovisual de los años noventa y que Mira sabiamente observa con una distancia similar a la de Richard Kelly, pero su proyecto es incluso más ambicioso y agotador.

-El ataque de los robots de Nebulosa-5 (2008, Chema García Ibarra)

Una pequeña joya, hecha con una modestía que no oculta sus capas de complejidad: puede leerse como una versión cuasi deconstruida del relato de ciencia ficción, pero también como una deconstrucción misma de lo que entendemos por ciencia ficción, articulada a partir de una poética de lo distinto y lo enfermo absolutamente distinta.

-Petit Indi (2009, Marc Recha)
¿Puede filmarse un western fordiano basándose, únicamente, en una noción de aislamiento y un paisaje intervenido, afeado? Recha ha demostrado que sí y ha firmado la que es su mejor película, una orginalísima toma de los códigos genéricos para desmontarlos o trasladarlos a un pathos particular en el que el referente es un apoyo e incluso una inventiva, no un agravante.

martes, abril 07, 2009

Amor perdurable

Emily (1995, Andrés Sanz)

Marisas (2009, Nacho Vigalondo)

Emily (1995) from asv on Vimeo.

Estos dos cortos tienen el mismo punto de partida: una mujer cambiante que ya no tiene una forma física fija y cuya enfermedad no parece mejorar. Al espectáculo, indudable, asiste perplejo el narrador que llega a una conclusión porque la transformación ya ha obtenido un punto fijo. Nada más comparten. Fascinante es el corto de Sanz que llega a unas conclusiones enfermizas, pero quizá auténticas, místicas y divertidas: el amor que siente el narrador por su protagonista es puramente metafísico y no importa la forma que adquiere porque algo perdura. Su otro cortometraje, Bedford, es incluso más kafkiano, rebuscando en la estética de anuncio publicitario deliberadamente fifties y llegando al noir expresionista de Fritz Lang de un modo natural. Hay en Sanz un cineasta interesante, sensible y extrañanamente divertido. En Emily hay un uso divertido del narrador, siempre en off aunque no lo parezca, y unas transformaciones lo suficientemente estimulantes como para no desestimar su siguiente y muy recomendable trabajo.

El último cortometraje de Vigalondo es otro añadido a su ya inalcanzable filmografía llena de rarísimos ejemplares de ciencia ficción portátil, este sorprendentemente maduro y triste, como si emprenderia una tarkovskiana ruta hacia una premisa que casi podría calificarse cortazariana: a esta mujer cambiante que adquiere una forma final sólo le extraña el cambio (lento) de su protagonista que prosigue su búsqueda sabiendo que quizá ya haya terminado y no deba hacer otra cosa que emprender otra. Con la habitual mezcla de pericia, ingenio y sutilidad de su estilo visual encuentra también un punto de conexión en el enrarecido poeta Chris Marker, pero también genuinamente vigalondiano, ya que esta miniatura retrata un derrumbe y final de juego (de pareja) que tiene un precedente en la también esquiva y extrañamente vigorosa Choque.

lunes, marzo 02, 2009

¡Menos mal que el amor no dura para siempre!


Vuelve Vigalondo al musical con un spot que es a la vez Kubrick, Gondry e Ibáñez. Una idea muy clara de lo que significa España, quizá. Rimas consonantes, melancolía contenida e infelicidad vecinal.

viernes, junio 27, 2008

Breves apuntes para pensar Los Cronocrímenes

AQUÍ Crítica sin spoilers.

CRONOCRÍTICAS.

Este texto está lleno de SPOILERACOS

Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada.

Julio Cortázar, Las babas del diablo

Lavando platos de Quim Monzó es un cuento estructurado ante una visita inesperada y una noche tediosa, de lavar platos. Las posibilidades narrativas en el relato al final devienen imposibilidad, cerrazón y lógica. Cotidianeidad. La película que hoy se estrena de Nacho Vigalondo gira entorno también a la (im)posibilidades narrativas que propuso Monzó y encierra toda su estructura en un fascinante loop que convierte a la película de obligatorias revisiones. Pero no se trata de una simple deconstrucción del relato (¡simple! Sí, a estas alturas, sí) ya fomentada por diversas tradiciones desde la segunda mitad del siglo pasado. Se trata de un auténtico relato del futuro, posrelato como aseguraba el elegante Señor Toldo.

Decía Slavoj Zizek que la virtud máxima de Hijos de los Hombres es que todo sucede en un segundo plano. En Los Cronocrímenes Nacho Vigalondo hace que el segundo plano de lo narrado, luego se convierta en primero. Toda la película es un juego de espejos que obliga al espectador replantear lo que está mirando y lo que ha estado mirando. Así que aquí terminan los parecidos de la película con Regreso al Futuro 2, otra obra maestra espaciotemporal, en la que su clímax final estaba destinado a releer de forma frenética todo el de la primera, para crear una doble sensación de emoción. La intención de la película es otra, es la de ir añadiendo matices, doblando la repetición de escenas.

Finalmente, otro breve apunte que hacer a la película es su apoteósico final, que me parece nietzscheano y muy sugerente, que nos dará que pensar si su cineasta se decide a retomar el concepto del arquetipo pulp y el superhéroe. El último tramo de la película con ese superhombre que domina y conoce todo su espacio y tiempo, y está por encima, tras la transformación, es sencillamente escalofriante. Da que pensar que su cineasta nos lo decida colocar enfrente para que no nos escapemos a la inevitable reflexión y que salgamos de la película cautivados por su relato del deseo, el mal y la búsqueda, pérdida del alma. Eres preciosa es, posiblemente, la frase más cínica y a la vez apasionada que se oye en todo el fim.


Una cuestión de tiempo.

martes, diciembre 18, 2007

Desencuentros en la tercera fase


La primera es Alive in Joburg de Neill Blonkamp. Su forma de contar desde un punto de vista absolutamente postdocumentalizado (¡imaginen el clásico y durísimo documental sobre África mezclado con la scifi!) una invasión alienígena se une a su sensbilidad, clásicamente foránea. Blonkamp ha sido contratado para dirigir Halo, pero eso no importa porque si las corporaciones se ponen de acuerdo, dudo que un debutante logre lo imposible, así que centrémonos: Alive in Joburg es otro manifiesto más de la necesidad de renovar desde abajo la ciencia ficción (audiovisual, que talentos en todas partes no faltan), sin salir de sus temas tan clásicos. La perspectiva de Blonkamp no se basa en el realismo, en términos temáticos, sino en la extrañeza misma: si antes lo alienígenas eran puro desconocimiento, ahora saturados de información que vamos deben ser puro conocimiento ignorante. ¿Me explico? En todo caso vean y opinen.


El otro ejemplo es Domingo. Ojo: no es lo mismo el hiperrealismo desde Suráfrica que desde España. Que a ver si esto de la aldea global va a resultar una estafa, no. Domingo es una consecuencia directa de, pongamos dos ejemplos sencillos, la estética de Videos de primera y el primer Impacto TV. Es decir allí dónde se pretende espectacularidad, sólo encontramos una pequeñísima historia sentimental llena de desatino. Las miles de imágenes que rondan la perspectiva de Blonkamp y el estupendo minimalismo de Vigalondo esconden una parecida reflexión: la única clave para entender toda invasión alienígena es el desconcierto vital sobre nuestra propia especie
.

sábado, octubre 13, 2007

Breve crónica de Sitges

Viaje relámpago a Sitges con un resultado muy divertido en el que se visitaron lugares realmente oníricos y tuvimos de guest star absoluta y genial a Noel Ceballos /y más cameos!): escribo esto desde el estado zombie. Un paso emotivo fue el de los Cronocrímenes para empezar la tarde: la película, ya habaremos de ella ya, pide a gritos ser un auténtico Against The Spoiler y revela un trabajadísimo entramado de sorpresas que va más allá de deducirviajes en el tiempos e identidades de momias rosa y, sí, termina siendo una película irónica (tal vez quizá sea paradójica, dado que la ironía de Vigalondo es intransferible), indefinible pero a la vez sometible a muchas teorías. El estreno se hace casi obligatorio: es capaz de despertar sonrisas de admiración y diversión a partes iguales.

Muy interesante ha sido este Halloween: lejos de aplacarse, Zombie juega en dos ligas. En la del humor pajero de toda la vida (¡lo de la sábana!) en su segunda mitad y en la de la poesía desfigurada de la primera (¡Love Hurts!). El equilibrio es estupendo y ha hecho una película donde el protagonista es, por fin, Michael Myers. Pero es OTRO Michael Myers y las apariciones del sheriff Brackett, y de Laurie y sus amigas son más bien anecdóticas.

Y para terminar el Grindhouse: esa metapelícula que transcurre en una galaxia con anuncios de pastelería, incitaciones para ir al cine pero... ¡sorpresa! Sus dos platos me sabieron a poco dado el recorte de metraje. Igualmente, un viaje a una galaxia, literalmente irrepe

sábado, octubre 06, 2007

Cine legendario


El día de reyes de 1998, al final de un evento con mis allegados, contemplé el clímax final de Regreso al Futuro 3 (que ya había visto, a trancas y barrancas, en su estreno en televisión pública en domingo) y me obsesioné (sus precedentes más claros eran Bill y Ted y su cabina, que se había convertido en algo alucinante durante mis días de infancia más tierna gracias a los cartoons de las películas) con aquella máquina del tiempo: un coche, el Delorean. Lo tenía claro: yo quería ver la primera (y segunda) partes de aquellas películas. Era 1998 y una película en VHS del 85 era muy díficil, por no decir imposible de encontrar en mis videoclubs más habituales. Durante dos años esperé a que dieran por televisión Regreso al Futuro para poder ver la segunda y tercera. Al cabo de un año, frustrado, me grabé la tercera y la vi algo decepcionado: lo que más me gustaba era ese principio loco, luego al llegar al oeste era todo muy aburrido (a día de hoy lo sigo pensando). Al fin, a finales del 99 la dieron por televisión: aquél día tenía una comida familiar in-ex-cu-sa-ble y la grabé. Al regresar a casa, eufórico, puse mi vídeo: había tardado un maldito año en lograr la película. La cinta era de mala calidad, falló y no se grabó nada: el vídeo también estaba desprogramada. Mi desdén era innombrable: al llegar el 2000 me entero que a dos calles la película puede estar porqué hay un videoclub con una extensísima colección de VHS (a finales de ese año empezó un romance con ese videoclub bajo el que ví todo el cine fantástico). Me hice socio un viernes: pero sin el carnet no podía alquilar. Tuve que esperar, claro está, al sábado: una vez en sábado, la película Regreso al Futuro ¡estaba alquilada! No podía ser, no me lo explicaba. Pronto la cosa terminó: fingí una gripe, puse mi termómetro al lado de una lamparilla negra y calculé bien los síntomas. Aquél lunes logré que, en un acto de amor maternal, mi progenitora me trajera la dichosa Regreso al Futuro. Pero... ¡me trajo la tercera! Yo, intentando agradecerle que me había traído la película, le dije que quería la primera y la segunda. Al día siguiente, me las trajo pero no me las dió hasta la tarde: tenía 48 horas para verlas. La mañana de miércoles estaba siempre sólo, ya saben, compras y demás: aquella mañana me preparé mi desayuno, unas tostadas, cerré las persians (a oscuras, sí, sí) y me salté orgulloso la escuela (siendo yo, alumno de sexto de primaria en un Febrero bastante perezoso y tedioso por la sensación de final que tenía ese curso). Aquél pase fue maravilloso, irrepetible. Ví la primera y la segunda película, no con la victoria premeditada de su dificultad para conseguirlas (ni en los grandes recintos se podían encontrar: estaban siempre descatalogadas) sino con la sensación de que la aventura de ver la película había empezado mucho antes. Desde aquél entonces fingí y sufrí variopintas gripes, con otras películas claro, pero es inevitable que alguna noche, vuelva a viajar a través del tiempo. Un díptico que en realidad, te obliga a ver la misma película dos veces, desde el mimo y el detalle.

Una semana antes de poder ver Los Cronocrímenes, no llegué a tiempo. La película agotó sus entradas para el doce y el trece, lo que es, por encima de cualquier bobada o decepción adolescente, una noticia excelente, algo de lo que nunca sabremos estar lo suficientemente alucinados debido a la rapidez con lo que ocurre (véase la cronología: Texas-Sitges y la, ya era hora, fulgurante carrera de la película, y aún asi es poco). No deja de ser poético y me gusta pensar que mítico. Regreso al Futuro 1&2 forman parte de un cine de estirpe legendaria y la película de Vigalondo igual: cuando entre a una sala de cine, y espero que sea pronto, a ver las morelianas aventuras de Héctor sabré que ya llevaba mucho tiempo antes viéndolas, imaginándolas, suponiéndolas. Igual que cuando aparecio The power of love, el estéreo gigantesco y el áeropatín: la primera película de Vigalondo está destinada a ser leyenda. Diantres, fueron dos años de búsqueda pero valieron la pena. Y aquí igual: uno debe esperar lo que haga falta para terminar sentado en la oscuridad dispuesto a mirar un proyector que se ha convertido (como mi reproductor de vídeo en el 2000) en algo muy parecido a la máquina imaginada por Bioy capaz de capturar las almas e inventar miles de realidades hasta el infinito.

miércoles, junio 06, 2007

Yo fui un comentarista adolescente del blog de Nacho Vigalondo

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Somos muchos los mierables que nos preguntamos acerca de los comentarios en los blogs. Acerca de su verdadero alcance e influencia. La blogoegoesfera ha desarrollado diferentes tipos de comentaristas: amables, bellos, bordes e incluso vagas simulaciones de outlaws llamados trolls. Lo interesante en según que blogs, sobretodo los de cine, son los comentarios como un espacio de diálogo entre sus comentaristas (muchas veces el autor del blog).

Yo comento en el blog de Nacho Vigalondo. Soy un jovenzuelo que le admira de forma desenfrenada. De veras.

Y entonces fluye lo inevitable: el espacio de comentarios se aparta como vehículo de aplausos o abucheos y se torna en otra cosa distinta más evolucionada. El mesianismo o no ha tomado el espacio.

Así llego a la siguiente conclusión: el blog de Nacho Vigalondo es un blog político.

¿Por qué? Porqué en lo que es el mejor bloguero de cine (y con diferencia) se torna en un confuso espacio de exigencias políticas respecto a su labour como director de cine. Su labor entonces es acercarse y admirar los trabajos de otros y guiarles en un camino que por supuesto, no tengo nada claro si va a recorrer. Lo que me hace pensar que este es un país de politizaciones. Entono mi mea culpa.

¿Entonces? Releo. Y por supuesto hay comentarios incisivos, mordaces, delirantes pero al alza llega una tendencia, en nuestra búsqueda, que equipara el look barbudo de Mr. Vigalounge a una condición eminentemente bíblica. Pero bíblica siempre desde una perspectiva de Umberto Eco: si no tenemos mitos, los inventamos o nombramos. No importa lo que sucedió entonces.

En todo caso hay pequeñas victorias sobre las primeras impresiones de sus trabajos: fugaces, reales, sinceras (y seguimos hablando de comentarios). Pero la condición de microcosmos se alumbra, el blog vigalondiano ha alcanzado un status del que no se deshará en sus comments: el de jerarquía inapelable de autobombos variados y proposiciones teenagers. Encantadoramente teenagers, como todo lo que es así, adolescente, si quieren.